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OPINIÓN: Siria convertirá a Obama en el presidente que no quería ser

El mandatario ganó el corazón de muchos estadounidenses en 2008, cuando se pronunció en contra de la guerra en Iraq
lun 02 septiembre 2013 11:51 AM

Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de Historia y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton. Escribió los libros Jimmy Carter y Governing America.

(CNN) — El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, lucía incómodo mientras se dirigía a la nación para anunciar que pediría al Congreso que resolviera respaldar el uso limitado de la fuerza en Siria.

Obama, quien ganó el corazón y el espíritu de muchos estadounidenses en las elecciones de 2008 gracias a sus incisivas críticas a la guerra en Iraq, ahora está a la cabeza de una operación militar controvertida y ambigua que cuenta con poco apoyo del Congreso y la comunidad internacional.

Pedir al Congreso que tenga una resolución de apoyo es un paso importante para tomar esta decisión, pero lo más importante será cómo se desarrolla la operación.

En el mejor de los casos, los ataques aéreos limitados lograrían sus objetivos y el presidente podría llevar a buen término la operación para volver a concentrarse en los debates nacionales. Los presidentes George W. Bush, Bill Clinton y el mismo Obama en el caso de Libia en 2011, aprendieron que en la era moderna es posible obtener este resultado.

En el peor de los casos, la situación podría deteriorarse y eclipsar todo lo demás. La violencia en Siria sería más intensa, obligaría a Estados Unidos a reforzar su presencia e involucrarse en una guerra mortífera y costosa.

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Obama no es el primer presidente que se involucra en un conflicto internacional que lo obliga a tomar decisiones que esencialmente contradicen lo que esperaba defender.

En 1917, Woodrow Wilson envió tropas estadounidenses a la Primera Guerra Mundial luego de haber ganado la admiración de los activistas progresistas durante su exitosa campaña como candidato por la paz en 1916.

La Primera Guerra Mundial resultó ser sumamente controvertida. Wilson alienó a los progresistas cuando reprimió a los movimientos antibélicos y suprimió las libertades civiles. La brutalidad de la guerra desilusionó a muchos ciudadanos y nunca quedaron muy en claro las razones para que Estados Unidos interviniera.

La incapacidad del presidente para persuadir al Senado a ratificar el tratado de paz ocasionó que su mandato fracasara.

En 1964, Lyndon Johnson quería ser el presidente que acabara con el New Deal (una política que Roosevelt implementó para contrarrestar los efectos de la Depresión). Inicialmente, Johnson adoptó una postura agresiva ante el asunto de Vietnam con la intención de aislarse de los ataques de la derecha —que lo criticaban por ser débil en cuanto a la seguridad nacional— y con la esperanza de mantener a Estados Unidos fuera de una guerra más amplia al emprender acciones firmes desde el principio. Siempre temió correr con la misma suerte que el presidente Harry Truman, cuyo poder político se desplomó luego de que China adoptara el comunismo en 1949 y de que Estados Unidos acabara estancado con Corea.

Sin embargo, la estrategia de Johnson no funcionó. La Guerra de Vietnam continuó su expansión y gradualmente eclipsó los grandes logros nacionales de Johnson, quien se metió en un atolladero peor que el de Truman.

Cuando fue electo en 1976, Jimmy Carter prometió reconstruir la fe de los estadounidenses en el gobierno luego de los escándalos de Watergate y Vietnam. Carter prometió adoptar nuevas posturas respecto a la política nacional para evitar la trayectoria militarista de sus antecesores durante la Guerra Fría. Promovió los derechos humanos como eje de la política internacional y firmó los tratados del Canal de Panamá, con lo que esperaba reconstruir la imagen de Estados Unidos en la región. Carter también siguió tratando de aliviar las tensiones con la Unión Soviética e impulsó la ratificación de los acuerdos de desarme SALT II.

Sin embargo, todos sus esfuerzos terminaron en noviembre de 1979, cuando los revolucionarios iraníes tomaron como rehenes a algunos estadounidenses. Luego, los soviéticos invadieron Afganistán en diciembre de 1980. Carter estuvo obligado a seguir con la derecha y pidió incrementar la presencia de tropas en el Golfo Pérsico y que los aliados de la OTAN aumentaran el gasto de defensa. Decepcionó a sus simpatizantes demócratas y nunca obtuvo el apoyo de los opositores que creían que era un presidente fallido.

En épocas más recientes, George W. Bush estuvo al frente de un predicamento similar. Cuando Bush se postuló a la presidencia, las pruebas indican que no quería involucrarse en una operación internacional prolongada y costosa. Había criticado los esfuerzos de Clinton sobre la "construcción nacional" y dijo que Estados Unidos tenía que usar su poderío militar de forma limitada.

Bush era un político interesado sobre todo en la política nacional. Quería dar nuevos bríos al Partido Republicano en temas como la reforma educativa y la liberalización de las leyes de inmigración .

Sin embargo, el 11-S cambió todo y provocó que la política exterior se volviera el centro de atención. Bush concentró sus esfuerzos en combatir a al Qaeda y a la guerra en Afganistán para derrotar al régimen Talibán, que albergaba a los terroristas. Luego, cuando él y sus asesores decidieron ir a la guerra en Iraq, emprendió un camino que resultaría ser desastroso.

La guerra lesionó su legado como presidente y socavó las percepciones positivas que muchos estadounidenses tenían sobre su liderazgo tras los horribles atentados del 11-S. El entonces senador, Barack Obama, derrotó a John McCain en 2008 en gran parte por su abierta oposición a la guerra, tanto por sus fundamentos deficientes como por la forma en la que el presidente había ignorado al Congreso y a la opinión internacional.

Ahora, el presidente Obama está en una posible encrucijada. La puesta en marcha inicial de este plan ha sido muy problemática. El gobierno no ha logrado reunir el apoyo internacional para esta acción y ha ofrecido diversas razones para usar la fuerza, estrategia que para muchos estadounidenses evoca el desarrollo del conflicto en Iraq.

Obama, que ha apoyado firmemente la intervención del Congreso, pareció retroceder al anunciar que se acercaría al Senado y a la Asamblea solo cuando no tuviera otra opción.

Aunque no es probable que una operación en Siria tenga la magnitud y los alcances de los conflictos más grandes en los que Estados Unidos ha estado involucrado, es crucial que Obama maneje la situación correctamente, que aprenda de los errores de sus predecesores. Necesita pruebas más sólidas sobre el uso de armas químicas en Siria y dejar en claro que tiene un plan para la misión de esta guerra. Entonces, ¿cuáles son exactamente las opciones que tiene Obama respecto a este asunto?

Debe obtener el apoyo público sin recurrir al temor. Tendrá que permitir a los legisladores debatir minuciosamente sobre qué hacer si no hay una amenaza inminente.

Si lo hace y la operación sale relativamente bien, Obama puede salir de su predicamento relativamente bien librado y posiblemente complete su trabajo en temas como la reforma inmigratoria.

Si no lo hace, Obama sabe que su presidencia y su partido pagarán las consecuencias durante muchos años.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Julian Zelizer.

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