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OPINIÓN: Felices 10 años al smartphone… de dejarnos un planeta más sucio

Si esta navaja suiza de la era digital nos ha resuelto la vida con su crecimiento exponencial, es porque hay un subproducto del otro lado de la ecuación: su cara no tan inteligente, su lado sucio.
dom 12 marzo 2017 06:00 AM
e-waste
e-waste Solo dos ciudades de China y Ghana reciben al año, ilegalmente, más de 50 millones de toneladas de basura electrónica. (Foto: baranozdemir/Getty Images/iStockphoto)

Nota del editor: Juan Mayorga es periodista especializado en asuntos ambientales, principalmente cambio climático, transición energética y desarrollo urbano sustentable. Es maestro en Public Management y GeoGovernance por la Universidad de Potsdam, Alemania, colaborador de medios nacionales e internacionales. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.

(Expansión) — El teléfono inteligente cumple una década. Fue en 2007 cuando Steve Jobs nos introdujo a un universo de posibilidades interactivas, al despojar al teléfono celular de sus botones atávicos y su rudimentario sistema operativo. El milagro se llamó iPhone, e inauguró una era de innovación en dispositivos móviles.

Pocas veces la expresión “nos ha cambiado la vida” tiene tanto sentido como en el teléfono inteligente. Y no me refiero a las futilezas de tomarse “selfies pa’l Feis” o perseguir pokemones (aunque no les resto méritos), sino a los doctores de África revolucionando la atención médica en sus países con las herramientas de su smartphone; a los periodistas iluminando digitalmente la verdad en lugares antes inaccesibles; a la posibilidad de denuncias ciudadanas y anónimas contra distintas formas de crimen, a los millones de horas-hombre ahorradas en trámites y servicios, a los grupos vulnerables haciendo valer sus derechos a golpes de clicks y geolocalización.

Lee: Las cifras del iPhone a una década de su lanzamiento

En esta década, se han fabricado más de 7,000 millones de teléfonos inteligentes, según un reporte presentado en febrero por Greenpeace México . Según el mismo documento, 2 de cada 3 personas entre 18 y 35 personas poseen uno de estos aparatos. En suma, las cifras exhiben el carácter universal de aquello que hace 10 años era una excentricidad, cosa de nerds e introvertidos.

nullPero, si esta navaja suiza de la era digital nos ha resuelto la vida con su crecimiento exponencial, es porque hay un subproducto del otro lado de la ecuación: su cara no tan inteligente, su lado sucio. Ahí se cuentan:

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Impacto social

Nuestra voracidad por la tecnología está financiando una guerra en la República Democrática del Congo, en la que han muerto 5.4 millones de personas desde 1998. Ahí, ciudadanos humildes de nuestra hipócrita sociedad global extraen, a menudo en condiciones de esclavitud, el coltán que hace funcionar nuestros dispositivos electrónicos.

Del otro lado del mundo, los corredores industriales chinos que ensamblan los dispositivos inteligentes son la contraparte de la gente sonriente del Sillicon Valley. Los obreros en estas hacinadas líneas de producción no hablan de innovación ni posibilidades digitales por explorar, solo maquilan teléfonos inteligentes a veces en turnos de hasta 24 horas, a cambio de un salario tan bajo que no les deja pagar impuestos ni, vaya ironía, la iPad más barata. Nos enteramos de esta situación solo porque en 2013, unos 18 obreros optaron por la vía más corta para salir de esta realidad: se suicidaron.

Lee: ¿Un iPhone 'made in USA'? No es tan simple

Impacto ambiental

En China, el paraíso mundial de la manufactura, la producción de teléfonos inteligentes ha afianzado la demanda de energía barata, a menudo provista por fuentes sucias como carbón. Que no nos parezcan entonces ajenos los cielos grises de las ciudades chinas que vemos asfixiar a su gente.

Tras el principio contaminante de la cadena, seguido de una glamurosa y breve vida útil, otros países aun menos afortunados padecen el final de estos dispositivos. Solo dos ciudades de China y Ghana reciben al año, ilegalmente, más de 50 millones de toneladas de basura electrónica (e-waste).

“El mundo en desarrollo se está convirtiendo en el tiradero digital de Occidente”, señaló alguna vez el diario The Guardian a este respecto.

Hablamos de injusticia social a escala global. Mientras que un teléfono inteligente le dura a un estadounidense promedio poco más de dos años, según el reporte de Greenpeace, los lixiviados que contaminan con plomo el agua de comunidades en el sur global intoxican por años, sin esperanza de solución en un futuro próximo. La satisfacción efímera de quienes hacen filas kilómetricas en una iShop para comprar el nuevo iPhone — ni vale la pena recordar en qué número va — es comprada con el asimétrico sufrimiento de los mineros y obreros expuestos a sustancias cancerígenas para producir estos aparatos.

Lee: Apple recortará producción de iPhone en 2017

Pero no hace falta tirar el agua de la tina con el bebé dentro. El legado sucio de los smartphones en su primera década tiene distintas soluciones, según Greenpeace.

  1. Adoptar un modelo de producción circular, donde los fabricantes utilicen insumos reciclados o componentes aun funcionales de modelos antiguos. También es posible eliminar los químicos nocivos desde la fase de diseño, a fin de evitar filtraciones tóxicas cuando se hayan desechado.
  2. Extender la vida de útil. ¡Basta de obsolescencia programada! Desde las piezas, hasta el software, los dispositivos móviles (y cualquier otro producto) deben estar hechos para durar, y no para quedar rebasados a los tres años por los caprichos del mercado, con pretextos nimios como una cámara nueva o actualizaciones de programas.
  3. Fabricación con energías limpias. Las empresas deben de tomar en serio las emisiones de producción, y ser proactivos en la adopción de estos estándares por parte de filiales y subsidiarias. Urge dejar de externalizar a China el aire sucio que se ve indeseable en California.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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