¿Quiénes son los "mojados de lujo"?
Son las seis de la mañana, pero hace rato que amaneció. Es un día laborable cualquiera del verano y la esquina que forman la 2ª Avenida y la calle Ontario, en el este de Vancouver, se va llenando de hombres, la mayoría jóvenes y todos extranjeros. Buscan trabajo como ayudantes de jardineros, cargadores, pintores, albañiles o cualquier otra actividad que no requiera entrenamiento especial. Ni permiso para trabajar.
Las camionetas se acercan y los choferes, sin bajarse de sus vehículos, los contratan por uno o dos días de trabajo. Al final del día les pagan su jornal en riguroso efectivo. Nada de descuentos por sindicatos ni por seguridad social. De ahí el nombre de la esquina: cash corner.
Los extranjeros que llegan a Vancouver en busca de empleo y sin más recomendación que su juventud, saben que ahí pueden obtener chambas por uno o dos días mientras consiguen algo más seguro.
La cash corner de Vancouver y sus equivalentes en otras ciudades del primer mundo han sido la entrada al mundo laboral informal de muchos jóvenes, varios de ellos oriundos de Guadalajara.
Son los ‘mojados de lujo’. Universitarios que rondan los 20 años. Muchos están matriculados en las universidades privadas con reconocimiento, como el ITESO, el Tecnológico de Monterrey o la Universidad Panamericana. Aprovechan el largo periodo de vacaciones en el verano y se van a trabajar en lo que se pueda; ellos se contratan como meseros, ayudantes de jardineros, repartidores de pizza, cantineros, lavaplatos, cargadores o albañiles. Ellas, aunque en menor número, también se aventuran para ganar dólares y trabajan como meseras o cuidando niños.
César estudia ingeniería en el ITESO. Este verano convenció a cuatro amigos de que hicieran el viaje juntos; pagaron 4,500 pesos por el boleto redondo a Vancouver y como Canadá no pide visa a los mexicanos, sólo fue cuestión de animarse.
Entre los cinco rentan un pequeño departamento con una habitación por el que pagan 750 dólares canadienses (alrededor de 7,500 pesos) al mes. Los primeros días no tuvieron suerte y se la pasaron en blanco en la cash corner. Luego los contrataron como albañiles por unas semanas, pero algo falló y se les cayó el empleo.
Volvieron con más contactos y mejor suerte, consiguieron trabajos más duraderos como pintores de casa y en jardinería. Ganan en promedio 100 dólares canadienses diarios (1,000 pesos). Lo importante es que no falte la chamba, para poder regresar a Guadalajara con unos pocos ahorros para darse algunos lujos y “para tener cierta independencia económica de mis padres, aunque sea por un momento”, cuenta César.
No hay estadísticas sobre esta migración laboral de lujo, ni registros de ingresos de divisas, pero por lo que se habla en las universidades parece que cada vez es mayor. Muchos jóvenes lo hacen después de terminar la preparatoria; se toman lo que llaman ‘un año sabático’ para viajar, aprender idiomas o decidir con calma la elección de carrera universitaria.
Otros lo hacen en el verano, aprovechando el tiempo libre y el clima benigno. La mayoría prefiere ciudades canadienses por las facilidades migratorias, pero hay quienes buscan fortuna en ciudades medias de Estados Unidos, de preferencia lejos de los destinos habituales de los migrantes convencionales.
Los que quieren conocer mundo se van a Europa –Londres, de preferencia– y los más osados, a Australia. Son conscientes de estar violando las leyes locales y saben que pueden ser deportados, pero deciden correr el riesgo.
Las mujeres universitarias del siglo XXI también se interesan en viajar, aprender idiomas, trabajar y vivir en otras culturas. Existe una organización mundial, Au Pair, especializada en poner en contacto a las jóvenes y las familias interesadas en tener niñeras extranjeras, todo bajo la ley.
Por lo general, quienes se contratan como niñeras pasan largas temporadas, de seis meses hasta dos años. Viven con familias estadounidenses o de Canadá y establecen una relación afectiva con los niños y sus padres; cuando deciden regresar a México, no falta la amiga o la prima a quienes recomiendan para que el ciclo continúe.
Lecciones de español
A María F. toda la vida le ha gustado cuidar niños. Es soltera, tiene 24 años, estudió puericultura en Único de la Universidad Autónoma de Guadalajara y ha trabajado en jardines de niños. Es la primera que se ofrece para cuidar sobrinos, primos pequeños o hijos de los vecinos. Lo hace por gusto, aunque no rechaza un pago. Durante un tiempo pensó en irse a Estados Unidos y ganarse unos dólares, aunque sus padres no veían con buenos ojos que viajara a trabajar como baby sitter.
Una amiga le prestó un catálogo de Au Pair, pero mientras se decidía, le llegó otra oportunidad: una prima que trabajaba como niñera con una familia en California la llamó para preguntarle si estaba dispuesta a irse porque un matrimonio de profesionistas estaba buscando quien cuidara de Finn, su hijo de tres años. María convenció a sus padres y, en poco tiempo, le mandaron el boleto de avión para viajar a San Francisco.
Tuvo una buena experiencia en su estancia como niñera. Vivía en un bungalow adjunto a la casa, con habitación, baño, cocina y entrada independiente. Su jornada empezaba a las 10 de la mañana cuando preparaba el lunch de Finn. Luego lo llevaba al parque y jugaba con él hasta las cuatro de la tarde en que regresaban los padres del niño. El resto de la tarde lo tenía libre y podía ver televisión en su recámara o salir de paseo.
