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Los extravíos de la economía mexicana

Como reza el proverbio bíblico: por sus obras los conoceréis. Lo más difícil de todo es distingu
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

La sabiduría convencional suele asumir como verdad incuestionable que las variables macroeconómicas han sido eficientemente conducidas bajo el modelo neoliberal, contrario sensu la noche oscura del modelo económico precedente, globalmente convertido en leyenda negra. En consecuencia, aunque suele admitirse que el modelo neoliberal ha traído consigo costos sociales, se postula que éstos son susceptibles de corregirse sin modificar las políticas macroeconómicas.

- Desafortunadamente, esta sabiduría convencional no es congruente con las evidencias empíricas: las estrategias macroeconómicas desplegadas durante casi dos décadas de experimentación neoliberal no han logrado conciliar los cuatro grandes objetivos macroeconómicos (estabilidad de precios, finanzas públicas sanas, equilibrio externo y crecimiento económico), amén de haber provocado –como resultado intrínseco de los instrumentos de política económica aplicados– efectos negativos sobre la tasa media de crecimiento, las cadenas productivas, la distribución del ingreso y el bienestar social.

- De hecho, los resultados adversos observados en la economía mexicana durante el periodo 1983-1999i, como observamos en nuestra entrega anterior, no son imputables exclusivamente al modelo neoliberal como estrategia económica de largo plazo –basada en la apertura comercial unilateral, abrupta e indiscriminada; y en la severa reducción de las funciones del Estado en la promoción activa del desarrollo económico– sino que también son imputables a las sucesivas estrategias macroeconómicas de mediano plazo instrumentadas durante este período.

- La primera estrategia macroeconómica de mediano plazo –aplicada desde la crisis de la deuda de 1982 hasta diciembre de 1987– tuvo como objetivo dual liberar recursos internos para servir la deuda externa y controlar la inflación desencadenada por las macrodevaluaciones cambiarias, a través de un paquete de políticas contractivas de la demanda interna agregada, consistentes en: 1) la reducción de la inversión pública y del gasto público programable, que trajo consigo el achicamiento o supresión de programas gubernamentales de fomento económico general y sectorial (el gasto público en fomento industrial como porcentaje del PIB disminuyó de 11.9% en 1982 a 8.7% en 1988 y la inversión pública se redujo de 10.4 a 4.9% del PIB: además de la privatización o liquidación de empresas públicas consideradas como no prioritarias; 2) el alza de los precios y tarifas del sector público (que contribuyó a restar poder de compra a la población); 3) la reducción de los salarios reales (mediante la fijación de incrementos salariales inferiores a la inflación observada); 4) la restricción de la oferta monetaria y crediticia (la base monetaria del Banco de México se redujo en 1987, en términos reales, 26.7% respecto a 1982ii), 5) la subvaluación cambiaria, combinada inicialmente con el mantenimiento de la hiperprotección comercial (instrumentada en 1982 como solución tradicional al problema de la balanza de pagos que estalló con la crisis de la deuda) y que a partir de 1984 es abandonada en favor de un proceso acelerado de apertura comercial.

- Resultados: se logró eliminar el desequilibrio en la cuenta corriente de la balanza de pagos y superar el desequilibrio fiscal operacional, pero en medio de una permanente inestabilidad de precios (la inflación media anual fue de 90.5%). Además, la aplicación prolongada y persistente del paquete de políticas contractivas, produjo el clásico circulo vicioso recesivo: se contrajo la demanda, disminuyó la producción en numerosas ramas y se estancó a nivel agregado (las mayores ventas al exterior no pudieron contrarrestar la contracción del mercado interno), se desincentivó la inversión, disminuyó el empleo y esto presionó (junto con la política de topes salariales) los salarios a la baja, deprimiendo la demanda agregada, la producción y la inversión. Suma sumarum: un sexenio de crecimiento cero (0.2% anual), que implicó una caída del PIB per cápita a una tasa de 2% anual.

