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La inédita toma de posesión de Biden y México con los dedos en la puerta

Ojalá que el gobierno mexicano aprenda de sus errores, rectifique el rumbo, restablezca la confianza y encuentre los puentes adecuados para una nueva relación bilateral con EU, señala Horacio Vives.
mié 20 enero 2021 11:59 PM

(Expansión) – Por diversos motivos, la toma de protesta de Joe Biden como 46º presidente de Estados Unidos tiene aspectos históricos. Al asalto a la sede del Capitolio de apenas hace dos semanas (6 de enero) se suma el estado de sitio en Washington y que Donald Trump tenga la nada honorífica circunstancia de ser el único presidente en haber enfrentado dos impeachments (juicios de destitución). También hay que sumarle a este anómalo Inauguration Day que Trump decidió no asistir a la toma de posesión de Biden.

Otra circunstancia que hace inédita esta transición es que, además del juicio político en proceso que buscar revertir un improbable retorno de Trump a la política en 2024, es muy posible que se sucedan en cascada una serie de acusaciones y procesos judiciales federales y estatales contra Trump, ahora que ya no contará con el manto protector del fuero presidencial.

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En esa lógica podrían entrar —todos en la categoría de “presuntos”— el fraude fiscal federal por no pagar impuestos en 15 años, la evasión de impuestos en el estado de Nueva York, el financiamiento ilegal de su campaña, la obstrucción a la justicia en la “trama rusa” y el Ucraniagate, diversas demandas por difamación y acoso (Summer Zervos y Jean Carroll, entre otras), más las acciones ya no políticas, sino penales y civiles que se puedan ejercer en su contra por su responsabilidad en el asalto al Capitolio.

Y las que se vayan acumulando, ¿o alguien cree que no nos iremos enterando de muchas otras trapacerías cometidas abusando de su poder en los últimos cuatro años?

Como si todo lo anterior no fuera lo suficientemente anómalo, todo este proceso de transición gubernamental se realiza en el entorno de la pandemia de COVID-19, que presenta justamente a Estados Unidos como el país más afectado. Después de un año de emergencia sanitaria, por fin el país más poderoso del mundo tendrá un presidente… que use cubrebocas (quedarán ya solamente Bolsonaro y López Obrador como “la pareja de la cara siempre descubierta”).

Ahora bien, del lado positivo, quizá lo primero y más notorio de este irregular cambio de gobierno en Estados Unidos es que por primera vez una mujer, Kamala Harris, asumirá la Vicepresidencia, cargo que también será por primera ocasión ejercido por alguien con raíces étnicas africanas y asiáticas.

Las prioridades de Biden

La agenda de reconstrucción de país tras el legado destructivo que deja Trump y de reposicionamiento del tradicional liderazgo internacional que ha ejercido Estados Unidos, bajo la conducción del presidente Biden, no admiten dilación alguna.

Es una obviedad que la situación de la pandemia en Estados Unidos no se resolverá con la llegada de un nuevo gobierno; pero el anuncio de 100 millones de vacunas en los primeros 100 días de gobierno es sin duda una promesa ambiciosa, factible, que marca un cambio radical de actitud frente a la pandemia en contraste con su antecesor.

Además —igual que hace 12 años le tocó a Obama— el flamante inquilino demócrata de la Casa Blanca tendrá que enfrentar una grave crisis económica que requiere respuestas inmediatas, en un entorno global de profunda recesión. Al menos contará con el apoyo del Congreso para aplicar instrumentos suficientes que probablemente permitan ir resolviendo estos importantes problemas.

En materia de política interior, uno de sus más importantes desafíos será ir revirtiendo el ambiente polarizado e intolerante al que tanto contribuyó Trump. En esa lógica, Biden deberá atender las razones que dieron lugar a la crisis racial que fue central en la agenda pública de Estados Unidos el año pasado; de ahí su insistente discurso de unidad nacional y reconciliación para dejar atrás el encono y polarización de los últimos cuatro años.

También en política exterior habrá mucho que revertir antes de poder emprender nuevos objetivos. En ese sentido, el anuncio de Biden de anular el “veto musulmán” trumpista para el ingreso a territorio estadounidense de ciudadanos de determinados países es un guiño en la dirección correcta; lo mismo su promesa de volver al Acuerdo de París y retomar la agenda ambiental y los respectivos compromisos globales.

Nueva relación bilateral con México

Por lo que respecta a México, el arranque del nuevo gobierno en Estados Unidos representa nuevos retos en la relación bilateral. En principio, tanto para México como para todo el mundo, no puede ser más que benéfico que por fin Trump deje la presidencia y la ocupe un líder sensato al frente de un gobierno profesional, con el cual se puede sostener una interlocución más o menos confiable.

Sin embargo, no se puede soslayar que la relación de Trump y su gobierno con México tuvo rasgos particulares, en comparación con otros países. Tal vez lo más grave de la relación bilateral en los últimos cuatro años es que se confundió la notoria afinidad personal entre ambos presidentes con los intereses de cada país.

