En el emparrillado colegial, un abuelo vive su sueño y da una lección
Con excepción de una foto en su escritorio, el dormitorio universitario de Alan Moore se parece a la mayoría.
Con pocos muebles y un espacio de 3.65 metros por 4.57 metros, es una habitación con paredes de hormigón y una sola ventana desde donde se ve el campus de la Universidad Faulkner. Tres pares de jeans cuelgan en la parte trasera de la puerta cerca del frigorífico de refrescos. La mitad de un rollo de cinta deportiva sujeta una televisión de 13 pulgadas al pie de su cama.
En una tarde reciente después de clases, el lugar huele a aromatizante, tal vez anticipándose a la llegada de otro más de los periodistas que lo buscan. Un uniforme de prácticas de futbol americano está arrugado en una silla en una esquina. No hay dianas para dardos en la pared, no hay pósteres de supermodelos, tampoco de íconos de rock ‘n’ roll; solamente el programa de prácticas de futbol americano del equipo de Faulkner.
En el escritorio, lleno de bolígrafos, papel y una calculadora, una Biblia, un diccionario Thesaurus y una botella de Advil, destaca la foto enmarcada que muestra a Moore rodeado de sus cinco nietos.
Con 61 años, Moore parece un alumno extraño en el campus, pero en muchos aspectos, encaja bien. Vino para asistir a la escuela y para jugar futbol americano.
También les enseña a sus compañeros de equipo que los sueños no deben morir.
El pateador novato utiliza un zapato negro rígido de punta cuadrada. A lo largo de la parte superior del zapato unas letras dicen “BELIEVE” (cree).
Hijo de mamá
Moore estaba en séptimo año cuando su mamá le dijo que pensaba que el punto extra era “la jugada más bonita en el futbol americano”.
Ató una cadena entre dos postes de electricidad y construyó un soporte para el balón con un cartón y dos clavos de 8.90 centímetros. Cuando su papá plantó un árbol de nuez entre los dos postes, practicó patear por encima de él, después por encima del garaje y después encima de la casa.
“Cuando tienes 12 años y tu mamá te dice algo como eso y adoras el futbol americano, simplemente quieres hacerlo”, dice.
Moore y sus tres hermanos crecieron en una granja de 121 hectáreas en Taylorsville, Mississippi. La familia no era rica, pero siempre tuvieron ropa para vestir y comida en la mesa.
Además de la escuela, tenían múltiples actividades: cortar heno, cosechar el maíz, plantar vegetales, alimentar a las gallinas, matar novillos.
También había mucho espacio para jugar. El jardín delantero se designó para jugar futbol americano. Un pino en el patio trasero tenía una canasta de basquetbol. Los chicos jugaban béisbol en un prado cercano.
“(Mi) mamá no tenía muebles en la sala ni en el comedor hasta después de la preparatoria”, dice Moore. “Ahí es donde luchábamos y peleábamos”.
Cuando Moore logró entrar al equipo de futbol americano de la preparatoria, su mamá, una ama de casa, y su papá, un carpintero y veterano de la Segunda Guerra Mundial, asistían a todos los partidos. Se sentaban frente al medio campo.
La destreza de Moore para patear llamó la atención de universidades como la Estatal de Arkansas y la Estatal de Oklahoma, pero no le ofrecieron becas. Su familia no tenía dinero para pagar la matrícula, así que Moore asistió a una universidad más pequeña alrededor de 40 kilómetros al sur, en Ellisville.
En Jones County Junior College, durante los calentamientos antes del partido presentaba actuaciones especiales, caminaba hacia el mediocampo y pateaba goles de campo de 55 yardas “sólo para mi mamá”.
El equipo logró un récord de 9-0 y ganó el campeonato estatal en su primer año en la universidad. Lo que le dio a la escuela un motivo para celebrar; el país estaba en medio de una prolongada guerra en Vietnam.
Moore y su amigo, Dana Bailey, no asistieron a la escuela después de la temporada de 1968 y sus números de reclutas “estaban muy cerca”, recuerda Moore. Decidieron unirse al ejército, con la esperanza de elegir su tarea y que no los enviaran a combatir. Moore quería ser un jefe de equipo de un helicóptero de ataque AH-1 Cobra.
