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Economía de guerra, riesgo para empresas

A lo largo de la historia, la fabricación de armas se ha convertido en un paradigma económico; corporativos como General Motors, Motorola, Rubbermaid y Whirlpool han sido contratistas militares.
mar 18 enero 2011 06:01 AM
La intención siempre ha sido que la participación en la guerra debe ser poco atractiva para las finanzas corporativas.  (Foto: AP)
armas guerra militar (Foto: AP)

En este extracto de Unwarranted Influence: Dwight D. Eisenhower and the Military-Industrial Complex (Yale University Press), el autor James Ledbetter detalla la cada vez más cercana relación entre la milicia y los grandes negocios durante el siglo XX. Ledbetter explica cómo los activistas en la era de Vietnam buscaron aprovechar las herramientas de las finanzas para castigar a compañías cuyos productos, como el napalm, consideraban inmorales. A principios de 1966, el mundo lucía brillante ante los ojos de los gestores de Dow Chemical. La compañía, con base en Midland, Michigan, era el principal fabricante de plásticos industriales y para el consumidor en Estados Unidos, y el crecimiento del plástico era explosivo. 

Dow creaba más de mil millones de libras de plástico al año; ya fuera que las amas de casa estadounidenses prefirieran usar Saran Wrap (el primer plástico para uso casero, que salió al mercado en 1953), o el Handi-Wrap (vendido por primera vez en 1963), ambos llevaban dinero a las arcas de Dow. 

En 1965, Dow era una de apenas una docena de compañías estadounidenses que superaron 1,000 millones de dólares en ingresos anuales, y generaba ganancias de tres veces la tasa de la década anterior. 

Las ganancias del primer trimestre en 1966 estaban 32.2% arriba en comparación con el año anterior, y Dow, que ya había empleado a 30,000 personas en todo el mundo, seguía creciendo.

En febrero de 1966, la compañía anunció una expansión de 14.5 millones de dólares de sus instalaciones de producción química en Louisiana, y dijo que consideraba abrir una planta procesadora de manganeso "multimillonaria" en Ogden, Utah, cerca de la base aérea Hill Air Force.

Su ubicación no era ninguna coincidencia. 

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Nos guste o no la guerra, la creciente participación de la milicia estadounidense en Vietnam fue buena para los negocios. A principios de 1966, Dow, junto con United Technology en Connecticut, había recibido un contrato para fabricar 75,000 toneladas de napalm-B, una nueva versión de la incendiaria jalea usada para arrasar con el panorama vietnamita del norte cuando Estados Unidos comenzó su bombardeo al lugar en 1965 (en el transcurso de la guerra se usaron cerca de 400,000 toneladas de napalm). El contrato del napalm no tardó en convertirse en un fiasco de relaciones públicas.

Los reportes del uso del napalm en Vietnam se habían vuelto rutinarios en la prensa, pero las publicaciones activistas, sobre todo la revista mensual Ramparts, había mostrado gráficamente sus estragos y había dado a conocer altas cifras de defunciones. 

En abril, manifestantes en Redwood City, California, lograron la votación de una iniciativa negando el uso de propiedad ciudadana para la fabricación del napalm. Cuatro mujeres fueron arrestadas en su intento de bloquear los envíos de napalm fuera de las instalaciones de Dow en San Jose. Los manifestantes comenzaron a amotinarse fuera de las oficinas de Dow en Manhattan, en el Rockefeller Center, con letreros que decían "El napalm mata bebés, Dow hace dinero".

Las universidades también se llenaron de manifestantes, haciendo que los esfuerzos de reclutamiento de Dow se volvieran episodios ocasionales de pesadilla. Un viaje en 1967 a la Universidad de Harvard, donde se inventó el napalm durante la Segunda Guerra Mundial, terminó con el encierro de un reclutador de Dow en un laboratorio durante siete horas.

En poco tiempo, Dow, que no era un contratista militar particularmente grande, se había vuelto el ejemplo de la complicidad corporativa con una guerra cada vez menos popular.

