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Una granja orgánica da esperanza a niños de la calle en Tanzania

Una fundación le brinda a jóvenes necesitados la oportunidad de trabajar para un centro turístico de lujo cosechando productos orgánicos
mar 17 mayo 2011 11:11 AM
tanzania granja organica
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En Tanzania, ubicado en la costa este de África, los niños de la calle son vistos por mucos residentes locales como peligrosos, una amenaza o como busca pleitos.

El pequeño pueblo de Arusha, cerca de la frontera con Kenia , es conocido como la capital del turismo de Tanzania al ser la sede de muchas compañías de safaris que ofrecen viajes al Serengeti y más allá.

Sin embargo, cuando el sol se oculta en este tranquilo pueblo, su lado más siniestro aparece. Al caminar por sus calles se puede ver a los niños que viven en los márgenes de la sociedad.

A este sector de la juventud de Tanzania les ayuda la Fundación Watoto, para que puedan reconstruir sus vidas, y de paso impulsar a la industria del turismo en la zona.

La Cabaña Kiboko es planeado para ser el primer centro de descanso de lujo tipo safari que sea atendido exclusivamente por jóvenes de la calle. La cabaña tiene como principal vista el monte Kilimanjaro y los visitantes podrán disfrutar por la tarde la puesta del sol mientras tienen una exquisita cena preparada por estos jóvenes.

Entre este grupo de muchachos se encuentra Emmanuel Mallya, de 25 años, que es una de las historias de éxito de este programa.

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“Me gusta cocinar porque desde que era pequeño y veía cocinar a mi mamá o a mi hermana me daban ganas de interrumpirlas para decirles 'quiero ayudarte', así que lo hago con todo mi corazón”, cuenta Mallya.

Él es originario del pueblo Moshi, y no sólo está orgulloso de su trabajo, sino que se considera afortunado al ver su pasado en las calles. Por primera vez en su vida Mallya percibe un salario y construye su propio futuro.

“Hay una gran diferencia de cuando estaba en Moshi y ahora”, explica.

Noud Van Hout es el creador de la Fundación Watoto y la Cabaña Kiboko. Él asegura que el objetivo principal de este proyecto es darles habilidades para el futuro, brindándoles una educación básica, la oportunidad de aprender cómo desarrollarse, y terminando con un trabajo.

El largo viaje de no tener dónde vivir a tener un empleo formal, comienza en las calles. Cada noche, Aristide Nshange, un trabajador social y profesor en la fundación, recorre Arusha para hablar con niños sin hogar y convencerlos a ir a la casa de caridad del centro.

“Nosotros vamos y hablamos con ellos, los aconsejamos y les decimos que ese camino de las calles no es bueno porque no tiene un futuro para ellos”, asegura Nshange.

Cuenta además que a veces puede ser una tarde difícil, porque muchos de los chicos que están en las calles se acostumbran a un modo de vida peligroso. La adicción a las drogas es común, así como los abusos sexuales por parte de los más grandes.

Un problema particular es el uso del pegamento entre los niños. Es una mezcla mortal entre gasolina y solventes industriales que cuando se inhala le da a los muchachos una dosis muy tóxica.

“Las condiciones son muy malas porque no tienen un buen lugar para dormir y no tienen el suficiente alimento”, continuó Nshange. “Si tienen algún problema o se enferman no pueden acudir a un hospital porque no tienen dinero para pagarlo”.

Aquellos que aceptan la propuesta de Nshange son recibidos en el centro de recepción de la Fundación Watoto, conocida como la primera parada para los niños de la calle.

En el centro los jóvenes reciben orientación y se les da educación básica, un lugar para desarrollarse y lo más importante: seguridad.

El énfasis en la fundación es hacia la disciplina, y existe una tolerancia cero al uso de drogas. El centro puede atender por periodo a 12 jóvenes de entre 13 y 18 años.

Muchos de los que llegan de las calles no saben leer ni escribir, por lo que es lo primero que se les enseña. Aunque tienen la opción de abandonar el centro en cualquier momento, también pueden aplicar para pasar a la segunda fase del programa para niños de la calle.

El segundo centro se encuentra en Makumira, un pequeño pueblo en la región de Arusha. Éste tiene un área de casi siete hectáreas y es donde los ahora ex niños de la calle reciben entrenamiento vocacional.

Además es una granja orgánica autosuficiente y un negocio exitoso, con clientes de todo el país. Aquí se venden desde mesas para días de campo hasta huevos.

Para Mallya, el pasado quedó atrás y ahora mira al futuro con las habilidades que aprendió en la cabaña.

“Tengo un plan, un gran plan en mi vida, y tengo que trabajar duro porque quiero abrir mi propio restaurante o centro como Kiboko”, explica.

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