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OPINIÓN: 'La Reina' piensa más en la injusticia que en la libertad

Sandra Ávila Beltrán se encuentra recluida en un penal federal de Nayarit, a donde fue deportada desde Estados Unidos
mar 27 agosto 2013 01:15 PM

Nota del editor: CNNMéxico reproduce con autorización de Editorial Grijalbo un extracto del libro La Reina del Pacífico: es la hora de contar, escrito por Julio Scherer García, publicado en 2008. El libro está basado en conversaciones sostenidas por el periodista con Sandra Ávila Beltrán, quien se encuentra presa en un penal de Nayarit, al que fue ingresada tras ser deportada de EU el pasado 20 de agosto.

(CNNMéxico) — "Yo no oculto mi vida. Digo lo que soy. Pero el gobierno sí la oculta. Dice lo que no soy. Todavía le sirvo para su propaganda. La 'Reina del Pacífico', personaje a lo Pérez-Reverte, en una cárcel mexicana, nada menos".

"Un gol, como diría Felipe Calderón, expresión que lastima, frívola en la dolorosa realidad cotidiana. La tragedia, la lista de muertos que crece todos los días, no es asunto del futbol. Pero mi imagen pública se irá gastando hasta agotarse".

"El gobierno no podrá probar que soy delincuente porque no lo soy. Entonces enfrentará su propia disyuntiva: la cárcel, la infamia que no podrá ocultar o mi libertad" —dice Sandra Ávila Beltrán—.

 —He leído que en ningún sitio se piensa más en la libertad como en la cárcel. Encerrada, ¿qué piensa usted de la libertad? —pregunta Julio Scherer García—.

 —Pienso más en la injusticia que en la libertad.

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 —Pero ¿qué piensa de la libertad?

 —La pienso como un sueño, amar con alegría y saberme dueña de mis decisiones. En la cárcel la palabra "no" está prohibida. Aquí solo cuenta el "sí", "sí", "sí". Libre, gritaría "no" todos los días.

* * *

—Usted tiene amigos y familiares entre los capos, personajes de inmenso poder, como Ismael, ' el Mayo' Zambada.

 —No lo niego ni me avergüenzo.

 —¿Puede escapar a su influencia?

 —Me hacen narcotraficante, entre otras supuestas pruebas, por mi relación con el 'Mayo' Zambada, pero mi único encuentro con Zambada fue ocasional y ocurrió el día en que mi esposo y yo bautizamos a nuestro hijo.

“Mi esposo, José Luis Fuentes, después metido en las rondas de capos con militares, de militares con capos, de capos con judiciales y militares, invitó a Zambada a la celebración. Zambada fue a la fiesta hogareña y lo recibimos con mucho gusto. Pero eso fue cuando tenía veintitantos años y vivía como cualquiera.

No era rico, no era capo, no figuraba en las noticias. El bautizo es una ceremonia y nos tomamos fotos. Yo aparezco con Zambada, a quien nunca volví a ver. Zambada y mi esposo tuvieron relación, pero fue entre ellos. Yo no vivía en el vientre de mi esposo. Era su mujer".

—¿Qué opinión le merece Zambada?

—Ni buena ni mala. Apenas lo conocí. Por ello no puedo emitir opinión alguna acerca de él.

—¿No se reserva algún juicio moral sobre los narcotraficantes?

—Son personas como cualquiera, no lo peor, como dice la prensa. Algunos ayudan en sus pueblos, son bondadosos y humildes y se preocupan por los pobres. Yo querría que no se mataran entre sí, que no se mataran con los soldados, que no arrastraran a la desgracia a tantos hombres, mujeres y niños.

Pero no han llegado hasta donde han llegado porque sí. Han llegado por la fuerza de la droga en su mercado enorme, por la corrupción de los gobiernos priistas y panistas, por la miseria de millones de mexicanos.

Muchos trabajan para el narco. Muertos de hambre, sin empleo, solos con su hambre, ¿qué van a hacer sino acudir a donde hay trabajo y dinero?

 * * *

La conversación deriva en el 'Chapo' Guzmán, el más antiguo de los capos. La historia es pública y Sandra Ávila la recuerda en imágenes cinematográficas:

 —Se fugó de Puente Grande como quien deja su casa para dar una vuelta por el parque. La corrupción había penetrado los muros de la cárcel, pero es imposible que no hubiera llegado más arriba la información acerca de la podredumbre en el penal.

—¿Por qué dice esto último?

—Era un secreto a voces. Usted escribió en su libro que el narco desquició el penal y tuvo al terrorismo como su única ley. ¿Podría el gobierno ignorar todo esto? Sandra Ávila sigue en el tema:

—Al 'Chapo' lo buscan por el mundo. ¿Quién lo soltó? El gobierno. Yo vi al 'Chapo' en una fiesta. ¿Cuántos más no lo habrán visto en otros lugares, en otras fiestas? El Chapo es de Sinaloa, y a los sinaloenses nos gusta la música, el baile. Protegido, cauteloso, no tengo duda, el 'Chapo' se deja ver.