El plan no funcionó. Los asignaron a las divisiones de infantería y partieron a la guerra. Moore pasó casi un año en Vietnam y perdió contacto con Bailey. Después supo que su amigo recibió un disparo y quedó paralizado.
Cuando Moore regresó a Fort Rucker, Alabama, aprendió a colocar tuberías antes de empezar una carrera en el ramo de la construcción civil: caminos, puentes, drenajes, ese tipo de cosas. El trabajo se extendió a dos esposas, tres hijos y cuatro décadas. Vio a sus dos padres y a su hermano menor morir en ese periodo.
A pesar de que las muertes de su papá y de su hermano, Jerry Pat, tuvieron un fuerte impacto en su vida, la pérdida de su madre fue la más dolorosa. Afectada con Alzheimer, ya no reconocía a su hijo.
“Cuando regresé a patear”, dice, “pensé mucho en ella. Lo hice por ella”.
Regresar al deporte
En 2009, después del derrumbe del mercado de la vivienda, despidieron a Moore de una empresa de desarrollo de Carolina del Norte. Regresó a su granja de aguacates en Homestead, Florida, antes de mudarse a Mississippi para estar con los cinco nietos que aparecen en la fotografía sobre su escritorio.
Ahí, regresaron las ganas de patear y decidió que volvería a jugar futbol americano colegial, a los 59 años. Al igual que cuando era un niño, construyó un goalpost (poste de gol de campo), esta vez con un aparato de PVC, en el patio trasero de la casa de su hija en Mount Olive.
“No era la vanguardia tecnológica”, dice, “pero funcionó”.
Habían pasado 40 años desde que empezó a patear realmente un balón, y un cambio en el estilo de pateo hizo que la mayoría de los pateadores usaran zapatos de futbol soccer. Moore no se enteró.
Fue a la tienda deportiva Dick’s Sporting Goods compró unos balones de futbol americano y zapatos de punta cuadrada, el zapato para patear del estilo de Tom Dempsey, con un marcador escribió BELIEVE (cree) en la parte superior y empezó a practicar como cuando era niño.
“Se trata de la vieja escuela”, dice Moore sobre su estilo de patear recto. Le quitó las puntas cuadradas a su zapatos para evitar que se atasquen en el césped. Cuando estaba creciendo, no existía la patada estilo futbol soccer, a menos que jugaras futbol soccer.
En el fin de semana del Día de Acción de Gracias de 2009, Moore convirtió 28 de 30 puntos extras durante una temporada de entrenamiento en la preparatoria local y decidió que ya estaba listo. Visitó el Jones County Community College y le dijo al entrenador Eddie Pierce, “no cedas la playera con el número 34 —el número que portaba en 1968— “porque el próximo año voy a regresar y voy a patear para ti”.
Le dijo lo mismo a mucha gente. Muchos, incluyendo sus amigos, se rieron; parecía la trama de la película de Rodney Dangerfield de 1986 (De vuelta al colegio). Moore le dio la bienvenida a los detractores.
“Los idiotas son excelentes motivadores”, dice.
Jones no estaba interesado en Moore, pero después de una prueba, la universidad Holmes Community College en Ridgeland, Missisippi, en las afueras de Jackson, le dio el puesto.
En el camino hacia los partidos y las prácticas, Moore toca en su reproductor de CD la música menos probable para motivarse: la voz de Susan Boyle, la cantante escocesa que maravilló a la audiencia en Britain’s Got Talent, y después al mundo, con su emotiva interpretación de una canción de Los Miserables. Ella tenía 47 años.
“Ella probablemente creyó toda su vida que podía hacer eso (…) La gente de todo el mundo se rió de la mujer cuando salió al escenario, pero cuando abrió su boca, ya nadie se rió”, dice. “Algo parecido a lo que me sucedió a mi”.
Una segunda oportunidad
Cuando el entrenador de los defensores de línea de la Universidad de Faulkner le dijo al entrenador principal, Gregg Baker, que Holmes tenía un pateador de 60 años, Baker se rió.