Recibía, por lo menos, 120 dólares (1,296 pesos) a la semana, aunque en algunas semanas en que los padres salían por la noche le pagaban tiempo extra y llegó a ganar hasta 300 dólares (3,240 pesos). María estuvo un año trabajando en California, incluyendo tres semanas de vacaciones en Hawai.
A la pregunta de cómo se comunicaba con sus patrones, María responde que no domina el inglés, pero “le hacíamos como podíamos, el señor habla un poco de español y yo con mi poquito de inglés hacíamos un spanglish muy especial, pero lo que sí puedo decir es que Finn, con sus tres años, ya entiende bien el español”.
El viajero incidental
No todas las motivaciones son económicas. Hay quienes viajan para vivir en otro ambiente, lejos de su entorno familiar. Es el caso de Bernardo H. Un poco vagabundo, un tanto aventurero y un mucho inquieto, nació en Guadalajara hace 22 años. Suspendió temporalmente sus estudios de arquitectura para irse a conocer el mundo. Lleva un año recorriendo Europa. No tiene problema con los idiomas porque habla fluidamente inglés y francés, además de su español materno.
Por lo general llega a un sitio en el que tiene algún contacto previo. Puede ser Londres, Barcelona o Marsella. Después busca trabajo en los servicios informativos para jóvenes –como el periódico Gumtree de Londres– o recorre hostales para revisar los anuncios de empleos. Consigue algo temporal como mesero… hasta que se aburre o se cierran las oportunidades. Entonces viaja a otro lugar y vuelve a empezar el ciclo. Bernardo ha vivido en media docena de ciudades europeas; ha trabajado como cargador de mudanzas, albañil, lava coches, mesero, garrotero, encargado de locutorio y ayudante de jardinero con sueldos y experiencias muy variadas.
Desde hace dos meses está en Londres. Obtuvo un empleo como encargado de un cibercafé gracias a una convocatoria en el Gumtree. Gana el sueldo mínimo de 4.5 libras (97 pesos) la hora y trabaja 40 horas a la semana. Vive en una casa grande de ocho habitaciones en East London, en un ambiente que podría ser de la ONU porque ahí conviven personas de varios países. Bernardo comparte la habitación con un mexicano, del DF, y paga 65 libras (1,400 pesos) a la semana por el hospedaje. Gasta otras 30 libras semanales (648 pesos) en transporte y cada vez que sale por la noche a tomarse algunas cervezas con sus amigos desembolsa lo que gana en ocho o 10 horas de trabajo; “la pinta (pint, alrededor de medio litro) de cerveza anda por las 3 o 4 libras (64 a 86 pesos); más el cover, más algo que te comas, ya te gastaste las 30 o las 40 libras (640 a 860 pesos)”, dice Bernardo, entrevistado a larga distancia.
Aunque su experiencia pudiera parecer fuera de lo común, él no lo cree así: “Es un fenómeno nacional y, por supuesto, mundial. En todos los lugares que he estado hay jóvenes de todas partes de México y del mundo. La mayoría universitarios, pero también profesionistas que se van de su país a la aventura; una parte para lograr cierta independencia monetaria y otra parte, por vivir de cierta manera que en sus respectivos lugares de origen no sería posible; es el caso de los mexicanos y especialmente tapatíos”, explica.
Aprender inglés y ganar dólares
Esteban G. terminó la preparatoria y no tenía muy claro qué carrera estudiar. Tampoco dominaba el inglés por lo que convenció a sus padres para que le pagaran un curso de cinco meses en Toronto. Fueron unos 6,000 dólares canadienses (60,000 pesos) por los boletos de avión, hospedaje, alimentos, colegiatura y gastos personales. Además, otros 2,000 pesos por el seguro de gastos médicos con cobertura internacional.
En las primeras semanas de clase se enteró de que varios de sus compañeros combinaban los estudios de inglés con la práctica de trabajos en la economía informal. Después de terminar el curso, Esteban decidió quedarse un mes más para trabajar y ganarse unos dólares.
“No me costó mucho conseguir trabajo, porque en Toronto hay unos periódicos en español con anuncios de empleo en los que no te piden papeles. Eran de empresas que se dedican a contratar personal para trabajar como choferes, lavaplatos, personal de limpieza, obreros, pintores, pero en otras empresas. Había muchas opciones, pero en todas pagaban lo mismo: 250 dólares canadienses (2,500 pesos) a la semana”.
Después de un intento de trabajar en una pastelería, lo contrataron como ayudante en labores ligeras de remodelación de casas. “El trabajo era muy sencillo; me tocó hacer instalaciones eléctricas, cosas de jardinería, pero como todos eran lejos de Toronto, creo que eran como dos horas efectivas al día y todo lo demás eran trayectos”. Después de un mes de trabajo, Esteban se despidió de su patrón y regresó a Guadalajara para empezar su carrera como administrador de empresas.
El verano termina y los ‘mojados de lujo’ se preparan para su regreso a la vida universitaria. A diferencia de los otros emigrantes, tienen oportunidades en México; muchos van a concluir sus estudios universitarios o a seguir su vida habitual. No los motivó el hambre, sino el gusto por vivir algo diferente, en otra cultura y lejos de su familia. Mientras llega agosto, se levantan muy temprano porque hay que trabajar duro para ganarse los dólares con el sudor de su frente.