- Reaganomics salinista
La segunda estrategia macroeconómica de mediano plazo, instrumentada a partir del denominado Pacto de Solidaridad Económica decretado en diciembre de 1987, dejó de asumir como prioridad el equilibrio externo y asumió como prioridad la estabilización de los precios, utilizando como instrumentos principales: 1) la aceleración de la apertura comercial (la tasa arancelaria máxima fue reducida de golpe de 45 a 20% y las importaciones sujetas a permisos previos se redujeron de 26.8% en 1987 a 9.2% en 1991); 2) la utilización del tipo de cambio como ancla de los precios, primero mediante la fijación de la tasa de cambio a lo largo de 1988 y, desde 1989, mediante un deslizamiento del peso frente al dólar estadounidense a un ritmo menor que el diferencial inflacionario entre México y su principal socio comercial, lo cual desembocó en la creciente sobrevaluación de nuestra moneda; 3) la eliminación del déficit fiscal, a través de la perseverante reducción de la inversión pública, de la aceleración de la privatización de las empresas paraestatales (que disminuyeron de 437 en 1987 a 99 en 1993iii), y del persistente achicamiento o supresión de programas de fomento económico sectorial (el gasto en fomento industrial se redujo de 9.2% del PIB en 1987 a 4.8% en 1994; y la inversión pública disminuyó de 5.6 a 3.5% del PIB; 4) la inducción y armonización de las expectativas inflacionarias a través de la concertación en el PSE y de la fijación de la tasa de incremento de los salarios mínimos igual a la tasa de inflación proyectada (por cierto, siempre superada por la inflación realmente observada, lo que provocó el persistente deterioro de los salarios reales).

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- La liberalización de los mercados financieros (que incluyó la apertura parcial del sistema bancario al capital extranjero, así como la reforma de la legislación bursátil y regulatoria de la inversión extranjera) se convirtió en instrumento complementario escencial para atraer el ahorro externo requerido para cerrar la brecha de divisas en la cuenta corriente, que resultaba de la combinación venenosa entre apertura comercial abrupta y política de peso fuerte a ultranza, dando lugar a una especie de reaganomics salinista: endeudar al país y enajenar activos nacionales para comprar en el exterior mercancías que compitieran con las nacionales y presionaran la inflación a la baja.

- Resultados: se consiguió avanzar hacia la estabilidad de precios (cerrando el sexenio con una inflación de un dígito: 7.1% anual) y se logró el festinado superávit en las finanzas públicas (0.98% del PIB como superávit operacional en promedio sexenal), pero la combinación venenosa de una apertura comercial unilateral, abrupta e indiscriminada con la utilización del tipo de cambio como ancla de los precios, trajo consigo un enorme déficit comercial (que en 1994 ascendió a $24,267 millones de dólares) y un descomunal desbalance de la cuenta corriente (de $29,662 millones), provocando un dramático crecimiento de los pasivos externos (que saltaron de $125,002 millones de dólares en 1988 a $270,197 millones en 1994), hasta desembocar en el colapso financiero más grave de la historia mexicana.

- ¿Bienestar social?
Después del colapso decembrino de 1994, el tercer gobierno neoliberal desplegó inicialmente (durante 1995) una estrategia de ajuste y estabilización similar a la desplegada durante el periodo 1983-1987: a) contracción de la inversión y el gasto públicos, alza de precios y tarifas del sector público y nuevas privatizaciones; b) reducción del poder adquisitivo de los salarios; c) política monetaria y crediticia severamente restrictiva (la base monetaria en términos reales fue, en enero de 1996, 25.4% inferior a la de enero de 1995iv); d) drástica reducción de la absorción interna de mercancías a través de la subvaluación cambiaria y de los anteriores instrumentos contraccionistas de la demanda interna agregada. La particularidad de la aplicación zedillista de esta estrategia, estribó en que en vez de ser instrumentada en forma de un programa gradualista, fue aplicada en forma de severo plan de choque.

- Resultados: se logró reducir el desequilibrio externo (el déficit de cuenta corriente se redujo de 7% del PIB en 1994 al 0.65% en 1995), pero los efectos de esta estrategia sobre la economía real y sobre el sistema financiero fueron devastadores. En 1995 se observó: 1) una reducción de 8.3% en el producto interno bruto por habitante; 2) un descenso de 29% en la inversión fija bruta; 3) un incremento de 75% en la tasa de desempleo abierto; 4) un descenso de 16.3% en el poder adquisitivo del salario mínimo; 5) un mayor rezago en infraestructura, que se plasmó en un descenso de 31.1% en la construcción de obra pública. Además, el crecimiento vertical de las carteras vencidas –agudizado por las políticas contraccionistas– detonó la tremenda crisis sistémica de la banca comercial.