¿Un hombre de 61 años que quería jugar futbol colegial? ¡Vaya broma!
Bromearon acerca de en dónde lo alojarían si jugara para ellos. ¿Qué tal en Camelia Gardens, el complejo de departamentos para los adultos mayores cerca de los dormitorios?
Un par de semanas después, Baker habló por teléfono con Moore, y después de escuchar que el abuelo sabía patear, Baker le dijo a su personal “Vamos a traerlo aquí y veamos lo que podemos hacer”.
Moore no tenía en mente una visita informal. No iba a conducir más de cuatro horas desde Montgomery, Alabama, para recorrer el campus. La temporada en Holmes no fue exactamente el regreso que pensaba: el equipo no ganó, y tenía en promedio menos de dos anotaciones por partido. Buscaba una oportunidad para moverse a la NAIA (National Association of Intercollegiate Ahtletics) para la temporada 2011.
Llegó a Faulkner con su equipo para jugar y sus zapatos con BELIEVE (cree). Estaba ahí para patear.
Baker inmediatamente pudo observar que Moore era competitivo, y le gustó lo que vio.
“Entrenador, va a ver muchas relaciones públicas. Lo entiendo”, recuerda Baker que le dijo Moore, asegurándole a su futuro entrenador que no lo hacía para salir en la prensa. “Le quiero demostrar a la gente que pueden seguir con sus sueños o terminar lo que empezaron”.
Baker se educó como un buen muchacho del sur, y le respondió “Sí, señor” y “no, señor”, a todo lo que dijo Moore. Después de todo, le enseñaron a respetar a sus mayores. Moore ya no quiso escuchar más eso.
“Entrenador, mira, ya no me puedes decir ‘sí, señor’ y ‘no, señor’. Eso tiene que parar”.
“Está bien, haré lo mejor que pueda”, respondió Baker.
Tomaría un tiempo acostumbrarse al cambio de papeles.
“Todavía quiero tratar a Alan con respeto”, dice Baker ahora, “porque merece respeto, pero fue un acuerdo un poco extraño”.
¿Quién no podría admirar a un hombre que entró a la universidad, la abandonó para unirse al ejército, peleó en Vietnam, trabajó en la construcción durante casi 40 años, empezó una familia, después regresó a la universidad para volver a patear cuando las dificultades en la economía le arrebataron su trabajo?
“Si no te emocionas cuando escuchas esta historia”, dice Baker, “entonces hay algo malo contigo”.
'Este tipo tiene que estar bromeando'
Los jóvenes en el equipo de Faulkner no sabían qué hacer con su nuevo compañero, quien firmó como pateador sustituto principalmente para los puntos extra.
El liniero ofensivo de segundo año, David Clemons, y el defensor de línea de último año, Matt Enyart, pensaron que “era raro” ver a un hombre tres veces más grande que ellos con el uniforme.
“Pensé que era una gran broma. Pensé que los entrenadores sólo intentaban hacernos enojar para que pateáramos mejor o algo por el estilo”, dice Dylan Vires, de segundo año.
El receptor abierto de segundo año, Kam Clay, y el guardia derecho de primer año, Tucker Smith, no se dieron cuenta de Moore hasta que se quitó el casco.
“Vi la gran cantidad de pelo gris en todos lados y después me tuve que presentar”, recuerda Clay.
“¿Es un tipo con barba gris?, pensó Smith. “Este tipo debe estar bromeando”.
A mediados de octubre, después de medio semestre en el campus de la universidad cristiana, Moore todavía parece fuera de lugar en su clase de orientación familiar y matrimonio, en donde un profesor sustituto le explica a los estudiantes, que en su mayoría son de primer año, que sus bisabuelos veían las deudas como algo muy diferente a como lo hace la generación actual.
Tan grande como algunos de los abuelos de sus compañeros de clase, probablemente Moore podría no cursar esa clase. Junto con La Vida de Cristo es uno de sus cursos más fáciles. Composición y álgebra de primer año suelen ser difíciles para un hombre que tiene cuatro décadas que no escribe ensayos o resuelve ecuaciones.
