OPINIÓN: Con el triunfo de 'Argo', Hollywood se premia a sí mismo
Nota del Editor: Gene Seymour es crítico de cine y ha escrito sobre música, cine y cultura para The New York Times, Newsday, Entertainment Weekly y The Washington Post.
(CNN) — Una película que casi no ofendió a nadie, que no transgredió algún hecho histórico o entorno sociopolítico y que inspiró a cada artesano en Hollywood a construir su propio 'gatito' gigante (o algún equivalente aproximado) resultó ser la mayor sorpresa del domingo en la entrega de los Premios de la Academia, sin ganar como la mejor película.
La vida de Pi ganó cuatro estatuillas, entre ellas el premio al mejor director, Ang Lee, la cual probablemente debería haber sido para Ben Affleck (su película Argo obtuvo el codiciado Óscar a la mejor película, junto con otro por mejor guion adaptado y uno más en edición).
Y, por cierto, aquí les presento un recordatorio a ustedes que piensan que la mejor película realmente debería de serlo. Existen, y siempre ha sido así, dos criterios para que una película obtenga el premio central del Oscar, y tienen poco o nada que ver con ser la mejor, incluso si es una muy buena película.
Puede tratarse de:
- Una película cuyo éxito beneficiará, de alguna manera, a la mayor cantidad posible de personas en la industria del cine.
- Es una película que de alguna manera refleja la mejor imagen de Hollywood.
En el momento en que ambos factores se conjuntan, la película es imparable. Por lo mismo era obvio desde un principio que Argo se quedaría con la estatuilla, incluso sin conseguir los premios que anteceden al Oscar, como los de las asociaciones de actores, productores y directores. Dejemos de lado el rigor histórico (así reconocido desde el principio por Affleck y otros), la película es una de esas en las que hay que morderse las uñas un poco para que fácilmente se vendan en el mercado internacional, el cual es la última frontera del cine comercial estadounidense. Eso en lo que respecta al primer criterio.
En cuanto al segundo, bueno. Los productores de películas son los héroes que ayudan a salvar las vidas de estadounidenses indefensos atrapados en el Irán revolucionario. ¿Qué es más halagador para Hollywood que eso?
Si no fuera por eso, es muy posible que la adaptación hecha por Lee de la aventura mística de Yann Martel se hubiera llevado al bolsillo todos los premios del domingo. Incluso Lincoln, de Steven Spielberg, la cual se centra en cómo el idealista, aunque pragmático presidente batalló contra legisladores intransigentes acerca del rechazo constitucional a la esclavitud, hecho que provocó bastante polémica como para convertirla en una de las primeras favoritas en el año de la reelección de Barack Obama.
Sin embargo, la ganga metafísica de Pi es como la ensalada de fruta orgánica para las mentes hollywoodenses, sin importar la ideología. Y los diversos oficios en el ámbito del cine, desde los diseñadores de producción hasta los asistentes de sonido probablemente se emocionaron por los logros tecnológicos de esa película, sobre todo por el tigre de Bengala ampliado digitalmente que incluso para los críticos difíciles fue lo más espectacular de la película por encima de sus actores.
El otro (moderadamente) inesperado incidente del domingo se produjo con el galardón de Quentin Tarantino por el mejor guion original gracias a su insolente sátira ambientada en la época anterior a la Guerra de Secesión de EU, Django sin cadenas.
La mayor parte de las críticas a Tarantino provinieron de los afroamericanos, quienes creían que en el mejor de los casos fue impertinente y difamatorio tomar a la ligera la historia de la esclavitud en EU.
Quienes se pusieron de pie para aplaudir efusivamente cuando el presentador Dustin Hoffman anunció el nombre de Tarantino, fueron Jamie Foxx y Kerry Washington, actores de la película.
Como de costumbre, tendremos que esperar otros 20 años para ver cuál de estas películas sobrevivirá más allá de sus diversas polémicas contemporáneas.
Ah, y dicho sea de paso, la transmisión del Óscar del domingo fue tan bochornosa como siempre, y ni siquiera los intentos del anfitrión Seth MacFarlane con sus comentarios acerca de lo avergonzado que se encontraba pudieron ocultar el fracaso de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de atraer a un público más joven sin alejar a sus espectadores más antiguos.
Al parecer, la única manera de lograr eso sería ir a lo seguro, a la par de parecer ser rebeldes. Y Hollywood por lo general es muy bueno con esos juegos de simulación como ese, excepto cuando no lo es.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Gene Seymour.