El peculiar sonido de la vuvuzela puede llegar a tener su encanto

Si tienes un televisor, seguramente escuchaste las vuvuzelas, o al menos has oído hablar de ellas. Son unas cornetas baratas de plástico que decenas de miles de espectadores hacen sonar en los estadios de futbol de la Copa del Mundo en Sudáfrica, y su sonido es como un incesante grupo de mosquitos rondando la oreja de un campista iracundo.
La mayoría de los televidentes dicen que la palabra vuvuzela, al igual que orquitis, es una palabra hermosa para algo horrible. Las cornetas no dejan de sonar durante los 90 minutos del partido y son la palabra perfecta para lo que hacen las abejas zánganos: ser improductivos. Al menos eso dicen las multitudes que ahora ven los partidos con el televisor sin volumen.
Aunque le bajo el volumen, las vuvuzelas permanecen en mi oído hasta cuando apago el televisor. El mundo de los deportes nos ha dado un oído de nadador, codos de tenista y pie de atleta. Aquí, al menos, cada espectador que ve los juegos en casa termina como si hubiera ido a un concierto de Metallica.
No hay una etimología clara para la palabra vuvuzela, pero yo creo que viene del latín vuvu que significa ‘sangre’, y zela, que significa ‘que sale de los dos oídos’. Y su estruendo es justo el que la FIFA esperaba obtener con la Copa Mundial.
Esta semana, los periódicos y televidentes exigieron que las vuvuzelas sean eliminadas de los estadios durante el mes del torneo porque dicen que no permiten que se escuchen los cánticos tradicionales del futbol. Tampoco piensen que los Niños Cantores de Viena tenían mayor protagonismo cuando el Manchester United se enfrentaba al Liverpool en la Liga Premier.
He ido a muchos partidos en Europa y a Copas Mundiales, y muchas de las canciones tradicionales que cantaban ahí son de peor gusto que las trompetas de plástico de las que ahora se quejan. Créanme: la vuvuzela suena como Louis Armstrong tocando la trompeta de San Gabriel en una nube en el cielo.
Quizás sea el síndrome de Estocolmo, pero ya me gusta la vuvuzela por muchas razones: con la Copa Mundial 2010, la vuvuzela ya se convirtió en la alarma inconfundible e instantánea de que algo está ocurriendo en el mundo antes de que llegues al televisor.
Claro que nos priva de tranquilidad, pero la vuvuzela es un poco de tranquilidad: una bella palabra para algo bello. Después de que se juegue la final de la Copa Mundial el 11 de julio, el sonido seguirá evocando a Sudáfrica, al igual que el diyiridú evoca a Australia, la gaita a Escocia y el claxon a la ciudad de Nueva York.
Aunque no me gustara la vuvuzela, me reservo mis quejas. No es educado decirle a otro país cómo debe ver sus partidos de fútbol. El sonido que emiten las vuvuzelas es cacofónico, pero llenador y alegre al mismo tiempo. Nos recuerda a la unificación de los mosquitos que atrozmente azotan de malaria al continente africano.
Para bien o para mal, la vuvuzela es el sonido de Sudáfrica. Como dijo Charlie Bird Parker: “si no lo vives, no vengas con tu corneta”.
Nota del editor: Steve Rushin, ex escritor de Sports Illustrated, es autor de la novela: The Pint Man, publicada por Doubleday.
Las opiniones y comentarios expresados aquí son los de Steve Rushin.
Traducción de Luz Noguez