Las tres principales causas por las que un emprendimiento social fracasa
La falta de recursos, un contexto poco sensible a sus necesidades y una falla constante en la formación de un consejo de administración efectivo son los tres principales factores que desvían a un emprendimiento social de su camino al éxito.
Así lo detectó el estudio Causas de Fracaso en Empresas Sociales Mexicanas, el primero de su tipo en el país, realizado por el Instituto del Fracaso en conjunto con Promotora Social México y la dirección de Investigación de la Universidad la Salle del Bajío.
“Encontramos que, a diferencia de los emprendedores tradicionales o de giro tecnológico, los sociales no se sentían preparados para integrar proyectos que fueran susceptibles de recursos financieros”, dijo la directora del Instituto del Fracaso, Leticia Gasca, durante la presentación de la investigación.
El desconocimiento de las fuentes para obtener financiamiento y la sensación de falta de apoyo por parte de incubadoras y fondos especializados contribuyeron a esta primera causa, al menos para los fundadores de los 115 emprendimientos –sostenibles y con generación de ingresos- que conformaron la muestra.
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Un emprendedor social, según la Fundación Canadiense de Emprendimiento Social, es un individuo que reconoce un problema social y usa principios emprendedores para organizar, crear y manejar un proyecto que genere cambio. Sin embargo, durante la constitución de la organización que pretende resolver esta situación, se presenta el segundo pain point o punto de dolor: el entorno.
Actualmente, estos negocios se forman con las figuras de Sociedad de Acción Simplificada (SAS) , Sociedad Anónima Promotora de Inversión (SAPI) o Asociación Civil (AC). Esto ha llevado a especialistas del ecosistema a pensar que debiera existir una figura legal especial para ellos que les ayude a tener estímulos fiscales y mayor acceso a inversión.
Es el caso de la B Corporation, una certificación para empresas que cumple con rigurosos estándares sociales y ambientales y que hoy tienen alrededor de 1,600 compañías de 120 industrias en 42 países, según datos de B Lab, organización estadounidense que la promovió.
“Pero en México gran parte de la legislación está pensada para las sociedades anónimas. Esto genera vacíos. Además, la creación de distintos regímenes especiales dificulta el cumplimiento de recaudación y eso es algo que al gobierno no le gusta”, dijo a Expansión el abogado en derecho corporativo, Arturo Pérez-Estrada, del despacho Greenberg Traurig.
Para la directora general de Programas de Desarrollo Empresarial del Inadem, Marisol Rumayor , la inexistencia de esta figura obedece más a que la realidad del auge de las causas sociales con lucro le ganó a la política pública. Algo que también ha ocurrido con las fintech o la economía compartida.
“Mientras no exista se las tienen que ver como sea. Sin embargo, esto no es una barrera que impida la creación de más emprendimientos sociales. De existir (la figura), tendría que ser una que facilite el campo de trabajo y evite la corrupción en la que pueden caer las SAPI o AC, que piden donativos pero al mismo tiempo generan ingresos para los inversionistas”, dijo Rumayor a Expansión.
Pérez-Estrada agregó que para crearla se necesitaría reformar al menos la Ley de Sociedades Mercantiles, como ocurrió con la SAS. “Ahora que la ley fintech llegue al Congreso nos servirá de termómetro para ver qué tanto cuesta cambiar la legislación mexicana a favor de los emprendedores”.
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Gobierno corporativo, lo más conflictivo
Finalmente, el estudio arrojó que la tercera causa que más pesa a la hora del fracaso de este tipo de emprendimientos tiene que ver con los consejos de administración. Según Gasca, lo perciben como un “órgano conflictivo”, donde no hay claridad en la filosofía y repartición de responsabilidades.
“Queda claro que para las start-ups tradicionales o tecnológicas la prioridad es maximizar la generación de recursos, pero en una social también quieres maximizar el impacto. Este dilema crea tensión en los miembros del consejo”, explicó.
Esto al final deriva en la ausencia de compromiso y falta de responsabilidad en los socios que impide la formación correcta del grupo. El especialista de Greenberg Traurig recomendó a los emprendedores enfocarse en integrar a personas comprometidas, que agreguen valor “más allá del famoso smart money”.