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OPINIÓN: El problema no es Meghan Markle. Es la monarquía británica

Está claro que Meghan tiene la oportunidad de hacer más incluyente a la monarquía, pero hay límites a lo incluyente que el sistema puede ser cuando confiere deferencia, opina Kate Maltby.
sáb 16 febrero 2019 07:05 AM

Nota del editor: Kate Maltby escribe y habla regularmente de cultura y política en medios de comunicación de Reino Unido; además, es crítica de teatro del diario The Times of London. También está terminando un doctorado en Literatura Renacentista. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.

(CNN) — ¿Leyeron la historia sobre que Meghan Markle exigió un aromatizante de ambiente sintético en una capilla real del siglo XIV? ¿O aquella sobre que hizo llorar a Kate Middleton ? Tal vez hayan visto el reportaje de una revista sensacionalista sobre que repartió marihuana en su primera boda o hayan disfrutado las teorías de la conspiración infundadas que circulan en las redes sociales, sobre que es la más reciente celebridad que finge un embarazo .

Ha sido indignante la marejada de críticas infundadas y, en el caso de la última afirmación, de franca difamación de la más reciente miembro de la familia real británica. Sus simpatizantes finalmente lo están denunciando: cinco amigos de Markle tomaron la inusual medida de hablar desde el anonimato con la revista People sobre su admiración por la Meghan a la que conocen, quien "personifica la elegancia, la gracia, la filantropía". Además, en un artículo excelente que se publicó en el Washington Post a principios de febrero, la escritora Yomi Adegoke detalla el racismo estructural que subyace a muchos de los ataques contra la primera mujer mestiza que se incorpora a la casa de Windsor a través del matrimonio.

OPINIÓN: En la familia real habrá alguien que ha vivido racismo y prejuicios

Mientras Reino Unido espera el nacimiento del primero hijo de Meghan con el príncipe Enrique , parece claro que la realidad de que haya en la familia real un niño con una abuela negra ha sacado a la superficie los prejuicios que estaban velados tras el anuncio de su matrimonio.

Pero pese a que es claro que el racismo tiene que ver con la satanización de Meghan en algunos ámbitos de la prensa británica, aquí hay algo más en juego. Meghan se casó con el príncipe Enrique por amor y cualquiera que los haya visto oyendo Stand By Me en su hermosa boda puede verlo, pero eso significa que se casó con un hombre cuya vida y cuyas responsabilidades políticas están definidas desde el nacimiento.

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Eso significa incorporarse a un mundo en el que tener personalidad es una desventaja, manifestar una opinión política en público está prohibido y conservar la lealtad del público depende de una mitología de simpatía y alejamiento místico.

OPINIÓN: Por favor, no cambien a Meghan Markle

El problema no es Meghan Markle. Es que la realeza es una institución insostenible en el siglo XXI.

Los aficionados estadounidenses, algunos de ellos devotos desde los días en los que protagonizaba la serie Suits, tienen una relación muy diferente con Meghan de la que tienen sus fans más acérrimos. Por definición, es una relación jurídica diferente. Nuestros impuestos pagan su vida. Cuando nos la encontramos, estamos obligados a hacerle una reverencia. Además, se supone que su cuñado podría llegar a ser nuestro rey y a tener el poder teórico de vetar nuestras leyes. Después de todo, en este país no somos ciudadanos, somos súbditos.

Incluso antes de Meghan, el interés de los estadounidenses en la familia real siempre ha sido frenético. Para los británicos puede parecer asombroso que los estadounidenses, que celebran orgullosamente sus valores fundamentales republicanos, contribuyan tanto a la fama internacional que sostiene a nuestra monarquía.

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La fijación con el cuerpo y las funciones reproductivas de Meghan (aunque suene horroroso y se amplifique muy claramente con la misogynoir, la misoginia contra las mujeres negras) surge en parte de que su hijo podría llegar a ser nuestro rey. Desde Ana Bolena hasta María de Módena, los súbditos británicos han fantaseado con embarazos fingidos e hijos sustitutos metidos a escondidas.

Las mujeres de la familia real ya no tienen que dar a luz en público; la tradición de que el secretario del Interior asistiera al parto se abolió apenas en 1948 , pero cada vez que Kate Middleton produce un hijo, es cuestión de horas para que todos esperen que se arregle el cabello, se maquille y pose para las fotos en tacones altos. Si Meghan elimina esta tradición bárbara, el mundo debería aplaudirle.

Un vistazo a los primeros años de Meghan Markle

El problema real es que gran parte de este escrutinio es razonable, pero solo dentro de la lógica retorcida de la existencia misma de una familia real. Piensen en un artículo del Telegraph , ridiculizado en Estados Unidos por muy popular en Reino Unido, en el que se insinuó que Meghan debería usar más prendas de diseñadores británicos. En circunstancias normales, solo un monstruo pretendería decirle a una joven qué ropa de diseñador debería usar y cual no.

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Pero Meghan ya no es solo una celebridad que gasta su propio dinero; la mantienen la Subvención Soberana, un sistema que se basa en el dinero del erario británico, y el ducado de Cornualles. (Sin embargo, hay que reconocerle que es una de las pocas esposas de miembros de la familia real que ha ganado dinero por su cuenta en años recientes). Claro que Meghan debería estar defendiendo al sector de la moda del país que la mantiene en su nueva capacidad. En cuanto a ese artículo sobre que repartió marihuana en Jamaica, hay mucha hipocresía alrededor de la raza y la marihuana, pero si la nieta política de la jefa de Estado violó la ley en un país de la Mancomunidad, es una cuestión constitucional (aunque sea una ley mala).

En el centro de este problema está la cuestión de que Meghan tiene personalidad y una huella pública previa, cosas que nadie en la realeza debería tener. Tradicionalmente, los estrategas reales han decretado que los miembros de la realeza deberían dejar la mayor distancia posible entre ellos y el público en general. El constitucionalista Walter Bagehot escribió que "no debemos dejar que caiga luz sobre la magia", que el pueblo británico no puede tener fe en el monarca como unificador nacional o como árbitro imparcial en la política si no lo veneran como si fuera un dios inhumano.

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Cuando los amigos de Meghan en Hollywood, acostumbrados a una fama diferente, publican fotos de su vida cotidiana en Instagram, la luz del día baña dramáticamente a la realeza. Pero ¿acaso la siguiente generación espera que el príncipe Jorge encuentre una esposa que nunca haya tuiteado una opinión política o que nunca haya publicado una foto de su comida favorita en Instagram? En un evento reciente, un niño le preguntó a Kate Middleton si la reina come pizza. Kate contestó que no sabía. La monarquía británica depende de que los niños sueñen con lo que come el monarca y nunca reciban una respuesta.

La solución simple es abolir un sistema tan absurdo y anacrónico. Está claro que Meghan tiene la oportunidad de hacer más incluyente a la monarquía, pero hay límites a lo incluyente que el sistema puede ser cuando confiere deferencia, además de todas estas presiones indeseadas, con base en la sangre. El príncipe Enrique ha hablado de que quiere renunciar a la vida de la realeza. Si Meghan y Enrique quieren ser realmente radicales, tal vez deberían alejarse por completo. No podrían tener más influencia sobre la vida de la realeza que denunciándola.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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