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Sobadores, un oficio con tradición

Los quiroprácticos populares, sin estudios formales, mezclan la medicina tradicional con herbolaria; este viejo oficio mexicano ofrece curar la matriz caída, torceduras, esguinces y el empacho.
dom 29 marzo 2009 06:06 AM
Los masajes quiroprácticos han sido muy utilizados por culturas prehispánicas en México.  (Foto: AP)
sobar (Foto: AP)

Alrededor de la catedral de Tijuana, junto con adivinos, santeros y vendedores de rosarios y tamales, se congregan también personas que perpetúan una tradición sanadora muy particular a la que acuden miles de pacientes.

Se llaman sobadores y son una especie de quiroprácticos populares, que, sin estudios formales, curan los dolores mezclando conocimiento del cuerpo, con medicina tradicional mexicana y herbolaria.

Su clientela proviene principalmente de trabajadores humildes que vienen desde Estados Unidos, a curar sus dolencias y lesiones, provocadas en su mayoría por trabajos como construcción, limpieza o jardinería.

Entre los clientes de siempre esta José López Salazar, 59 años de edad, jardinero y empleado de mantenimiento del campo de golf de Oceanside, quien acude a sobarse a la catedral de Tijuana.

"Cada vez que puedo me aviento el viaje hasta acá. Con una vez que venga, quedo arreglado para el mes que viene", dice López.

Cada mañana, la calle segunda donde está la catedral se llena de camionetas acondicionadas para este trabajo, con cortinas oscuras, camas, cobijas o incluso sin piso, para que los sobadores puedan atender al paciente de pie, protegidos por las paredes del auto.

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"Del otro lado vienen mucho, porque les recomiendan terapias para accidentes y no las pueden pagar o no le tienen confianza a los doctores. Nos recomiendan y vienen y comprueban nuestro trabajo", explica una mujer que se identificó como Ana, sobadora con 18 años de experiencia trabajando en catedral.

Doña Ana dice que siempre tuvo "el don" de sanar, pero no fue hasta que uno de sus tres hijos tuvo un grave accidente, que decidió hacer de ese don, una profesión que le permitiera costear sus tratamientos.

"Mis hijos juegan fútbol y yo siempre les sobe las piernas antes de cada partido y cuando se les hinchaban las rodillas", explica. "Ahora le he enseñado a mi marido Gregorio y a mi hijo mayor y los tres nos dedicamos a eso de sanar con masajes. Es técnica mezclada con fe, en partes iguales".

Ahora, Doña Ana espera que sus nietos, Tito, de 10 años, y Jaime, de siete, sigan los pasos de la familia.

 "Ya mi hijo menor está curando los tobillos de sus compañeros de la secundaria", explica orgullosa, "y cuando llego cansada Tito mi nieto me dice, 'yo te sobo las piernas abuelita'''.

Esta tradición ha creado su propia manera de hacerse propaganda. Los sobadores son conocidos por traer al cuello letreros anunciando las dolencias míticas y reales que curan: matriz caída, mollera, torceduras, esguinces, dolor de espalda, empacho.

Algunos sobadores como doña Ana, mezclan la fe con el oficio de sobador, mientras que otros prefieren no mezclar su trabajo con sanación milagrosa u prácticas de magia.

En lo que coinciden todos los sobadores es en no tocar a nadie con heridas expuestas, hernias de disco o fracturas.

"Es irresponsable tocar a alguien fracturado, eso es de doctor definitivamente", explica Don Juventino Luna, uno de los más respetados entre los sobadores de la catedral de Tijuana.

"Don Juve", como lo conocen todos, tiene 58 años, originario de Irapuato, Guanajuato, desde 1982 trabaja en las afueras de la catedral de Tijuana, hasta donde acuden personas de San Francisco, Carlsbad y Colorado.

José Ramírez, de 45 años de edad, trabaja en la construcción en Bakersfield, California y desde hace 10 años acude con Don Juve a curarse cada mes por lo menos.

"Es muy fuerte el trabajo de nosotros y dependemos mucho del cuerpo, así que venir aquí me hace bien", relata Ramírez. "Llego y me da sueño. Cuando acaba el masaje, duermo mejor, me siento más liviano. Termino más relajado, más alegre. A la semana siguiente de venir, doy un partido bien bueno (de fútbol)".

Ramírez incluso llevó a su cuñada a ver a Don Juve.

"Me traje a mi comadre de allá de Bakersfield, porque se había falseado la cadera y caminaba como chueca. Allá estuvo en terapia, con doctores, y no se componía, se iba torciendo más y más y no le hallaban, pero como en cuatro sobadas que vino ya se enderezó y se compuso", afirma Ramírez.

Como muchos, Don Juve vino al norte para hacer dólares, pero encontró que las enseñanzas de su abuela materna eran más apreciadas y mejor pagadas que su trabajo de jornalero o en la construcción.

"Mi abuela, originaria de Salamanca, nos enseñaba desde niños los puntos principales del cuerpo, nos dejaba entrar a las sesiones y veíamos desde un rincón como curaba diferentes dolencias", dice.

"Por estas manos han pasado muchas personas, sobre todo gente que vive del campo, señoras que limpian hoteles, afanadoras de hospitales, luchadores, boxeadores, hasta migras" agrega con orgullo.

Apenas hace un año se cambio a un pequeño local donde tiene estantes de alcohol con infusión de hierbas, veneno de abeja con aceite de víbora, belladona, azares, ruda, romero, damiana y hueso de aguacate.

"La formula debería de tener mota (marihuana) porque es muy buena" dice Don Juve, "pero saldría carísimo. Si así la doy a 100 pesos, con mota serían como 500".

Don Juve ha logrado el sueño de todo padre, que sus hijos sigan sus pasos y lo superen, triunfando en el extranjero.

Sus hijos, Ramón y Guillermo Luna, ambos con residencia permanente en Estados Unidos acaban de abrir su "consultorio" en Anaheim, California, trabajando con licencia de masajistas.

"Estoy muy contento de mis muchachos" dice Don Juve, "si mis clientes me hablan por teléfono y no se quieren arriesgar a venir hasta acá a México yo los mando para allá, si no quieren cruzar hasta Tijuana".

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