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El loco negocio del cambio climático

Con las soluciones del sector privado sólo se salvarán los ricos, dice el periodista McKenzie Funk; en su libro presenta un ecosistema donde los emprendedores son dioses que manipulan la naturaleza.
mié 04 junio 2014 06:00 AM
El autor ha escrito en medios como National Geographic, Rolling Stone y The New York Times. (Foto: Especial)
libro ceo (Foto: Especial)

Mientras la comunidad científica, políticos y ambientalistas están preocupados por el cambio climático, para algunas empresas e inversionistas, el calentamiento global es una oportunidad para ganar dinero.

Y precisamente el periodista McKenzie Funk narra con ironía sus encuentros con esos ‘ganadores’ del cambio climático en su primer libro Windfall (‘Caído del cielo’).

Funk ha escrito en medios como National Geographic, Rolling Stone y The New York Times.

En su libro cuenta la historia de una empresa que transporta agua dulce de los glaciares hasta las ciudades costeras de California en bolsas gigantes de plástico.

Y la de un banquero de Wall Street, que compró 404,685 hectáreas en Sudán sin haberlas visitado, para hacer fortuna cuando ocurra la crisis alimentaria . Y aunque parezca, las historias de estos emprendedores no son de una película de ciencia ficción.

Pero no sólo a los fundadores de start-ups les han ‘caído del cielo’ ideas de negocio tras el cambio climático. Incluso Bill Gates patentó un exterminador de huracanes, un aparato que baja la temperatura de la superficie del mar y le roba fuerza a las tormentas.

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Oportunidad en la debacle
A diferencia de autores como el economista estadounidense William Nordhaus, que publicó meses antes The Climate Casino (‘El casino climático’), un libro que plantea que es necesario que las personas, las empresas y los gobiernos actúen para revertir el cambio climático, Funk presenta el ecosistema empresarial ante el cambio climático.

Por seis años, Funk recorrió 24 países y analizó el comportamiento empresarial ante el calentamiento global en compañías de diferentes sectores. El autor no habla sobre consultoras de sustentabilidad ni empresas que fabrican paneles solares, sino de un ecosistema empresarial que crearon quienes ven oportunidades de negocio en donde otros ni siquiera se imaginan invertir.

Funk plantea que la lógica de la creación de negocios en medio del cambio climático se parece a la de cualquier otra crisis: de la escasez y la falta de certidumbre surgen oportunidades. Sólo que, en este caso, los emprendedores se vuelven dioses que manipulan la naturaleza. Por ejemplo, mientras los glaciares de todo el mundo se derriten dos veces más rápido que hace 10 años, el negocio de la  nieve artificial vale 1,000 millones  de dólares y no deja de crecer.

No es el único caso. La población de insectos tropicales, que transmiten enfermedades peligrosas, aumenta gracias al calentamiento global. ¿Cuál es la respuesta del mercado? Ya hay empresas que crían mosquitos genéticamente modificados que -como un caballo de Troya- se insertan en un enjambre natural de mosquitos y los destruyen.

Las aseguradoras son otras beneficiadas. En lugar de que el cambio climático aumente sus costos, les ha dado “publicidad a escala bíblica”, señala el autor, y no sólo eso, también les ha permitido expandir su mercado y elevar los precios de sus pólizas.

Éstas son algunas pruebas que Funk ofrece sobre cómo el cambio climático benefició a varias industrias de forma radical y, hasta cierto punto, ridícula.

En un mundo de escasez, hasta lo más básico de la vida se vuelve negocio. Bajo esa premisa, el libro presenta el caso del director de un fondo de inversión de alto riesgo que dice que el agua será la materia prima más valiosa del futuro, “más que el petróleo, los metales preciosos o cualquier otra materia prima agrícola”.

Esto, debido a que en las próximas cuatro décadas, la mitad de la población mundial enfrentará escasez de agua.

Windfall plantea que quienes pueden -los grandes bancos, inversionistas y los líderes de gobiernos de países ricos- ya aprovechan sus contactos políticos, hacen cálculos de costo, mapas de calidad de suelo y compran tierras fértiles para ganar dinero cuando llegue la crisis de alimentos.

Según Funk, en la última década estos inversionistas adquirieron casi 40% de la tierra cultivable en África.

Dilemas éticos
Como buen periodista, Funk deja a los lectores la decisión final de admirar o rechazar a los emprendedores que presenta.

Aunque muestra su incomodidad ante el ecosistema que percibe y deja claro que “los inversionistas del cambio climático” ganan dinero de una situación en la que la mayoría de la población está sufriendo.

El autor duda que las soluciones que ofrece el mercado sean suficientes para enfrentar los problemas del cambio climático. Cita el caso de la ineficiencia y la “pesadilla logística” de los bomberos privados de Londres, en el siglo XIX, que sólo protegían a los que podían pagar por la protección. El autor cuenta que incluso llegaron a los golpes para conseguir clientes en lugar de combatir las llamas y salvar vidas.

Funk critica que los proyectos de “los emprendedores del cambio climático” sólo mejoran la vida de unos pocos mientras empeoran la situación de los demás, por la contaminación que generan.

El autor recuerda su visita a una planta de desalinización cerca de la Franja de Gaza que provee “agua S. Pellegrino desde la llave” a los israelíes, pero cuya producción es sumamente costosa en términos de emisiones de dióxido de carbono. “Es como una serpiente comiendo su propia cola”, dice el libro.

A diferencia de William McDonough y Michael Braungart, autores de Cradle to Cradle (‘De cuna a cuna’), que recomendaban a las empresas buscar nuevas formas para diseñar y producir con menor huella ambiental, así como mayor colaboración entre gobiernos y el sector privado, Funk no propone una nueva filosofía de negocios para enfrentar el cambio climático. Incluso parece que ni siquiera cree en eso.

“Al final, esas colaboraciones también sirven sólo para quienes tienen el dinero para financiarlas”, dice el autor. “Se salvan los habitantes de Dubái mientras millones de personas en Bangladesh mueren”.

Funk deja ver entre líneas que la industria de las energías limpias ha logrado controlar el cambio climático y que si continúa esta tendencia industrial -apoyada por gobiernos-, quizá no tengamos que enfrentarnos con un Carlos Slim del agua o con especuladores que hagan fortunas del próximo huracán.

Sin embargo, el autor concluye que las soluciones actuales del sector privado frente al cambio climático son devastadoras: “Sólo podrán salvarse los ricos del destino fatídico de los demás”.

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