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OPINIÓN: Mis padres son del mismo sexo y estoy orgullosa de que así sea

Si existe amor y estabilidad en una pareja de dos hombres o mujeres, ¿por qué no habrían de ser 'aptos' para criar un hijo?
mié 19 febrero 2014 02:20 PM
pareja gay
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Nota del editor: Sienna Craig es profesora asociada de Antropología en la Universidad de Dartmouth, en donde da clases de Salud y Enfermedad; Salud Mundial; Sistemas Médicos de Asia, el Tibet y el Himalaya.

(CNN) — "¿Debería permitirse que la gente gay tenga hijos?: a favor o en contra".

Era 1989. Yo tenía 15 años y cursaba el primer año en una preparatoria pública del sur de California; acababan de nombrarme editora del periódico de mi escuela. Nuestro asesor nos desafió con un llamado a hacer debates públicos sobre temas controversiales en nuestra sección de opinión.

Yo defendí la postura a favor. En una maniobra que ahora relaciono con el camino que he tomado como antropóloga —profesión especializada en volver desconocido lo conocido y viceversa—, cité los modelos transculturales de crianza de niños. Pero mi argumento se basaba mayormente en el amor.

Si dos personas del mismo sexo se aman, estaban seguras en su relación y querían tener una familia, ¿qué los hacía menos "aptos" para ser padres que una pareja heterosexual? De hecho, se podría decir que en vista de las presiones y retos sociales para los que deben estar preparados , una pareja homosexual podría ser el mejor ejemplo de dos personas que llegaron fácilmente a la paternidad.

Regresemos rápidamente a la actualidad: si las encuestas de opinión pública sobre el tema del matrimonio homosexual revelan la postura de la mayoría de los estadounidenses sobre el tema, tenemos mucho que celebrar. Sin embargo, el hecho de que ocho estados de la unión americana tengan políticas muy similares a la prohibición de la "propaganda" gay en Rusia, nos recuerda que aún tenemos mucho camino por recorrer antes de que nuestra verdadera individualidad sustituya a la orientación sexual como objeto de nuestra valoración como parejas, padres y seres humanos.

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Otro compañero perfeccionista se manifestó en contra: era un joven procedente de una familia coreana conservadora y profundamente cristiana. Sustentó apasionadamente su postura, citó pasajes de la Biblia y habló de todo lo que había de "normal" y "bueno" en la monogamia heterosexual.

Defendió el argumento de dar un ejemplo adecuado a los niños e hizo referencias vagas a la confusión moral y psicológica que podría provocar el hecho de que dos hombres o dos mujeres criaran una familia . Tal vez incluso haya citado el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (DSM-II) que hasta 1974, un año después de que naciéramos, consideraba a la homosexualidad como un trastorno antisocial.

Estaba orgullosa de mi artículo, pero era claro que la opinión pública estaba del lado de mi oponente. Me sorprendió no solo descubrir que virtualmente ninguno de mis amigos me felicitó, sino que algunos decidieron que era divertido ponerme apodos durante las semanas que siguieron a su publicación. Esto hirió mis sentimientos, desde luego. Pero lo que no sabían —y no me había atrevido a publicarlo—era que vivía con mi padre y su compañero, un hombre con el que ha estado por más de un cuarto de siglo.

Aunque mi padre y su compañero eran socios de vida, también eran socios de negocios, hecho que les sirvió convenientemente para cubrirse en circunstancias en las que no sentían que fuera seguro revelarlo. Aunque vivíamos juntos, cada uno tenía su propia habitación y compartían una oficina en nuestra casa, lo que me permitía eludir las preguntas cuando me visitaban mis amigos de la escuela.

En ese entonces, nuestro léxico popular no había acuñado el término "compañero" para llenar el sitio que alguna vez estuvo reservado a "novia" o "esposo". Pero para mí siempre ha tenido un doble sentido. En ese entonces estaba orgullosa de su sociedad y todavía lo estoy. Me siento agradecida por haber sido criada en parte por un padre bisexual y un hombre gay , lo que me ha desafiado y alimentado. Nuestra familia se basa en el amor, aunque el intenso bagaje psicológico de su propia infancia y adultez temprana también matiza nuestras experiencias mutuas.

¿Fui cobarde al no publicar la naturaleza de mi familia en ese primer editorial? Después de eso, a menudo he sentido que debí haber sido más audaz. Pero recuerden que era 1989. El muro de Berlín estaba por caer, pero George Michael no había salido del clóset. La epidemia del sida asolaba a las comunidades gay y las nuevas formas de homofobia parecían tan estadounidenses como la tarta de manzana. El primer bebé de probeta acababa de cumplir 10 años. La fecundación in vitro y la maternidad subrogada eran extremadamente inusuales y las leyes de adopción discriminaban a las parejas homosexuales.

Hoy, si me encontrara en la misma posición que mi maestro de periodismo de la preparatoria, la discusión: "¿Debería permitirse que la gente gay tenga hijos?: a favor o en contra", apenas si tendría sentido en muchas partes del país, si no es que del mundo, afortunadamente. Escuchar a mi hija cuando pregunta despreocupadamente si puedo llamar a las mamás de Chloe o a los papás de Grace para acordar una reunión de juegos, me brinda cierto alivio existencial que me cuesta expresar con palabras.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Sienna R. Craig.

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