La mayoría de sus cerca de 50 compañeros de clase se sientan en las últimas filas de la parte trasera de la sala de conferencias, dibujan garabatos en sus carpetas y cuadernos. Otros se ponen a ver sus laptops. Muchos usan sudaderas, gorras de béisbol y tenis.
No Moore. El hombre de cabello gris de la segunda fila se viste con una camisa blanca de botones, jeans y un par de zapatos estilo Oxford de punta cuadrada. Apunta en un folleto que el profesor entregó al iniciar la clase.
‘¡Eres mi chico, Blue!’
Cuando paseas con Moore en el campus de 34 hectáreas, parece más una celebridad que un estudiante.
Los recortes de periódico que hablan sobre él adornan las paredes del departamento de deportes y el E.L. Collum Rotunda, en donde se ubican las oficinas de registro de becas y del periódico escolar. Un asistente administrativo le da una llave para que le muestre la capilla al periodista. Su profesor de Biblia lo llama “señor Moore”.
Sus compañeros de equipo ya no lo ven distante, dice Chris Palmore, un jugador de basquetbol de último año que no conoce personalmente a Moore, pero que lo ve que se mezcla con sus compañeros del equipo de futbol americano.
“Todavía bromea y juega con ellos como si fuera más joven”.
Clemons dice que Moore ve televisión y va al cine con sus compañeros de equipo y “ahora tan solo es uno más de ellos”. Enyart agrega, “es un buen tipo, tan sólo un algo más grande y con un poco más de pelo gris”.
Moore le dio a Clay una camiseta Nike Dri-FIT un día después de las prácticas. Los dos empezaron a lanzar el balón de futbol americano frente al Burton Hall y “desde entonces conectaron”, dice el receptor abierto.
Es fácil ver por qué Moore hace amigos. Es sociable, rápido para bromear e igual de rápido para aceptar una broma. Es muy fácil reducir la brecha generacional cuando eres joven de corazón.
Ocasionalmente sale del campus que no permite el humo de tabaco para fumarse un puro. Se burla de sus “amigos” sobre su ropa y su corte de pelo. En camino a clases una tarde, llama al pateador de primer año Jacob Smith y le hace unan seña obscena.
“Puede leer lenguaje de señas realmente bien”, dice Moore, con una risa. “Es un buen chico”.
“Siempre nos hace bromas”, dice Justin Bennet, de 24 años, un administrador y extackle ofensivo. ”Al principio, no quería hacerle bromas, pero empezó a molestarme todo el tiempo así que eso es lo que se podía hacer”.
Una de sus bromas favoritas es llamarle Blue, por el borracho de la película Old School (Aquellos viejos tiempos), que muere en su fiesta de cumpleaños. Moore nunca ha visto la película.
A pesar de las bromas, Moore es amigo, dicen varios jugadores. Sabe lo que tiene que decir cuando estas triste y da muchas lecciones: la importancia de la disciplina, el respeto y la actitud positiva. Y más que nada, la persistencia.
Dicen que nunca da un consejo de forma condescendiente.
“Tiene los pies en la tierra y no se presenta con nosotros con un aire de que sabe más porque es mayor y que por eso tienes que hacerle caso”, dice el tackle defensivo de segundo año, Kenny Beck, “es muy buena onda”.
Los jóvenes ven a la palabra CREER escrita hasta la punta del pie de su zapato para patear y lo entienden.
Algunos dicen que es genial que Blue llame tanto la atención de los medios para que su mensaje pueda salir de Montgomery, Alabama.
Grandes reflectores, una escuela pequeña
En agosto empezaron a llegar en grandes cantidades los medios de comunicación, cuando la noticia de que Moore estaba en el equipo comenzó a extenderse. Si fuera a patear un punto extra o un gol de campo, los periodistas de todo el mundo afirmaban que Moore establecería un récord mundial: el jugador de más edad en un partido de futbol americano colegial.
No pasó mucho tiempo.
Antes del inicio de temporada en casa de los Eagles el 10 de septiembre contra Ave Maria University Gryenes, Baker respondió a las preguntas sobre si Moore iba a jugar.
