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Europa, atrapada en el modelo alemán

Alemania ha luchado por aplicar su visión de la estabilidad a toda la zona euro, dice Martin Wolf; los países han hecho ajustes fiscales tratando de ceñirse al modelo que busca Alemania.
jue 09 mayo 2013 06:03 AM
Los expertos indican que Europa no se convertirá en una Alemania debido a su situación económica. (Foto: Getty Images)
alemania euro

Alemania está modelando la economía europea a su imagen y semejanza. Está utilizando su posición como la mayor economía y el país acreedor dominante para convertir a los miembros de la zona euro en pequeñas réplicas de sí misma y a la eurozona en su conjunto en una réplica más grande. Esta estrategia va a fracasar.

El consenso de Berlín está a favor de las políticas orientadas hacia la estabilidad : la política monetaria debe tener como objetivo la estabilidad de precios a mediano plazo, la política fiscal debe tener como fin un equilibrio presupuestario y una deuda pública baja. Ningún tufo a estabilización macroeconómica keynesiana debe ser admitido: ése es el camino a la perdición.

Para que este enfoque funcione Alemania ha utilizado los cambios en su balanza comercial para estabilizar la economía: un aumento del superávit cuando la demanda interna es débil, y viceversa. La economía alemana podría parecer demasiado grande como para contar con un mecanismo característico de las economías pequeñas y abiertas.

Sin embargo, ha logrado hacerlo, al depender de su excelente manufactura orientada a la exportación y a su capacidad para frenar los salarios reales. En la década de 2000, esta combinación permitió al país regenerar el superávit de la cuenta corriente perdido durante el auge posterior a la unificación de la década de 1990. Esto, a su vez, contribuyó a un crecimiento modesto, a pesar de la demanda interna débil.

Para que este método de estabilización funcione bien, una gran economía orientada a la exportación también necesita mercados externos florecientes. Las burbujas financieras de la década de 2000 ayudaron a producir esto. Entre 2000 y 2007, el balance de cuenta corriente de Alemania pasó de un déficit de 1.7% del Producto Interno Bruto a un superávit del 7.5% . Mientras tanto, déficits compensatorios surgieron en la zona euro en otros lugares. Para 2007, el déficit en cuenta corriente era de 15% del PIB en Grecia, de 10% en Portugal y España, y de 5% en Irlanda.

Las contrapartes de demanda doméstica de los enormes déficits externos ejecutados en estos países eran principalmente el gasto privado impulsado por el crédito. Luego vino la crisis financiera global. Las entradas de capital se detuvieron y el gasto privado se derrumbó, creando enormes déficits fiscales. Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff de Harvard han mostrado que esto era predecible. Entre 2007 y 2009, el balance fiscal pasó de un superávit de 1.9% del PIB a un déficit del 11.2% en España, de un superávit del 0.1% a un déficit del 13.9% en Irlanda, de un déficit de 3.2% a uno de 10.2% en Portugal y de un déficit de 6.8% a uno de 15.6% en Grecia.

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Surgió rápidamente el errado consenso -sobre todo en Berlín- de que se trataba de una crisis fiscal. Pero eso era confundir los síntomas con las causas, excepto en el caso de Grecia. Sin embargo, al ser privados del acceso al mercado de bonos o al estar cerca de esa difícil situación, los países afectados por la crisis tuvieron que ajustarse , a pesar de sus profundas recesiones. Y ajustaron mucho.

Entre 2009 y 2012, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el déficit fiscal estructural cambió en 15.4% del PIB potencial en Grecia, 5.1% en Portugal, 4.4% en Irlanda, 3.8% en España y 2.8% en Italia. Esta combinación de crisis financieras con ajustes fiscales causó depresiones profundas: entre el primer trimestre de 2008 y el cuarto trimestre de 2012, el PIB cayó 8.2% en Portugal, 8.1% en Italia, 6.5% en España y 6.2% en Irlanda. Hasta el momento, sigue igual de sombrío.

