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OPINIÓN: No me hable de las señales de alerta, presidente Trump

Estoy seguro que podemos reducir la cantidad de víctimas si logramos que sea más difícil que tanta gente acceda tan fácilmente a armas diseñadas para producir muertes en masa, opina Issac Bailey.
vie 16 febrero 2018 09:31 AM

Nota del editor: Isaac Bailey es miembro interino de la junta editorial del diario The Charlotte Observer, así como profesor de la cátedra James K. Batten de Políticas Públicas del Davidson College. Fue investigador del programa Nieman de la Universidad de Harvard en 2014 y escribió el libro My Brother Moochie: Regaining Dignity in the Midst of Crime, Poverty, and Racism in the American South que publicará la editorial Other Press en Estados Unidos. Síguelo en Twitter como @ijbailey . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN) — No es fácil predecir quién matará a alguien… ni impedirlo, aunque reacciones a las "señales de advertencia". Lo sé por experiencia propia.

Mi familia ha pasado muchas veces por lo que la familia de Nikolas Cruz pasará en los próximos días: ser objeto del escarnio de quienes se preguntan por qué no sabían que estaba a punto de matar —presuntamente—a 17 personas y tragarse la vergüenza que sienten los seres queridos de quienes cometen actos terribles.

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Tengo ocho hermanos, dos hermanas y un montón de primos y sobrinos a los que criamos como hermanos. Mi hermano mayor pasó 32 años en prisión por homicidio agravado. Tengo otro hermano que está purgando una sentencia de 16 años por su intervención en un robo a mano armada que terminó en homicidio. Sentenciaron por el mismo delito a un sobrino que se crio en mi familia como hermano y está cumpliendo una condena de 25 años en prisión. El año pasado, otro de mis hermanos empezó a purgar una sentencia federal de 24 años tras llegar a un acuerdo al reconocer que era culpable de homicidio atenuado, robo a mano armada y secuestro.

Por eso sé que lo que tuiteó el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el 15 de febrero —y lo que otras personas argumentan—, solo tiene sentido para quienes nunca han vivido lo mismo que familias como la mía.

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"Tantos indicios de que el tirador de Florida estaba mentalmente trastornado, incluso lo expulsaron de la escuela por conducta mala y errática", tuiteó Trump . "Sus vecinos y sus compañeros de clase sabían que era un gran problema, ¡Siempre hay que reportar estos casos a las autoridades, una y otra vez!".

El escritor conservador, David French, presentó un argumento similar . "Cuando las políticas fallan, la gente puede y debe estar a la altura de las circunstancias. Al analizar los tiroteos más letales desde el de Columbine, vemos que las señales de alerta estaban allí, una y otra vez. La gente pudo haber hecho la diferencia", escribió. "Nos hemos entrenado para no meternos en lo que no nos importa, a delegar las intervenciones en los profesionales y a 'no juzgar' los actos de los demás. Pero en realidad, somos el guardián de nuestro hermano; la ética de 'si ves algo, di algo' es parte vital de la vida comunitaria".

En mi familia sí nos metíamos en lo que no nos importaba. Sabíamos que somos los guardianes de nuestros hermanos. Reaccionamos agresivamente a cada signo de alerta… y pese a todo, no pudimos evitar que mis hermanos lastimaran a otras personas. Hicimos todo lo que debíamos hacer, de acuerdo con personas como French y Trump.

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Les conseguimos ayuda. Mi mamá llevó a mi hermano mayor a ver a terapeutas escolares y psiquiatras, aplicó castigos corporales, le quitó sus privilegios, lo abrazó, lo animó y rezó —vaya que rezó—; hizo todo lo que se le pudo haber ocurrido y, pese a ello, mi hermano terminó matando a un hombre a puñaladas.

nullDesde que mis hermanos menores eran muy pequeños, intervinimos en su vida para asegurarnos de que no siguieran el mismo camino que mi hermano mayor. Enfatizamos la importancia de la educación. Nos aseguramos de que fueran a la iglesia y de que conocieran a Dios y a Jesús. Les dimos ejemplos positivos, como los de mis hermanos y hermanas que fueron a universidades importantes, abrieron sus propios negocios y criaron exitosamente a sus propios hijos. Los recibimos en nuestra casa, en varias ciudades, para alejarlos de algún elemento negativo en nuestra ciudad natal. Los llevamos a ver a terapeutas y psiquiatras. Incluso llamamos a las autoridades —varias veces— cuando creíamos que harían algo terrible.

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No obstante, tuve que correr a casa tras recibir una llamada a media madrugada para avisarme que habían asesinado a la novia de mi hermano en un tiroteo. La bala era para mi hermano menor, pero le dio a ella.

Obligué a mi hermano a subirse a mi camioneta. Lo llevé al Departamento de Policía y le dije que contara todo lo que sabía sobre los posibles atacantes. Temí que fuera el principio de otro ciclo de violencia en nuestra pequeña ciudad, temí que mi hermano pensara que lo mejor era cobrar venganza con la esperanza que al haberse librado de la bala que mató a su novia haría la diferencia. No importó. A lo largo de los años, me encontré en tribunales estatales y federales, mirando a los fiscales argumentar que deberían sentenciarlo a muchos años de prisión por cosas que hizo incluso después de la muerte de su novia.

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No me hablen de señales de alarma. No me sermoneen sobre cómo supuestamente delegamos nuestra responsabilidad en otros. Predecir la conducta humana es una de las cosas más difíciles. Predecir quién recurrirá a la violencia es aún más difícil, particularmente porque muchas personas que "dan señales de advertencia" nunca toman un arma o un cuchillo. Es todavía más imposible hacerlo cuando la persona que da señales es alguien a quien amas, alguien a quien has visto sonreír y carcajearse, alguien con quien has llorado de alegría, alguien a quien le cambiaste los pañales. Parece que las piezas que supuestamente son fáciles de unir solo pueden unirse una vez que el daño está hecho.

Lo peor es que las familias como la mía quedan sumidas en un silencio vergonzoso por haber fracasado al intentar lo imposible: prevenir la clase de tragedia que incluso a los profesionales capacitados les cuesta detectar con anticipación. Al parecer, Cruz también dejó señales y, pese a todo, terminó matando presuntamente a 17 personas .

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Tal vez es momento de dejar de pedirles a los familiares de las personas trastornadas que hagan lo imposible y de que empecemos a tomar en serio la necesidad de cambiar una cultura saturada de armas. No podremos prevenir todas las tragedias, pero estoy seguro que podemos reducir la cantidad de víctimas si logramos que sea más difícil que tanta gente acceda tan fácilmente a armas diseñadas para producir muertes en masa.

null Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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