Argentina vive al máximo la pasión por el duelo decisivo de River Plate
El domingo puede ocurrir una tragedia. Nadie habla de otra cosa en Argentina. La charla se cuela en los cafés, en las clases de escuelas y universidades, en las oficinas, en los barrios más exclusivos y populares… Ellos, los seguidores de River Plate, sufren in extremis. Oscilan entre la más mansa de las angustias y la violencia desmedida.
Si no le gana a Belgrano de Córdoba por dos goles, el club argentino con más títulos locales descenderá a segunda por primera vez en 110 años de historia. En un país que tiene al futbol como el primer lazo de pertenencia, esa sola posibilidad se vive en estas horas como un gran padecimiento colectivo. Y con cierto morbo por aquellos que quieren ver caer a un gigante.
Claro que River no llegó a pelear por el descenso sólo por algunas derrotas o por fichajes que no rindieron lo esperado. Y más aún en Argentina, donde todavía rige el sistema de promedios, creado para impedir que los clubes más poderosos bajen por sólo una mala campaña.
La historia reciente de este club del residencial barrio porteño de Nuñez es una suma de desaciertos y malas decisiones. En suma: un largo camino de autodestrucción deportiva que llevó a un club modelo a rogar por no descender.
En junio de 2008, el club ganó el Torneo Clausura, bajo la conducción de Diego Simeone, un histórico de la selección argentina y dos veces ganador de la Copa América como jugador. En el torneo siguiente, con el mismo técnico, terminó último por primera vez en su historia. La pesadilla recién comenzaba. Y como en esas malas películas de terror tenía varias secuelas. Luego de aquel título, el rendimiento futbolístico nunca fue el mismo.
En las últimas tres temporadas, el equipo sacó 141 puntos de los 342 disputados; luego de Simeone pasaron Leonardo Astrada, Néstor Gorosito, Ángel Cappa y Juan José López. Este último, cuando River perdía por dos a cero el primer partido de la reválida ante Belgrano, comenzó a lagrimear desde el banco de suplentes. Las cámaras de televisión, claro, repitieron una y 1,000 veces las imágenes del actual –e inestable- técnico.
La responsabilidad del presente de River no sólo es de los jugadores ni de los técnicos que fracasaron. José María Aguilar fue presidente del club de 2001 a 2008. Algunos medios argentinos y muchos foros de hinchas lo califican como el “peor presidente de la historia del club”.
Durante su gestión, la situación financiera del club se agravó y aún hoy tiene causas en la justicia porteña por administración fraudulenta y asociación ilícita. Hace 18 meses, ganó las elecciones Daniel Pasarella, quizás el máximo ídolo de la historia del club y capitán de la selección argentina que ganó el Mundial de 1978.
Su estilo es rígido y frontal; ya como técnico tenía fama de un hombre autoritario. Pidió auditorías e intentó ordenar el club, pero los resultados deportivos no llegaron. Para colmo, en una reunión en la Asociación del Futbol Argentino (AFA), le pidió a gritos la renuncia al mandamás Julio Grondona, presidente de la institución y vice de la FIFA. Pelearse con el gran jefe fue, quizá, un gran paso hacia el abismo.
Pero a los fanáticos les importan muy poco los números del club al que en los años 40 apodaron La Máquina. Quieren que su equipo gane para salvarse del descenso. River juega en casa y ante más de 50,000 personas que ya agotaron las entradas. Sin embargo, para este cuadro tan caído anímicamente, hacer dos goles no es tarea fácil. Sólo un dato demuestra su presente: en los últimos 11 partidos ganó sólo uno y marcó apenas cuatro tantos en ocho encuentros.
El aura de tragedia que rodea a los hinchas inventa insólitos recursos. En los diarios de este sábado aparecieron fotos de decenas de seguidores radicados en Israel, rogando frente al Muro de los Lamentos.
En Córdoba, con la idea de imitar al pulpo Paul del Mundial de Sudáfrica, todos esperaron la decisión del Burrito Andrés, que vaticinó el miércoles el primer triunfo de Belgrano ante el Millonario, como también se le conoce al equipo. ¿Qué predijo el animal? Fue ubicado frente a tres fardos de alfalfa. Uno llevaba la camiseta del local, la otra del visitante y uno estaba vacío. Optó por el empate, resultado que condena a River a jugar en segunda división.
Otros se lo toman con menos humor y buscan venganza. Un grupo de hinchas de River invadieron la cancha durante el partido en Córdoba para pedirle más actitud al equipo. El árbitro detuvo el partido y la AFA consideró la posibilidad de jugar la revancha en Buenos Aires sin público, aunque luego se echó atrás. Quizás Grondona pensó que iba a ser más fácil controlar a un estadio con 50,000 personas que a una ciudad desbordada de 17 millones de personas. En un Boca-River, el operativo policial incluye a 1,500 efectivos; mañana habrá 2,500.
Todas las entradas están vendidas. Nadie habla de otra cosa en la Argentina. A nadie le importa que en seis días comience la Copa América. Rezan en Israel y en Buenos Aires. Sufren los corazones millonarios. Gozan los que quieren escuchar el estruendo de su caída. Argentina está en vilo. Por primera vez en su historia, River puede perder la categoría. De un lado está el alivio. Y del otro el más sucio de los fangos.