Considerando su furibunda retórica antimexicana desde los tiempos de precampaña, allá por 2015, era de esperarse un grotesco avasallamiento de Trump contra nuestro país, una vez que llegó a la presidencia, y más aún dada la obviedad de que cada país trabaja en la búsqueda de sus legítimos intereses y la siempre asimétrica relación entre ambas naciones.

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Biden presenta paquete de 1.9 billones de dólares para atender la crisis en EU

En esa lógica, se cumplieron al 100% los pronósticos y el saldo de la balanza fue enteramente favorable para Trump. Le salieron todas: se militarizó la frontera sur de México para contener (que no resolver) las caravanas migrantes; amagó con la imposición de aranceles para renegociar un nuevo acuerdo comercial más favorable a los intereses del empresariado estadounidense; amplió el muro fronterizo y consiguió la (hasta ahora única) salida al extranjero del presidente mexicano para apoyarlo electoralmente en la búsqueda de su afortunadamente frustrada reelección.

Eso entre otras muchas lindezas, que el gobierno mexicano nos quiso vender en ocasiones como logros y en otras como “mal menor”.

A fin de cuentas, pues, México cedió en todas y, a cambio, recibió un trato diplomático “pasivo-agresivo”: Trump continuó su retórica antimexicana, aunque intercalada con elogios a López Obrador… quien, por cierto, hay que reconocerle, lo (único) que sí consiguió de Estados Unidos fue que contribuyera con parte de lo que la OPEP le impuso a México en la producción de petróleo para alcanzar un acuerdo que evitara, en su momento, una caída aún más grave del precio del crudo, dada la incomprensible renuencia del gobierno mexicano para cooperar con ese objetivo, a pesar de que sin duda beneficiaba al país, como efectivamente terminó sucediendo.

Sin ser, por supuesto, el momento de mayor gravedad en las relaciones entre ambos países, el cambio de administración toma a México en una situación compleja, más por los errores en la “estrategia” del gobierno mexicano que por iniciativa de Biden, quien hasta el momento no ha dado señal alguna de mirar hacia México, que por ahora debe andar muy, muy abajo en el listado de prioridades del nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Ojalá que, cuando salga de ese lugar, Biden no guarde rencores por aquellas “insignificancias” tales como la visita a la Casa Blanca para respaldar a Trump en plena campaña electoral, ser de los últimos gobernantes en el mundo en reconocer su triunfo electoral cuando Trump difundía su gran mentira del fraude, ofrecer asilo a Julian Assange, no condenar el ataque al Capitolio pero sí “defender la libertad de expresión” de Trump ante la suspensión de sus cuentas en redes sociales…

Y todo eso además de las mucho más relevantes diferencias en materia de política energética y, lo más importante de todo, la estridente y muy bochornosa detonación del affaire Cienfuegos y lo que éste significa para la relación bilateral.

Va a dar para mucho por analizar el curso de acción que siga el caso del ex Secretario de la Defensa Nacional. Una cosa sí es segura: confiado el presidente mexicano de su triunfo diplomático por haber obtenido su liberación y traslado a México tras su polémica y efímera detención en Estados Unidos, lo que vino a continuación al sur del Río Bravo fue una secuencia de errores garrafales que tienen a México en un brete.

Al éxito diplomático le siguió una vanagloria localista no sólo abyecta sino innecesaria y poco estratégica: la afirmación de López Obrador de que la captura del general se hizo con intenciones electorales; la actuación de la FGR —que ya nos quedó clarísimo que de autónoma no tiene nada—, que en un tiempo récord desestimó una investigación de la DEA y de la Fiscalía de Nueva York; la intención política de exonerar de plano al indiciado y descalificar la investigación como “fabricada” y, por último, la imperdonable orden relativa a la publicitación del expediente, que viola de manera flagrante no solo los tratados bilaterales vigentes, sino también, y muy gravemente, cualquier asomo de confianza entre los aparatos judiciales de ambos países.

Pero es que tenemos un presidente que no entiende, o no cree, que hay agencias y tribunales en otros países que son profesionales y, por lo tanto, no “fabrican” investigaciones ni responden “a modo” a los vaivenes políticos. La declaración del Departamento de Justicia de Estados Unidos descalificando la actuación de las autoridades mexicanas en el caso Cienfuegos es, sencillamente, demoledora.

Ojalá que el gobierno mexicano aprenda de sus errores, rectifique el rumbo, restablezca la confianza y encuentre los puentes adecuados para una nueva relación bilateral con Estados Unidos, aprovechando el cambio de interlocutor y la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Pareciera, estratégicamente, que no es mucho pedir… pero lo cierto es que ya nos tienen muy acostumbrados a fallar hasta en las más fáciles.

Nota del editor: Horacio Vives Segl es licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Belgrano (Argentina). Síguelo en Twitter . Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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