El arte del ruido en el deporte de esquí: La evolución del cencerro
“No puedes aplaudir con mitones”, así lo explica la importadora de cencerros, Elisabeth Halvorson, de California.
Si eres el orgulloso dueño de un cencerro en Norteamérica, es probable que haya pasado por sus manos en su ruta hacia Estados Unidos.
“Las campanas se han usado desde hace mucho tiempo, en especial en el descenso de esquí. Empezó en Suiza, donde las vacas que vagan por las montañas durante el verano llevan cencerros puestos”, agregó Halvorson. “Sin embargo, durante el invierno están en los establos y las campanas se quedan colgadas. Todos los granjeros eran los participantes en las carreras de esquí de antaño, así que sus familias iban a los establos y tomaban las campanas. Los competidores olímpicos me han dicho que cuando están al pie de la colina pueden escuchar un poco los gritos, pero escuchan perfectamente los cencerros”.
Icono de las Olimpiadas de Invierno
Si ves cualquier carrera de esquí por televisión escucharás el mismo repicar monótono y persistente en el fondo. Si asistes a la carrera, verás que “monótono” es la palabra equivocada: si te ubicas en el lugar correcto (¿o equivocado?), parece más una cacofonía.
Los cencerros, que ya están integrados en la historia alpina, han tenido éxito mundial y se han vuelto un símbolo de las Olimpiadas de Invierno durante las últimas dos décadas.
Halvorson empezó con su negocio antes de las Olimpiadas de Invierno de Salt Lake City en 2002, cuando las doradas y ovaladas campanas se volvieron un souvenir codiciado.
“En realidad es una cosa cultural europea que, durante los últimos 15 años más o menos, ha crecido aquí en Estados Unidos”, dijo a CNN. “Si los suizos vienen a algún evento traen consigo campanas muy grandes, de 30 centímetros de alto o más. Bielorrusia también tiene buenas campanas y traen una funda de cuero de oveja. ¿Qué cuántas vendemos? Dejé de llevar la cuenta cuando llegamos a las 70 toneladas, y eso fue antes de las Olimpiadas de 2002”.
Halvorson importa campanas de Noruega fabricadas por una pequeña empresa familiar, Moen Bjøllefabrikk, localizada al suroeste de Oslo.
“Mi abuelo empezó la compañía en 1922”, dice la directora de la empresa, Lena Alette Moen Grude. “Empezó a fabricar las campanas para los animales domésticos y las ovejas de sus vecinos”.
La empresa ha cambiado con los tiempos: ahora fabrica dispositivos de rastreo con GPS para el ganado, pero cuando se acercan las Olimpiadas de Invierno, su producto más solicitado, por mucho, son los cencerros.
“Fabricamos aproximadamente 30,000 campanas cada año”, dice Moen Grude. “Para nosotros, todo empezó antes de la Olimpiadas de Invierno de Lillehammer en 1994. Los aficionados las consideraban el único souvenir que les permitía llevar a casa el espíritu de las Olimpiadas. Para los Juegos de Salt Lake City, fabricamos 68,000 campanas –equivalente a más de dos años de producción—en dos meses. Cuando hay Olimpiadas de Invierno, predominan en nuestra empresa”.
“Recuerdo cuando fabricamos las campanas para Salt Lake City, trabajamos hasta entrada la noche y escuchábamos los Juegos por la radio. Podía escuchar las campanas repicar en América mientras yo las grababa en Noruega. Eso fue especial”.
Cambiando la esencia
Al igual que las bandas de metales o los cánticos en los partidos de fútbol, la tintineante sensación de un cencerro es cálida y tradicional y forma parte de la esencia misma del deporte.
Sin embargo, esa esencia está cambiando.
Aunque hacer ruido durante los eventos fue alguna vez responsabilidad de los aficionados, los clubes y las sedes consideran cada vez más que es su labor generarlo, mantenerlo… y regularlo.
Si asistes a algún evento deportivo importante en 2013, verás que el ambiente lo aportan vastos sistemas de altavoces retumbantes.
En un mundo en el que existe YouTube, infinidad de canales de televisión y una desconcertante libertad para elegir un entretenimiento, los deportes llegan a su público y lo atrapan por los oídos.
Entonces, ¿acaso el cencerro es una reliquia de una era en la que los aficionados eran abandonados a su suerte?
“Ahora los deportes venden música y la música vende deportes”, dice el académico Anthony Bateman, investigador de la relación entre ambos en la Universidad De Monfort en Leicester, Inglaterra. “Los lazos se están fortaleciendo y eso es en parte comercial. La música se emite para estimular los cánticos y existe la sensación de que, por ejemplo, los clubes de futbol se están entrometiendo con lo que alguna vez fue parte espontánea de la cultura de los aficionados”.
Los registros de cánticos durante los partidos de futbol se remontan al siglo XIX, cuando existían canciones famosas como Pompey Chimes, en Portsmouth y On The Ball City, en Norwich, canción que data de fines del siglo XIX.
Un siglo antes, dice Bateman, los primeros libros acerca del criquet describen una “bulliciosa cultura de la multitud, un poco como (los simpatizantes actuales de Inglaterra) el Barmy Army”. Dice que se debe comparar esto con un ejemplo de 2004. “La Liga Premier le pagó 16,000 dólares a alguien (el aficionado del Birmingham City, Jonny Hurst) para que escribiera cánticos para distintos clubes. La gente dijo que eso era clásico de la atmósfera estéril y corporativa y ya no creen que los aficionados inventen sus propios cánticos. Antes era una relación orgánica, ahora las cosas parecen terriblemente forzadas”.
Ahora, especialmente en los estadios deportivos techados, por todas partes se golpea a los ocupantes con música durante las pausas en el partido. Las actividades extremas en exteriores emergieron de la mano de la cultura juvenil de la música y el video; se sabe que los equipos de futbol tocan grabaciones de cánticos para animar a la multitud conforme los deportes van determinando qué técnicas funcionan y cuáles simplemente alienan a sus fanáticos.
“El sonido es una de las vías por las que los deportes se están reinventando constantemente”, concluye Bateman.
La moda de los cencerros
No obstante, los apasionados aficionados de las carreras de esquí seguirán colocándose en las pendientes y haciendo repicar las campanas procedentes de una pequeña fábrica noruega, siguiendo la tradición de los granjeros alpinos. Esa tradición se extiende mes con mes.
Moen Grude envió recientemente un lote de campanas con los aficionados noruegos que se dirigían a los Campeonatos Europeos de Balonmano. Los cencerros han extendido sus dominios hacia el ciclismo y el triatlón. Los fabricantes de raquetas de tenis regalan versiones grabadas de los cencerros durante el Abierto de Estados Unidos.
Halvorson niega cualquier insinuación de que este último ejemplo signifique que el cencerro puede volverse corporativo.
“Lo que pasa es que se están volviendo objetos de colección. Un sujeto me llamó una vez y me dijo: ‘Mi esposa y yo nos acabamos de divorciar. Ella se quedó con los cencerros. ¿De casualidad tienes este? ¿O este? ¿Qué tal este?’ No fabricaron un cencerro para Nagano, pero sí para los Paralímpicos de Nagano, luego para Lillehammer, Salt Lake, Turín y Vancouver. El de Vancouver es muy difícil de conseguir. Sin embargo, lo que vendemos es la diversión. Eso es lo que vendemos. Un cencerro es simplemente la interacción entre el atleta y el espectador”.