OPINIÓN: Cuando Maduro se asiente, México debe apuntar hacia Venezuela
Nota del editor: Rosario Green es una política y académica mexicana. Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Maestra en Economía por el Colegio de México y la Universidad de Columbia, en Nueva York. Se desempeñó como senadora del Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante las LX y LXI Legislaturas. De enero de 1998 a diciembre de 2000 encabezó la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), en la administración del expresidente Ernesto Zedillo.
(CNNMéxico) — A poco más de un mes de la muerte de Hugo Chávez, se llevaron a cabo las elecciones en las que Nicolás Maduro y Henrique Capriles compitieron por la Presidencia de Venezuela.
El pueblo acudió a las urnas y, en una muy cerrada votación en la que la diferencia fue apenas de 235 mil sufragios (1.59% de los votantes del 99.12% de las casillas consideradas por el Consejo Nacional Electoral), decidió que sería Maduro quien dirigirá los destinos de ese país - la oposición ha exigido un recuento voto por voto -.
Desde México observamos los acontecimientos, primero que nada con respeto y, en segundo lugar, con el ánimo de que la vieja relación que México sostuvo por años con Venezuela, país con el cual no solo firmó un convenio de cooperación petrolera para Centroamérica y el Caribe, el Acuerdo de San José, sino con el que junto con Colombia integró el denominado Grupo de los Tres (G3), vuelva a cobrar el dinamismo de entonces.
En la que probablemente fue su última aparición pública y televisada, el entonces presidente Chávez pidió el apoyo popular para que, si algo le acontecía, Maduro le sucediera. A no dudar fue este encargo un acontecimiento poco usual en un régimen democrático.
ESPECIAL: El proceso electoral en Venezuela
Maduro respondió dejando su cargo como Secretario de Relaciones Exteriores de Venezuela a fin de dedicarse de lleno a cumplir su papel como Vicepresidente o Presidente en funciones, al tiempo que se involucraba en su campaña política para contender por la más alta magistratura del país.
Todos seguimos de cerca el drama del desaparecido mandatario venezolano, tanto en Cuba como en su propia patria y cuando falleció resultó muy significativa, en mi opinión, la presencia del presidente Enrique Peña Nieto en los funerales. Este gesto no tiene lugar a malas interpretaciones: México está listo para retomar su relación con Venezuela y confirma, además, la posición del mandatario mexicano de priorizar los vínculos con los países de América Latina y el Caribe.
México estará igualmente presente en la toma de posesión del nuevo Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, aunque probablemente no será ese el mejor momento para plantearse el nuevo rumbo que las relaciones bilaterales podrían tener. Para ello, será necesario esperar a que el gobierno de Nicolás Maduro se asiente y sea entonces cuando se puedan revisar algunos temas.
Uno de ellos tendrá que ser el restablecimiento de la confianza mermada por las nacionalizaciones de empresas mexicanas en Venezuela. Independientemente de que pueda decirse que este es un hecho que pertenece al pasado, al futuro le toca garantizar que eventos como esos no se repitan.
Un acuerdo para la protección recíproca de las inversiones (APRI) en uno y otro país parecería un necesario primer paso. Pero con ello no pretendo señalar que ese es el único camino.
Un segundo momento de la relación tendría que arrojar claridad sobre el que fuera el Acuerdo de San José, particularmente a la luz de que en México existe ya en funcionamiento un instrumento similar con recursos y reglas claras, en tanto que en Venezuela el viejo Acuerdo se desdibujó para ampliarse e incluso obviar algunos de sus elementos.
Acerca del extinto G3, México también debió hacer frente a la salida de Venezuela y transformó ese tratado de libre comercio trilateral en uno bilateral con Colombia, país al que México incluyó en la estratégica Alianza del Pacífico junto con Chile y Perú para negociar colectivamente el ingreso de las cuatro naciones a las negociaciones del Acuerdo TransPacífico de Asociación Económica (TTP).
Existe tela de dónde cortar para diseñar una relación bilateral más cercana, de mayor y mejor entendimiento, y de beneficio mutuo.
Será importante para ello evitar darle connotaciones ideológicas a dicho acercamiento, pues México se vincula con las naciones del mundo en general y de América Latina en particular, a partir del reconocimiento, que ha hecho suyo el propio presidente Peña, de que a los países latinoamericanos no solo nos une la geografía, sino también la cultura, la historia y los valores fundamentales y, en este andamiaje, la ideología política de las naciones soberanas nunca fue, durante el esplendor de la política exterior mexicana, un valladar.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Rosario Green.