Un historiador de la compañía considera que el ataque a Dow "es quizás el más abusivo contra una compañía de negocios estadounidense". A finales de 1966, un ejecutivo de Dow dijo que odiaría que la compañía saliera de Vietnam "con la etiqueta de ‘mercader de la muerte' que tenía Du Pont después de la Primera Guerra Mundial. "A menos que resolvamos este problema, eso va a ocurrir".

A principios de la década, el saliente presidente Dwight D. Eisenhower había advertido a la nación sobre "la adquisición de influencias injustificadas, buscadas o no, por el complejo militar-industrial". Pero otros tendrían que definir e interpretar lo que significaba esa idea.

Muchos la vieron como sinónimo de la oculta pero poderosa mano de los contratistas militares para manipular a los miembros del Congreso. En la declaración Port Huron de 1962, adoptada por los Estudiantes Radicales por una Sociedad Democrática, la frase fue impuesta a la puerta giratoria que lanzó a los oficiales militares a la defensa de fabricantes y viceversa.

Otros la vieron como un complejo militar-industrial espiritualmente corrupto en la sociedad estadounidense, dando más poder a la autoridad marcial que a las libertades individuales.

Pero el crecimiento de la guerra en Vietnam hizo que el término tuviera un nuevo significado. Como ilustran las protestas contra Dow, para muchos de los complejos militares-industriales significaba que la industria era sinónimo de militarismo, y mostraba que trabajar para, o comprar a esa industria implicaba cierta complicidad con una guerra injusta. Fue una de muchas interpretaciones del complejo militar-industrial (MIC, por sus siglas en inglés) para compensar el espíritu anti-guerra de la época.

A finales de 1960, el MIC se había vuelto una federación intelectual débilmente conectada, un complejo virtual que creaba ideas centrales hasta que se expandió en una teoría provocativa y explosiva.

Al igual que la declaración Port Huron, el MIC era una causa política, un alza izquierdista que explicaba una guerra sin sentido.

Aunque el tono de los primeros tratados era una mala señal, profética y descriptiva, el MIC en la era de Vietnam frecuentemente era el objetivo de retóricas furiosas e investigaciones cada vez más especializadas. La expansión de la tesis del MIC durante este periodo incluía un enfoque más profundo en las acciones específicas del Congreso, de los legisladores y de otros participantes del proceso de presupuesto militar.

Una elaboración de todos los efectos económicos del MIC (no es ninguna sorpresa que comúnmente fueran negativos) generó teorías de que el Pentágono y sus contratistas "cubrían" a una sola entidad. La atención que los grupos de protesta prestaban a las conexiones entre las economías militares y civiles aumentó.

La profundidad del análisis en torno a problemas de procuración a principios de los 70 casi justificaba un programa académico en Estudios MIC. En años subsecuentes, los analistas examinarían todos los aspectos imaginables de la relación entre el Congreso y los presupuestos militares , incluyendo afiliaciones a partidos políticos, distribución geográfica, membresías a comités y liderazgos, así como resultados electorales, itinerarios de las elecciones y el papel de subcontratistas.

Lo impresionante sobre la versión crítica del MIC en torno a la era de Vietnam es lo vehemente que podía ser esta retórica. 

Eisenhower, en su discurso de despedida, había mostrado un tono de preocupación llamando la atención a un problema que la ciudadanía culta podría prevenir. Su corresponsal del Saturday Review, el editor Norman Cousins siguió luchando dentro del sistema a través de su trabajo con SANE para lograr objetivos concretos como el freno a la carrera armamentista y tratados de límites de prueba. 

Pero para los críticos más enérgicos, estos esfuerzos eran triviales; el proyecto en Estados Unidos estaba inextricablemente atado a los excesos militares. A finales de la década, el MIC había logrado la fijación de sinónimos siniestros como "el estado de la guerra" y "el estado de la seguridad nacional". 

