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OPINIÓN: Sobre la regulación de la marihuana en México, ¿qué haría Jesús?

Si la Iglesia católica tiene como objetivo ayudar al prójimo, debería entender que el prohibicionismo y la ilegalidad atentan contra ello
vie 28 febrero 2014 07:05 AM

Nota del editor: Aram Barra es internacionalista por la Universidad de Las Américas (UDLA) Ciudad de México y tiene estudios especializados en política de drogas y derechos humanos por la Universidad Central Europea. Es cofundador de Espolea  y actualmente se desempeña como Oficial de Programa de Política de Drogas para América Latina en México Unido Contra la Delincuencia y Transform Drug Policy Foundation .

(CNNMéxico) — Durante las semanas recientes, la arquidiócesis de México se ha sumado al debate público en torno a las iniciativas sobre la regulación legal de la marihuana en el país.

A través de las editoriales Ciudad Pacheca y Narcocultura de izquierda , así como una carta de respuesta dirigida al diputado perredista Eduardo Santillán, integrante de la Asamblea Legislativa del DF, la arquidiócesis ha reiterado su postura oficial en contra de lo que llama "legalización" de la marihuana.

Quizás esto no sorprenda a nadie el día de hoy. Sin embargo, la Iglesia católica no siempre ha estado en contra del uso de sustancias psicoactivas. Durante la década de 1800, el papa León XIII aprobó públicamente el vino de la cocaína, además de cargar consigo una licorera de piel para fortalecerse con el consumo de esa bebida. No estaba solo en esa época, Sigmund Freud, Julio Verne y Thomas Edison eran todos fans de la misma.

Casi tres siglos antes, en la primera década de 1600, el café fue introducido a Europa por primera vez . Muchos sacerdotes católicos se opusieron a su utilización, ya que era asociado con el Islam y los musulmanes árabes. Los obispos de Roma solicitaron al papa Clemente VIII prohibir el consumo de esta bebida, pero una vez que el Papa la probó , declaró que era "tan delicioso que sería una lástima permitirlo únicamente a los infieles musulmanes". La leyenda cuenta que el pontífice incluso bautizó el café, para hacerlo una bebida cristiana.

En las comunicaciones oficiales de la arquidiócesis de México, podemos encontrar tres argumentos principales con respecto al tema: 1) "La droga no se soluciona con droga"; 2) "La cultura de la muerte amenaza con superar el aprecio por la vida", y 3) "El nefasto liberalismo político donde lo inmoral se convierte en moral". A continuación analizo las principales fallas con estos argumentos.

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1) "La droga no se soluciona con droga"

Este argumento se basa en la idea de que la prohibición de las drogas envía un mensaje moral categórico sobre el hecho de que son inaceptables. Supone, en consecuencia, que la regulación legal de una sustancia condonaría su uso o incluso lo promovería. Nada más lejos de la verdad.

Comúnmente argumentan que la ilegalidad promueve la prevención primaria, reduciendo el uso. Esta propuesta, si bien instintivamente creíble, es difícil de medir más allá de la anécdota . El crecimiento histórico del mercado es muestra empírica de ello. Si la ilegalidad fuera funcional como prevención, hoy tendríamos los mismos o menos usuarios de drogas que 10 años atrás.

Irónicamente, los únicos dos lugares en donde el Estado abandona absoluta incidencia y capacidad de decisión por sobre el fenómeno de las drogas, es en la liberalización (la sustancia se autoregula con la mano invisible del mercado), y en el prohibicionismo (la ilegalidad eliminará por si misma al mercado). Es importante decir que hoy, ningún actor serio defiende públicamente el primer modelo, y al segundo le quedan cada día menos promotores, debido a la poca efectividad que ha demostrado durante los últimos 100 años de instrumentación.