Por la noche, en mi casa, volví sobre los párrafos del libro Máxima seguridad que dan cuenta de la fuga del 'Chapo' Guzmán. A Zulema Hernández, la amante del 'Chapo' en Puente Grande, debo la reconstrucción del pasaje inaudito:

Evadió la cárcel sin un percance, un error, un titubeo. A su paso, una a una se fueron abriendo 16 puertas, los videos permanecieron oscuros, los rottweilers estuvieron tranquilos y no hubo contratiempos en la garita, levantadas las barras que abren y cierran el paso a propios y extraños.

No hay manera de entender la fuga sin algún personaje de voz inapelable que actuó a su favor. El operativo había sido limpio, impecable como una maniobra militar.

De nuevo con Sandra Ávila:

—Usted, señora, ha tenido relación con algunos capos.

—Conocí a Pancho Arellano cuando tenía 10 años, en Tijuana. Fue el día en que mi papá inauguró sus ferreterías y hubo fiesta. De esto ya le hablé. Después encontré a Pancho en Guadalajara, yo más grande y él ya mayor. El gobierno lo capturó y extraditó a Estados Unidos. Regresó a México. No sé más.

"También conocí a Ramón, su hermano. Dejé de verlo mucho tiempo y un día un señor me saludó amablemente. '¿No sabes quién soy?', me preguntó. 'No'. 'Soy Ramón'.

"¿Eres Ramón, Ramón Arellano? ¿Qué te hiciste?", 'Me operaron en Brasil'. A Ramón lo matarían en Mazatlán.

Lo conocí y me sorprendió la perfección de la cirugía.

—¿Por qué lo mataron?

Sandra Ávila se expresa sin azoro:

—Pienso que nunca se va a saber. En la sociedad de la que hablamos corren las historias de los deudos y las de sus enemigos. Son historias que se contraponen, cargadas de matices. Correspondería al gobierno investigar e informar de lo que ocurre.

Pero de esa información carecemos. En el gobierno también corren rumores, versiones, contradicciones. No sabemos. Trató, más que a ninguno de los hermanos, a Pancho. Cuenta:

—Le gustaban mucho las motos, las lanchas, le gustaba ir a los gallos. Ahí era donde más nos encontrábamos. A veces pasaba a mi casa y me decía: 'Ven, te doy una vuelta'. Tenía motos muy bonitas. Nunca lo vi armado ni con gente armada. Yo lo veía más bien como a un júnior, como un muchacho bien al que le gustaba gastar en los gallos, divertirse en la playa con sus lanchas, cambiar de moto, lucirse con las muchachas.

—¿Apostaba fuerte?

—Nunca supe cuánto, pero supongo que era mucho. Yo me lo encontraba acompañado, nos saludábamos, platicábamos, él por su lado, yo por el mío. A veces nos juntábamos entre pelea y pelea. Siempre andaba enjoyado, muy bien vestido, con las motos más bonitas que yo haya visto. También tenía carros y una disco en Mazatlán.

"Pancho y Ramón tuvieron un hermano, Benjamín, el mayor. De él, nada sé.”

—¿Conoció a Juan José Esparragoza Moreno, 'el Azul'?

—Yo lo oí mencionar porque era compadre de un tío mío. ¿Verlo? Apenas lo veía. Se escuchaba que tenía mucha fama y salía en los periódicos. En el medio se decía que era hombre pacífico. Yo no busco a estas personas para conocerlas. La vida, circunstancial como es, te va llevando a ellas sin querer, sin saber cómo podrían ser con el tiempo.

—¿Y qué me dice de Nacho Coronel?

—Lo conocí por mi esposo. Se llevaban.

 * * *

Hay un tono de ficción en esta historia mínima, que ahora cuento. La escribí en un impulso, un mero arranque para apartarme del mundo insensato del que voy sabiendo a través de un testigo singular. Me sabía sensible a los asesinatos gestados en la oscuridad del odio, irreprimible la sed de venganza.

La historia, que arreglé a mi modo, discurría así:

No necesitaban amigos. ¿Para qué?, si crecieron juntos y antes de que cada uno reconociera a su madre, ya se sonreían. Las fotos los mostraban uno al lado del otro, aun en las fiestas grandes, las concurridas. Uno se llamó Ismael López y era de Culiacán. El otro, José Fernández, vivía en Tijuana.

Murieron el mismo día y fueron velados en la misma ciudad pero en diferentes funerarias.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Julio Scherer García y Sandra Ávila Beltrán, según el fragmento del libro La Reina del Pacífico: es la hora de contar, que CNNMéxico reproduce con autorización de Editorial Grijalbo.

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