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De la pobreza a la riqueza: la caída de un genio del billar

A pesar de su vida desenfrenada, el mundo despide con dolor a una leyenda del billar tipo ruso, el irlandés Alex 'el huracán' Higgins
mar 03 agosto 2010 04:23 PM
Alex Higgins
GET. Higgins Alex Higgins

Ustedes saben la historia: un chico de las calles del centro de una ciudad desafía todas las probabilidades para ganar al campeón y convertirse en el poseedor del título.

Este patrón usual para un boxeador fue seguido por Alex Higgins, un genio instintivo cuya extraordinaria historia de pobreza a la riqueza, y de vuelta a la pobreza, recién terminó con su muerte a la edad de 61 años.

Aunque participó en muchas peleas, Higgins no era un boxeador, sino un jugador de billar snooker (billar ruso) que cambió la imagen pública de ese deporte.

A pesar de sus numerosas fallas, se volvió uno de los más grandes héroes deportivos de Irlanda del Norte, y su funeral en Belfast el lunes ciertamente atrajo un gran número de dolientes.

Pocos en América Latina pueden haber oído de Higgins –pues la modalidad popular es el pool (billar americano)- pero cualquiera que haya tomado un taco de billar, en cualquier disciplina, habría admirado inmediatamente el talento único de Higgins.

Su técnica se desarrolló cuando todavía estaba en la escuela (aunque con frecuencia no asistía) en el Jampot, un salón de snooker en Belfast, en donde él vivía de gaseosas y chocolate y en donde los adultos le quitaban su dinero.

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Sin embargo, pronto les empezó a ganar a todos, no sólo por dinero sino en competencias legítimas. Fue campeón amateur de Irlanda del Norte a los 18, cruzó el Mar de Irlanda y se estableció en Blackburn, norte de Inglaterra.

Rápidamente se volvió Alex Huracán Higgins debido a su velocidad en la mesa, su decisión inmediata de la mejor opción de golpe y su rápida ejecución.

En semanas, el mundo del snooker estaba inundado con historias sobre sus jugadas. Vivió en las cuadras 9, 11, 13, 15 y 17 de la famosa calle Ebony, mudándose de cada casa de esa calle condenada a ser demolida.

“Sólo tiene tres vicios”, dijo su primer manager, John McLoughlin: “Beber, apostar y las mujeres”.

Empezó a jugar partidos de competencia en frente a espectadores y en contra del campeón mundial reinante, John Spencer.

Higgins claramente estaba listo para torneos profesionales, aunque hubo cierta resistencia a permitirle ser miembro de los Billaristas Profesionales del Mundo y de la Asociación de Snooker porque algunos decían que no era “el tipo adecuado”.

Sin embargo, la opinión contraria prevaleció y en febrero de 1972 se volvió el campeón mundial en su primer intento, un recorrido épico en esos días porque cada partido duraba una semana. Le tomó 11 meses, desde su primer partido hasta el último, conseguir la victoria sobre Spencer para alcanzar el título.

En ese momento, el snooker era, sobre todo, un deporte folklórico ignorado por los medios, pero Higgins era algo tan diferente que los periódicos y los intereses comerciales empezaron a ponerle más atención.

El campeonato del año siguiente fue transmitido parcialmente por la BBC, y en cinco años todo el campeonato estaba siendo televisado desde su primera bola hasta la última, dándole patrocinio y derechos económicos al deporte.

El auge del snooker en el Reino Unido no se debió sólo a Higgins, porque el torneo implica más de un jugador, pero fue indudablemente el jugador más taquillero y toda una celebridad de la televisión, aumentando la temperatura emocional en cada lugar que jugaba, idolatrado por las fraternidades de apuestas y de bebida que lo adoptaron como su representante.

Después de 10 años tempestuosos, durante los que ganó dos títulos masters, se volvió campeón mundial por segunda vez en 1982, dando unas de las imágenes más icónicas de snooker al llorar de la alegría, en el instante en que su esposa y su bebé se unieron a él en la cancha con el trofeo.

“Esto sostendrá a Lynn y a Lauren de por vida”, dijo en ese momento, pero el primer puesto era sólo de 25 mil libras –ahora de 250 mil libras- y su personalidad era en todo caso muy volátil para sostener cualquier relación.

En 1990, el amor de su vida, Siobhan Kidd, lo dejó por una haberle hecho una fractura en el pómulo. En 1997, después del que sería su último partido en el circuito, una pelea con su siguiente novia, Holly Hayse, terminó cuando ella lo apuñaló con un cuchillo de cocina.

El snooker era el pegamento que sostenía su vida a pesar de las innumerables ofensas disciplinarias, que incluyeron pegarle un cabezazo a un director del torneo, tomar a un árbitro del cuello y golpear a un funcionario de prensa.

Los problemas aparecían invariablemente cuando estaba en un bar por la noche. Una vez, amenazó de muerte a su compatriota norirlandés Dennis Taylor, el campeón de 1985.

Aunque un par de enredos desastrosos de negocios le costaron mucho dinero, tenía a amigos que, aunque sin mucho éxito, trataron de ayudarlo. Pero fracasaron ante el deseo imperioso de Higgins, inmodificable desde su niñez, de hacer lo que le daba la gana, en cada momento, en lo que fuera. “Nunca pedir perdón, nunca explicar” pudo haber sido su lema.

Toda una vida de cigarrillo, bebida y, algunos creen, drogas (aunque nunca salió positivo en un examen de narcóticos), le dieron un fuerte castigo al darle cánceres de paladar y gargantaRadioterapia intensiva le salvó la vida pero destruyó sus dientes, al punto en que sólo podía comer alimentos para bebés.

En la bancarrota, esquelético, y casi sin voz, subsistía con los beneficios que le dio el estado, entre los que estaba un pequeño apartamento en Belfast, en donde fue hallado muerto el pasado sábado.

Pudo haber sido un hombre extraño, poco cooperativo y hasta desagradable, la prueba de que los genios no son siempre sujetos amables o incapaces de destruirse a sí mismos a través de los excesos.

Pero fue un gran jugador, dándole al snooker algo que no había tenido antes.

Sus compañeros jugadores lo recordarán como un oponente singularmente estimulante y los aficionados al deporte lo recordarán con cariño por el entretenimiento y el drama que le dio a sus vidas.

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