Gabriel García Márquez, relato de un 'náufrago' cinematográfico
Gabriel García Márquez desde su juventud tuvo un amor no correspondido: el cine. En ese entonces no se imaginaba que lo suyo sería recibir el Nobel de Literatura y no la estatuilla del Oscar.
Gabo, quien falleció el pasado 17 de abril en la Ciudad de México, intentó varias veces ser parte de la cinematografía latinoamericana. A sus 25 años estudió en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma y antes de cumplir 30 trabajó en México con el escritor Carlos Fuentes en un guión basado en El gallo de oro de Juan Rulfo.
“Las ideas de Gabriel García Márquez fueron incompatibles con el cine. No tiene una sola película que valga la pena, es un festival de la exageración y el ridículo”, señala Felipe Coria, director del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM.
En 1954, casi al terminar sus estudios en cine, también participó en Colombia en el cortometraje La langosta azul, un trabajo considerado único en su tipo por su influencia surrealista y su producción independiente.
Posteriormente su trabajo llegó a ser filmado por el director Arturo Ripstein, el camarógrafo Gabriel Figueroa e interpretado por Ignacio López Tarso, Marga López y Enrique Rocha.
Una idea “indestructible”
García Márquez, ya como Nobel de Literatura (premio que recibió en 1982), fue nombrado por el entonces mandatario Fidel Castro como presidente de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), con sede en Cuba. De aquí también surgió la Escuela Internacional de Cine y TV, donde Gabo impartía sus talleres de cuento.
“Entonces no quería nada más en esta vida que ser el Director de Cine que nunca fui. Ya desde entonces hablábamos casi tanto como hoy del cine que había que hacer en América Latina, y de cómo había que hacerlo”, dijo García Márquez durante la inauguración de la FNCL en diciembre de 1986.
Su misión era crear un “único” cine Latinoamericano, más humano y sin grandes presupuestos. Gabo aseguraba que si por más de 30 años había tenido esa meta es porque era “una idea indestructible”.
A partir de entonces colaboró con sus antiguos compañeros de estudios cinematográficos: el cubano Tomás Gutiérrez Alea, reconocido por su cinta Memorias del subdesarrollo y el argentino Fernando Birri, apodado el padre del Nuevo Cine Latinoamericano.
“Como guionista y formador de guionistas no fue un referente. Sus cortometrajes fueron muy difíciles” y colaborar con García Márquez se complicaba además porque “pesaba mucho la personalidad del escritor, ¿quién lo iba a cuestionar?”, dice Felipe Coria.
Parte de los trabajos que se ‘cocinaron’ gracias a los talleres fueron producidos en México en 1991. Salieron a la luz tres cortometrajes compilados bajo el título Con el amor no se juega.
Ahí pudo colaborar con los actores Daniel Giménez Cacho, Araceli Ramírez y Blanca Guerra, con el camarógrafo Carlos Marcovich y nuevamente con el director Tomás Gutiérrez Alea. Las historias estuvieron a cargo de Susana Cato, Consuelo Garrido y Eliseo Alberto.
Finalmente, su concepto de un “único cine latinoamericano” no prosperó y fue rápidamente rebasado ante la llegada del documental y el cine realista e hiperrealista.
Excelencia literaria, bodrio cinematográfico
Felipe Coria, director del CUEC, señala que las novelas de García Márquez que fueron llevadas al cine “están más cercanas al bodrio que a la excelencia. Hay un problema de adaptación literaria; el cineasta tiene que destruir el texto pero se enfrentaría al escritor”.
El amor en tiempos del cólera, pone como ejemplo Coria, “es peor que una telenovela brasileña pero con una dosis de soft porn. Hubo un proyecto de Akira Kurosawa de filmar Cien años de soledad, y el mismo Gabo estuvo tentado a aceptar porque sabía que el director japonés no era cualquier patán. Finalmente no se concretó pero hubiera sido interesante”.
Otros grandes escritores de la región corrieron con la misma suerte al llegar al cine. Está La tregua, de Mario Benedetti o Pantaleón y las visitadoras, de la que el mismo Mario Vargas Llosa fue codirector.
Coria concluye que el olvido de esta faceta sería lo mejor para el colombiano porque su trabajo literario le basta para ser “inmortal”.
García Márquez, antes de terminar su discurso en 1986 como presidente de la FNCL, aseguró que Fidel Castro era “el cineasta menos conocido del mundo”. Con suerte, Gabo será el segundo.