Cuando en 1921 el gobierno de Estados Unidos decidió ilegalizar el alcohol para controlarlo, el crimen organizado respondió con sustancias más potentes, reduciendo el costo y manteniendo su demanda. Nueve años después de promulgada la ley de prohibición, el 70% del mercado había regresado a su tamaño pre-prohibicionista. El aumento en el precio del alcohol, incluyendo la prima por violación de ley, se redujo de 318% en 1921 a 171% en 1929. Al mismo tiempo, los costos de aplicación de la ley aumentaron en 600% durante este periodo. En pocas palabras, la droga no se cura con droga, lo mismo que las "consecuencias no intencionadas" del prohibicionismo no se curan con más prohibicionismo.

2) "La cultura de la muerte amenaza con superar el aprecio por la vida"

"La cultura de la muerte que amenaza con superar el aprecio por la vida y el respeto a la dignidad de las personas", asegura la arquidiócesis de México. El consumo de sustancias, agrega, "tiene origen en problemas multifactoriales y (resulta en …) la dramática y penosa realidad de los adictos, quienes experimentan una dependencia limitante de su calidad de vida, que pone en riesgo sus relaciones familiares y laborales". Es cierto, la dependencia a las sustancias y la adicción son problemas complejos que hacen de quien los padece, alguien que siente vivir en el infierno mismo.

Sin embargo, lo que esas personas necesitan es amor, apoyo y servicios de salud. La ilegalidad no ofrece ninguna de las anteriores, y por el contrario, exacerba los riesgos de sobredosis, violencia y muerte. No es el papel del sistema de justicia criminal enviar mensajes de salud pública o de moral individual, y cuando se le ha pedido hacerlo, ha demostrado ser burdo e ineficaz al respecto.

Las Iglesias (no solo la católica) entienden de lo que hablo. Su histórica labor en ayudar al prójimo es inconmensurable. Las y los trabajadores sociales, enfermeros, médicos y psicólogos saben mejor que nadie que la criminalización de quien usa drogas es el principal obstáculo para que quien sufre una adicción se acerque a los servicios de salud y reciba ayuda. Si la arquidiócesis de México quiere contribuir a la salud del prójimo, entenderá que la regulación legal es un camino mucho más directo para proteger y promover el aprecio por la vida misma.

3) "El nefasto liberalismo político donde lo inmoral se convierte en moral"

La regulación legal no es liberalización. Por eso, lo que el día de hoy proponemos quienes abogamos por la reforma de la política de drogas es que el Estado pueda establecer controles que nos ayuden a proteger a la sociedad de los peligros que pueden representar las drogas. Algo que, dicho sea de paso, el prohibicionismo nunca ha hecho ni podrá hacer.

Pensar que la moral personal debe conducir nuestros modelos de política pública es un craso y costoso error, incluso para la moral misma. Abogar por la instrumentación de políticas que son ineficaces, ineficientes y contraproducentes al crear más daño y sufrimiento innecesarios no es moral. Por el contrario, abogar por políticas que nos ayuden a minimizar los daños y maximizar el bienestar de las personas es tanto ético como moral.

Es justamente por eso que aunque la arquidiócesis de México plantea que la propuesta es "injusta y contraria a la dignidad y seguridad de las personas", hay muchas otras Iglesias que no solo se suman al debate de la reforma de la política de drogas, sino que promueven políticas alternativas. Tal es el caso de diversos líderes católicos en Brasil y del Arzobispo de Montevideo . La modesta apertura al debate por parte del Arzobispo de Guadalajara es sin duda bienvenida, y se suma a la posición de la Iglesia Evangélica Protestante de El Salvador .

Finalmente, hay que recordar que existe una diferencia relevante entre si una persona se comporta moralmente cuando usa una droga, y lo que constituye una respuesta política y moral del gobierno a ese uso.

Buscar la política más justa y eficaz que proporcione los mejores resultados para los individuos y la sociedad es la respuesta política más moral que existe. Por eso, la Iglesia católica debe preguntarse, ¿qué haría Jesús ante el sufrimiento que ha provocado el prohibicionismo? ¿Permanecería inerte y ciego ante la realidad?

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Aram Barra.

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