Desafortunadamente, los países más sanos de la zona euro también se ciñeron estrictamente al mantra de la estabilidad. Así que ellos también ajustaron su situación fiscal. El FMI prevé que el déficit fiscal cíclicamente ajustado de la eurozona se contraiga 3.2% del PIB potencial entre 2009 y 2013, para terminar en sólo 1.1% del PIB. El Banco Central Europeo (BCE) sigue mostrando también casi nada de interés en estimular la demanda. Como era de esperarse, la economía de la eurozona ha quedado paralizada, con un PIB del cuarto trimestre de 2012 en el mismo nivel que tenía en el tercer trimestre de 2010.

Mientras tanto, la inflación está cayendo por debajo del 2% del objetivo del BCE. El recorte de la semana pasada de un cuarto de punto porcentual en la tasa de intervención no hará casi ninguna diferencia. Un gran impacto adverso amenaza convertir la baja inflación en deflación. Eso agravaría la presión sobre los países en crisis. Incluso si se evita la deflación, la esperanza de que crezcan y salgan de sus dificultades a través de la demanda y el reequilibrio interno de la eurozona es una fantasía, en el contexto macroeconómico actual.

Eso nos deja con el ajuste externo. Según el FMI, Francia será el único gran miembro de la zona euro que tenga un déficit en cuenta corriente este año. Se prevé que, para 2018, todos los miembros de la eurozona actual, con excepción de Finlandia, sean exportadores netos de capital. Se prevé que la zona euro en su conjunto tenga un superávit en cuenta corriente de 2.5% del PIB. Tal dependencia en equilibrar a través de la demanda exterior es lo que uno esperaría de un eurozona germánica.

Si se quiere comprender hasta dónde llega el disparate, hay que estudiar el trabajo de la Comisión Europea acerca de los desequilibrios macroeconómicos. Sus características son reveladoras. Según éste, s e necesita un déficit de cuenta corriente del 4% del PIB como un signo de desequilibrio. Sin embargo, para los superávits, el criterio es del 6%. ¿Es una casualidad que estas cifras resulten ser las de Alemania? Sobre todo, no tiene en cuenta el tamaño del país al evaluar su aportación a los desequilibrios.

De esta manera, el papel de Alemania es eliminado. Sin embargo, sus superávits de ahorro crean enormes dificultades cuando las tasas de interés están cerca de cero. Su omisión hace que este análisis de "desequilibrios" sea casi indefendible.

Las consecuencias del intento de forzar a la eurozona a imitar el camino de ajuste adoptado por Alemania en la década de 2000 son profundas. En la zona euro, hace que sea muy probable un estancamiento prolongado, especialmente en los países afectados por la crisis. Por otra parte, si comienza a funcionar, es probable que se mueva hacia arriba, aumentando los riesgos de deflación del euro. Y no menos importante, el paso de la zona euro a un superávit es un impacto contractivo para la economía mundial. ¿Quién sería capaz y estaría dispuesto a compensarlo?

La zona euro no es una economía pequeña y abierta, sino la segunda más grande del mundo. Es demasiado grande y la competitividad externa de sus países más débiles, demasiado débil para hacer que los grandes cambios en las cuentas externas sean una estrategia poscrisis viable para el ajuste y el crecimiento económicos. La zona euro no puede esperar construir una recuperación sólida con base en esto, como hizo Alemania en la próspera década de 2000. Una vez entendido esto, las presiones políticas internas para un cambio en el enfoque sin duda se volverán abrumadoras.

Europa no se convertirá en una Alemania más grande. Es absurdo creer que podría ser así. La eurozona o bien llegar a una solución más equilibrada de sus dificultades o se romperá. ¿Cuál de las dos será? Esa sigue siendo la gran pregunta sin respuesta.

* Martin Wolf es editor asociado y comentarista en jefe de economía en el Financial Times.

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