- Después de 1995, la estrategia macroeconómica de mediano plazo es sustancialmente modificada. Se mantienen: la restricción monetaria y crediticia, la “estricta disciplina fiscal” (sin considerar la enorme deuda pública contraída en el rescate bancario, que al cierre de 1999, según cifras del IPAB, ascendió a $844,160 millones de pesos) y el deterioro continuo de los salarios reales; pero la subvaluación cambiaria es abandonada, volviéndose a la estrategia salinista de estabilización que utiliza el tipo de cambio como ancla de los precios.

- Resultados: el equilibrio inicialmente conseguido en la cuenta corriente de la balanza de pagos desapareció (en 1999, el déficit comercial sin maquiladoras ascendió a $18,700 millones de dólares y el déficit corriente alcanzó los $15,726 millones, no obstante los altos precios que alcanzó el petróleo durante el segundo semestre), enfilándose el país hacia un nuevo ciclo de desequilibrios en las cuentas comercial y corriente, con la consiguiente vulnerabilidad financiera externa. Ciertamente, la inflación se redujo de 52% en 1995, a 27.7% en 1996, a 18.6% en 1998 y a 12.3% en 1999; pero la fragilidad financiera derivada de la utilización de la tasa de cambio como ancla antiinflacionaria amenaza nuevamente con convertir la desinflación en un logro efímero. Además, a causa del desastre bancario en que desembocó la reforma neoliberal de los mercados financieros, el déficit fiscal operacional ascendió a 3.01% del PIB en promedio anual (si se incluyen, como debe hacerse, los pasivos netos del Fobaproa contraídos para rescatar a los bancos); y el crecimiento económico, acumulado durante los primeros cinco años del sexenio, ascendió apenas a 14.4%, de manera que el incremento sexenal del PIB resultará cercano a la mitad del observado bajo cualquiera de los últimos siete gobiernos preneoliberales.

- Así, las estrategias macroeconómicas desplegadas bajo el modelo neoliberal no han logrado conciliar los grandes objetivos macroeconómicos (estabilidad de precios, equilibrio externo, finanzas públicas sanas y crecimiento económico), amén de haber traído consigo efectos tremendamente perniciosos sobre la planta productiva y el bienestar social.

- Como reza el proverbio bíblico: por sus obras los conoceréis. Las políticas macroeconómicas del neoliberalismo han arrojado inferiores resultados, en términos de equilibrios macroeconómicos, que los observados durante casi cuatro décadas (1934-1970) bajo el modelo keynesiano-cepalino de la Revolución Mexicana. Más aún, no es fácil decidir quién ha manejado peor las variables macroeconómicas, si los gobiernos “populistas” de Echeverría y López Portillo, que operaron el último tramo del modelo sustitutivo de importaciones, o los gobiernos neoliberales: en ambos casos hay tremendos desequilibrios macroeconómicos, con dramático crecimiento de los pasivos externosv, pero con los gobiernos “populistas” por lo menos hubo crecimiento.

- Sería un error, sin embargo, deducir del fracaso del modelo neoliberal la conveniencia de volver al modelo económico instrumentado exitosamente –incluso en sus estrategias macroeconómicas de mediano plazo– desde los años 30 hasta fines de los 60. Ello no es viable ni deseable. Mucho menos lo es volver a la estrategia macroeconómica de mediano plazo aplicada durante los años 1971-1982, cuyos erróneos manejos cambiarios y fiscales –que analizaremos en nuestra próxima entrega– condujeron al primer gran colapso financiero de la historia contemporánea. Más bien, a la luz de nuestra experiencia y de las evidencias empíricas internacionales de desarrollos económicos exitosos, México debe desplegar una nueva estrategia económica que supere las ineficiencias estructurales y macroeconómicas que han extraviado a la economía mexicana, tanto bajo el modelo neoliberal como durante el último tramo del modelo económico precedente.

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José Luis Calva es investigador en el Área de Estudios Prospectivos de la Estructura Económica de México en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

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Notas:
i Véase nuestra entrega anterior en Expansión, núm. 799, México, 13 de Septiembre de 2000.
ii Con base en Banco de México, Indicadores económicos. Acervo histórico y Carpeta mensual.
iii Véase Jacques Rogozinski, La privatización de empresas paraestatales, México, FCE, 1993.
iv Con base en Banco de México, op. cit.
v Véase cuadro 3 de nuestra entrega anterior.

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