“Si tenemos ventaja”, decidió, “le voy a dar una oportunidad”.
Una vez que Faulkner consiguió una ventaja de dos anotaciones, Moore comenzó a buscar a Baker con una expectativa. Cuando los Eagles lograron tener un marcador de 24-0, después de que se falló un punto extra y un par de conversiones de dos puntos, Moore recibió la oportunidad. Se acercó detrás del centro y anotó.
La afición y el equipo entraron en euforia. Pudo haber sido el espíritu deportivo de que Ave Maria fue derrotado en su primer partido de fútbol americano universitario, pero el pateador de Faulkner hizo historia.
Moore regresó a la línea de banda, en donde sus compañeros lo rodearon, chocaron los cinco con él y golpearon su casco.
“Entrenador”, le dijo Moore a Baker, “creo que ya no puedo patear”.
“¿Por qué?, pPreguntó Baker.
“Porque tengo una contusión”.
Dos semanas después, en un viaje de 870 kilómetros a Pikeville, Kentucky, Baker recordó que su jugador era un adulto mayor.
Como era normal, los chicos estaban callados, escuchando sus iPods y ensimismados durante el viaje. Después, el entrenador escuchó las quejas de su pateador. Le dolían las rodillas y el conductor del autobús no había parado suficientes veces para descansar.
‘La palabra más poderosa’
El vestidor estaba quieto, excepto por los murmullos de los jugadores de la canción de Cypress Hill, Insane in the Brain, que salía de los audífonos de uno de los jugadores. Las bolsas de gimnasio, los zapatos deportivos y las hombreras cubrían el suelo, y decenas de jóvenes estaban sentados en las sillas y realizaban sus rituales previos al partido frente a los lockers casi del mismo ancho que sus hombros.
Moore cubrió de cinta su pie para patear en las duchas, mientras dos nuevos noticieros y un equipo que filmaba un documental grababan los acercamientos. Se tomó una bebida para energía y jaló las calcetas rosas para la concientización del cáncer de mama mientras los camarógrafos lo rodeaban.
“La semana pasada, las cámaras bloqueaban los mingitorios. Nadie podía ir al baño”, dice el liniero Oscar Valladares, mientras agradecía a un periodista por mantener despejados los baños.
Es el partido del 22 de octubre de los Eagles en contra de los Tigres de Campbellsville, y Moore dice que estará “feliz como una lombriz” si puede patear un gol de campo.
Pero no está destinado para que suceda. En la primera mitad pierden con un marcador de 28-17, Baker habla con sus hombres y les pregunta si quieren tener éxito o ser perdedores, les recuerda que el año pasado perdieron el partido contra los Tigres y fallaron un gol de campo.
De regreso en el campo, la segunda mitad está llena de anotaciones. Los dos equipos logran obtienen puntos en los primeros cuatro minutos, y cuando Clay, el amigo de Moore, pierde el balón a punto de finalizar el tercer cuarto, Moore está ahí cuando sale del campo.
Toma a Clay, quien está consternado por la pérdida de balón, por la camiseta y lo acerca a él, le susurra algo al oído. Clay asiente con la cabeza y desaparece en el mar de camisetas azules en la línea de banda.
Alrededor de dos minutos del último cuarto, Clay atrapa un pase de anotación para una ventaja de Faulkner de 38-35.
El mensaje del pateador parece tener eco en la línea de banda.
Cree.
“Creo que probablemente es la palabra mas poderosa en nuestro vocabulario”, dice Moore.
“No era un asunto de yo. Era un asunto de nosotros. Era acerca de que los chicos no se den por vencidos sobre perseguir sus sueños o cualquier cosa en la vida, de que deben ser persistentes y perseverar (…) si no creyera eso en dónde estaría ahora, no estaría aquí el día de hoy”.
Un club de aficionados personal
Mientras Faulkner y Campbellsville acumulan anotaciones, un contingente de los principales seguidores de Moore —dos de sus hijas y sus cinco nietos— se sientan en la media cancha, al igual que lo hacían mamá y papá en 1968.
