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Mujer indígena combate machismo

En su pueblo, la oaxaqueña de 27 años no tiene derecho a trabajar fuera de casa ni a votar; bajo el esquema de "usos y costumbres" las indígenas no tienen los mismos derechos que los homb
dom 27 enero 2008 11:11 AM

Las mujeres en esta aldea zapoteca, en las montañas boscosas de Oaxaca, se levantan todos los días a las 4 de la mañana para recoger leña, moler maíz, preparar la comida del día, atender a los niños y limpiar la casa.

Pero no se les permite votar en las elecciones locales porque, dicen los hombres, no trabajan lo suficiente.

Fue aquí, en una aldea que ha luchado durante siglos para preservar las tradiciones indígenas, que Eufrosina Cruz, de 27 años, decidió ser la primera mujer que se postula para alcaldesa, pese al hecho de que no se les permite a las mujeres asistir a las asambleas municipales y mucho menos postularse a un cargo.

La junta municipal integrada totalmente por varones rompió las boletas emitidas en su favor en las elecciones del 4 de noviembre alegando que, como mujer, no era ''ciudadano'' del pueblo. ''Esa es la costumbre aquí, que solamente voten los ciudadanos y no las mujeres'', dijo Valeriano López, el vicealcalde.

En vez de rendirse, Cruz ha lanzado el primer desafío serio, a nivel nacional, a las formas tradicionales de gobierno de los indígenas conocidas como ''uso y costumbres'', que recibieron pleno reconocimiento legal en México hace seis años en aceptación de los movimientos por los derechos de los indígenas en toda Latinoamérica.

''Para mí ya es abusos y costumbres'', dijo Cruz cuando presentó su queja en diciembre a la Comisión Nacional de Derechos Humanos. ''Y no más exijo eso; también exijo que nosotras, las mujeres de allá de la montaña, tengamos el derecho de decidir nuestras vidas y no solamente el derecho de votar y de ser votadas, porque dice la constitución que tenemos ese derecho''.

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López admitió que los votos a favor de Cruz fueron anulados, pero afirma que sólo sumaban 8 de casi 100 emitidos en esta aldea prácticamente sin pavimentar de unos 1,500 residentes.

Cruz sostiene que estaba ganando y quiere que las elecciones se anulen y se vuelvan a efectuar, esta vez con el voto femenino.

Pero los líderes varones no aflojan. ''Aquí se vive diferente, señor, que una ciudad. Aquí la mujer se dedica a su hogar y los hombres a rozar o a limpiar milpa'', dijo Apolonio Mendoza, secretario del concejo municipal integrado totalmente por varones.

Cruz ha recibido algún apoyo de hombres de mayor edad, quienes por ley del pueblo pierden sus derechos políticos al cumplir los 60 años. Algunos varones más jóvenes también dicen que el sistema debe cambiar y dar más derechos a las mujeres.

En una reciente reunión de varias docenas de partidarios de Cruz, a la mayoría de los cuales no se les permite votar, algunas mujeres con sus tradicionales chales grises recuerdan que se les negó acceso a programas de asistencia del gobierno porque no iban acompañadas de un hombre.

''Consíguete un marido'', dice Martina Cruz Moreno, de 19 años, que le dijeron las autoridades en Quiegolani a su madre viuda cuando trató de obtener material de construcción suministrado por el gobierno para mejorar su casa de madero y techo de estaño, con piso de tierra. ''A mi mamá le dijeron que no porque no tenía marido, mi papá ya murió, que fuera a conseguir su marido''.

Eufrosina Cruz, que dejó el pueblo a los 11 años en busca de perfeccionar su educación, es soltera. Como mujer, se le prohíbe participar en la ''labor comunitaria'' que califica a los aldeanos varones como ''ciudadanos''. Esas tareas incluyen reparar caminos, arrear ganado, limpiar calles y cultivar la tierra.

''A mí me gustaría ver a los hombres hacer tortillas, por un solo día, y que me digan que no es un servicio'', dijo Cruz, describiendo las horas que se pasa limpiando, remojando, cocinando y preparando el maíz, moldeando la harina en discos chatos y recogiendo leña para cocinar.

Durante los importantes festivales de la aldea se espera que las mujeres cocinen para todos los varones invitados pero no se les permite sentarse a la mesa junto con ellos, dice Cruz, y son relegadas a esteras de paja sobre el piso. La ropa se lava a mano y, aunque la mayoría de las casas tienen algún sistema de agua corriente, suelen tener un solo grifo.

