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OPINIÓN: Mi primer maratón, hacer posible lo imposible

Una experiencia adictiva, un reto que parece imposible, pero que miles de corredores cumplieron este fin de semana en la Ciudad de México
lun 01 septiembre 2014 12:38 PM
maraton ciudad de mexico lluvia
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(CNNMéxico).- Correr un maratón es romper las barreras de lo imposible.

En un país dominado por el futbol, la afición por correr queda muy detrás del basquetbol, el americano o el béisbol.

Hace ocho meses no corría tres kilómetros antes de detenerme para estabilizar mi respiración, además de tener las dos rodillas lastimadas y algunos kilos de más. A mis 34 años tenía que imponerme un reto que me obligara a recuperar condición física y mejorar mi salud, y la primera locura que se me ocurrió fue inscribirme al maratón de la Ciudad de México.

Después de varias carreras de 5 kilómetros, de 10, de 15, y tres medios maratones me volví adicto al ambiente de los corredores: un grupo de locos que cada 15 días busca mejorar su tiempo, canta mientras corre, llora, supera sus discapacidades, grita debajo de los puentes vehiculares del Distrito Federal y, por supuesto, al sonido de los tenis golpeando el asfalto.

La fecha del maratón se acercaba y recibí consejos de sobra: entrenamientos largos, de intervalos, de velocidad, de resistencia, tips de qué comer, qué beber, qué vestir, y cómo superar la famosa “pared” en los últimos kilómetros.

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Dormir en los días previos fue prácticamente una misión imposible. Me sentí tan emocionado como cuando hice mi examen profesional y con esa emoción llegué acompañado de mis amigos al punto de salida. Pensé que era el único, pero tampoco ellos habían podido dormir. Entre tanta emoción, apenas nos dio tiempo de hacer calentamientos y tomarnos las últimas fotos previo al inicio.

Ya en el bloque de corredores y bajo un aguacero que nos acompañaría los primeros 10 kilómetros comenzamos a caminar hacia la salida en el Hemiciclo a Juárez para empezar la carrera. Los gritos de "La lluvia no nos detendrá" calentaron a los deportistas que se abrazaban para superar el frío, y así llegamos al punto de salida, el sitio donde todo cambia. Desde ahí, lo único que importa es correr, seguir, y no voltear hacia atrás, pase lo que pase, hasta llegar al kilómetro 42.195.

Correr un maratón es ser el centro de atención de una fiesta en la que hay miles de invitados. La calidez de la gente que apoya a sus familiares y a los demás corredores es ampliamente motivadora, así como lo son los cómicos carteles de apoyo, con frases como "Alcanza a ese keniano", "Si no hay medalla no hay cerveza", "¿Pero querías una 'E', verdad?" (en alusión a la medalla conmemorativa de esta edición).

Durante la carrera experimenté todas las sensaciones: alegría, tristeza, desesperación, esperanza, desanimo, optimismo y aunque hice varios entrenamientos de larga distancia, fueron mis amigos y familiares los que marcaron la diferencia, aquellos que me tomaron la mano en el camino o me dieron un abrazo mientras me gritaban “¡Ni se te ocurra pararte!” o los que corrieron a mi lado en los últimos kilómetros.

Después de una pesada subida, con las piernas dormidas y las rodillas adoloridas, avisté la gran meta: el estadio de Ciudad Universitaria. Desde muchos kilómetros atrás dejé de escuchar la música de mi celular para alimentarme únicamente de los gritos de la gente y ese fue el momento que más disfruté.

Habían pasado aproximadamente dos horas de que había llegado el grupo de corredores ganadores, encabezado por el peruano Raúl Pacheco y la etíope Amare Shewarge.

Entrar al estadio y ver las gradas llenas para celebrar a los corredores fue como subir al olimpo de los grandes jugadores de futbol que son ovacionados por miles de personas, pero esta vez la gloria no era para un 'dios' del futbol, sino para un grupo de corredores que, por sus distintas razones, hicieron posible lo que alguna vez creyeron imposible.

Y la aventura continuará para el maratón de 2015.

Las opiniones expresadas en este texto pertenecen únicamente a Javier Rodríguez Labastida.

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