Sus hijas, Brandy Welch y Annashi Wyatt, dicen que han asistido a todos los partidos menos a uno e intentan llegar temprano, pero es un viaje lento de 400 kilómetros desde Florence Mississippi, junto con cinco niños.
“Uno se enfermó, dos más tenían hambre. Es un viaje largo con cinco niños, pero es algo que siempre recordaremos. El viaje sólo son recuerdos, para construir recuerdos”, dice Welch.
Taylor Welch, Owen Welch, Ava Welch, Ashleigh Wyatt y Cody Wyatt usan el color rosa para la conciencia del cáncer de mama similar al de las calcetas de Moore. Annashi Wyatt estuvo despierta toda la noche haciendo estampados para camisetas en donde aparecen los niños con Moore y el lema “Abuelito, 61 años y vivito y coleando”.
Taylor, la mayor con 13 años, dice que sus amigos piensan que es “genial y todo eso”, ella ve jugar a Moore todos los fines de semana.
“Ellos me dicen, ‘espera, ¿tu abuelito juega futbol americano?’”.
Ella entiende el mensaje que Moore intenta hacer llegar al regresar a la escuela: “Es muy importante. Intenta terminar lo que empezó, y eso es algo bueno”.
Si le preguntas si el mensaje tiene eco en su vida, si hay cosas que le cuestan trabajo terminar, ella se encoge de hombros.
“Limpiar su habitación”, dice su madre.
Taylor se ríe tímidamente, sus frenos multicolores brillan con el Sol, pero su propia madre no es inmune al mensaje de Moore.
“Siempre me dice que regrese a la escuela”, dice Welch, “y no estoy segura de que no saldré y regresaré a la escuela después de esto. Siempre quiso que regresara para que pudiera seguir sus pasos, pero yo no voy a patear”.
Con tres minutos para que termine el partido, Faulkner anota de nuevo para tener una ventaja de 52-42. Ava y Ashleigh sacuden sus pompones y gritan “¡Vamos, abuelito!”, entre las pausas mientras comen caramelos Skittles y chocolates M&Ms. Owen, todavía un poco enfermo, dice que pronto intentará jugar futbol americano.
Welch le lanza la mirada escéptica de una madre preocupada, pero cuando dice que quiere ser corredor porque es rápido, Welch confirma eso con un guiño.
“No quier hacer lo que mi abuelito”, dice el niño de 10 años, y explica porqué no quiere ser pateador.
Cuando crezca (…)
Campellsville regresa 91 yardas de una patada de salida y logra anotar, pero con menos de un minuto para que termine el partido, Faulkner anota con un pase de cuatro yardas para ganar 59-49 contra los Tigres.
A pesar de que tan sólo es la tercera victoria de la temporada, Moore dice que está orgulloso de ser parte del equipo de los Eagles y espera que sus compañeros aprendan la importancia de la palabra que está escrita en su zapato.
“Creo que es un maldito buen consejo”, dice. “Estoy orgulloso de lo que he hecho. Hice cosas que las personas decían que o se pueden hacer, y tuvo un gran impacto en mucha gente”.
Como el chico en Holmes el año pasado que puso su brazo alrededor del hombro de Moore y le dijo que cambió su vida.
“Eso significó mucho, incluso si el chico es uno de 55 o 56 en un equipo de futbol americano”, dice Moore.
El lunes, Moore terminará la temporada en South Bend, Indiana. Sólo pateó tres puntos extra, y falló uno, en el transcurso de la temporada de los Eagles. Pero fue más que suficiente para llevarlo al Salón de la Fama del Futbol Americano Colegial, en donde se tiene previsto que presente una camiseta, un balón de futbol americano y un zapato para patear para conmemorar sus logros.
Su equipo de siete personas de las familias Wyatt y Welch lo acompañarán.
No es seguro, pero podría retirarse. Espera un día poder ser un mentor o dar conferencias a los jóvenes, pero después de la universidad y el futbol americano, su objetivo principal serán esos cinco superaficionados que vieron desde la media cancha cómo se desarrolló la historia.
“Cuando sea más grande —que puede ser cuando termine este semestre y podría haber madurado— lo que quiero es ser un abuelito. Eso es todo lo que quiero ser”.