Cruz decidió escapar a esa vida después que vio que su hermana de 12 años era entregada a un hombre mayor en un matrimonio arreglado por su padre. La hermana tuvo su primer hijo a los 13 años y desde entonces ha dado a luz a otros siete.

Viajó a la ciudad más cercana para enrolarse en una escuela, vivir con familiares y mantenerse con trabajos variados.

''Yo ni sabía qué era un autobús'', afirma.

Como todavía no hay empleos formales en su pueblo para las mujeres, Cruz trabaja como directora de una escuela en un pueblo cercano y regresa a Quigolani la mayoría de los fines de semana. Las autoridades municipales dicen que eso le impide postularse a la alcaldía por no ser residente permanente. Pero el hombre que ganó la elección también trabaja fuera del pueblo, y queda en duda acerca de cuánto tiempo pasa aquí.

Cruz considera que la cuestión de la residencia es un pretexto y señala que las autoridades también han prohibido postularse a las mujeres y a cualquiera que tenga un título universitario. Dice que ha respetado las leyes de uso y costumbre cumpliendo los deberes que funcionan como medida de la devoción de los residentes a su pueblo. Durante cuatro años ha ''cargado la virgen'' en una procesión religiosa por el pueblo y ha contribuido a financiar u organizar otras festividades.

La mujer supuso que su apelación para anular las elecciones era sólida; después de todo, la constitución de México garantiza el derecho al voto a hombres y mujeres. Primero fue al consejo electoral de Oaxaca y luego al congreso estatal. Después que ambos organismos ratificaron la votación, llevó su reclamo a la comisión en la Ciudad de México.

''No estoy pidiendo nada para mí, que yo sea la presidenta ni nada de eso. Estoy pidiendo por las mujeres indígenas, para que nunca más haya leyes que permitan la segregación política'', escribió Cruz a los comisionados, que podrían recomendar a las autoridades estatales ordenar nuevas elecciones locales. ''Que tengamos la oportunidad en nuestra propia comunidad de decidir quién va a dirigir, que tengamos el derecho de decidir el rumbo de nuestras vidas''.

En México, muchas ordenanzas locales datan de antes de la conquista española. No recibieron reconocimiento nacional legal hasta después de una reforma por los derechos indígenas del 2001 tras el levantamiento de los rebeldes zapatistas en Chiapas.

La ley establece que los poblados indígenas pueden ''aplicar sus propios sistemas normativos (...) siempre y cuando obedezcan los principios generales de la Constitución y respeten los derechos de los individuos, los derechos humanos y particularmente la dignidad y bienestar de las mujeres''.

Pese a esta protección específica, aproximadamente una cuarta parte de los pueblos indígenas que operan dentro de la ley no permiten el voto a las mujeres y plantean un dilema a los grupos defensores de los derechos humanos: la mayoría apoyó activamente el reconocimiento de los sistemas de gobierno indígenas y por lo tanto pocos han abrazado la causa de las mujeres a quienes esos sistema excluyeron de la política.

Cruz va ahora sola de una oficina del gobierno a otra, llevando siempre consigo un ramo de lirios como símbolo de las mujeres indígenas. ''Es un símbolo para nosotras las mujeres indígenas'', explicó. ''Allí en el pueblo se da mucho; a veces no la cuidamos, no la regamos, pero sin embargo florece''.

''Los legisladores la avalaron por flojera, para no molestar a los de la comunidad porque podía ocasionar un conflicto'', dijo la representante Perla Woolrich, legisladora del estado de Oaxaca que apoyó la causa de Cruz. ''En el pasado pudo haber sido muy positivo. Ahora se escudan en usos y costumbres para seguir violando los derechos y mantener cacicazgos. Se necesita una revisión de los usos y costumbres para desechar aquellos que son violatorios de los derechos humanos''.

Cruz dice que no se opone a todas las costumbres de su pueblo. Aprecia el énfasis que se pone en el consenso y en la responsabilidad compartida, en vez de la afiliación a partidos políticos opuestos. Esto estimula a las comunidades indígenas a mantenerse unidas, factor clave para su supervivencia. ''Si realmente se aplicara como es, los usos y costumbres tienen cosas muy bonitas'', comentó.

Está preparada a apelar ante las autoridades electorales federales si es necesario.

''Allá en la montaña, desgraciadamente, nadie nos oye, nadie nos escucha'', dijo. ''Si no se hace nada, va a pasar otro siglo así en Quiegolani, en el olvido''.

 

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