Un economista que trabajaba en un comité del Congreso escribió en 1969: "Las investigaciones recientes han comenzado a colgar carne de verdad en los huesos de la provocativa frase de Eisenhower, ‘el complejo militar-industrial'. Está surgiendo un verdadero monstruo de Frankenstein. No sólo hay evidencia considerable de que el excesivo gasto militar ha generado una colocación errada de recursos nacionales, sino que la conclusión parece ser que la sociedad ya sufrió un daño irreparable de las presiones y distorsiones que fueron creadas".

Ese mismo año, Richard J. Barnet, que había trabajado en la administración de Kennedy, publicó un libro en el MIC llamado La economía de la muerte. Otro libro crítico, Los observadores del Pentágono, señala que quizás era irónico que Estados Unidos, cuyos líderes afirman que sólo respondieron al reto mundial de los regímenes totalitaristas de Rusia y China, se asemejara al estado represivo que George Orwell describe en 1984. "Al igual que en esa obra, la vida del Estado se ha vuelto un fin, y al igual que en la Italia fascista o en la Alemania nazi, el trabajo del Estado se convierte en la fabricación de la guerra".

Estos dos libros representen otro hito significativo en la institucionalización del MIC. Ambos son producto del Instituto de Estudios de Políticas (IPS, por sus siglas en inglés), que Barnet y Marcus Raskin fundaron en 1963. Ambos fueron analistas gubernamentales insatisfechos que trabajaron en los Departamentos de la Defensa y del Estado.

The Brookings Institution, una institución menos radical (Robert S. McNamara formó parte de su junta del consejo administrativo), también prestó atención a problemas de procuración militar. Un influyente informe de Brookings de 1968, llamado Adquisiciones gubernamentales y cambio tecnológico, que analizaba amplia e históricamente los problemas generados por las contrataciones a través del gobierno, confirmó la visión que se tenía del Pentágono como una fuente no supervisada de gasto desperdiciado. Determinó que muchos contratos militares importantes en los 50 "incluían costos excesivamente superiores a los cálculos de contratación original de entre 300% y 700%".

Otra institución que surgió en 1969 fue la Acción e Investigación Nacional sobre el Complejo Militar-Industrial, un proyecto del Comité de Servicios de los Amigos Estadounidenses en Filadelfia, un centro de revisión de información militar, de negocios y de universidades que eventualmente produjo sus propios panfletos y videos.

Su investigación fue instrumental en un proyecto temprano del Consejo de Prioridades Económicas, un centro intelectual fundado en Washington, D.C., en 1969, por una joven corredora de bolsa llamada Alice Tepper.

En el transcurso de las décadas siguientes, el Consejo, comúnmente con financiamiento de sindicatos laborales, del Corporativo Carnegie y de la Fundación Ottinger, publicó una serie de libros que trataban distintos aspectos del MIC, como Maniobras militares: una análisis del intercambio de personal entre contratistas de la defensa y del Departamento de la Defensa (1975), B-1 Bomber: análisis de su utilidad estratégica, costo, constitución e impacto económico (1976), Triángulo de hierro, la política de los contratos de la defensa (1981) y Expansión militar, declive económico (1983).

Pero un libro del CEP publicado en 1970, Eficiencia en la muerte, cristalizó de varias formas el pensamiento en torno al MIC y le dio un impacto duradero. Fue producido con ayuda de investigaciones del Comité de Servicios de los Amigos Estadounidenses.

Eficiencia en la muerte se concentró exclusivamente en la fabricación de armas antipersonales, sobre todo bombas expansivas, diseñadas para matar seres humanos, no para destruir propiedad e instalaciones militares.

Después de una descripción introductoria, el libro está conformado por información sobre las cien compañías privadas más grandes que participaron en la fabricación de estas armas. Pocas de las empresas más grandes, como Honeywell y Sperry-Rand, eran contratistas militares generales de renombre, pero muchos eran fabricantes de productos cotidianos, como Bulova Watch Company, General Motors, Motorola, Rubbermaid, Uniroyal y Whirlpool. 

Casi toda la información fue presentada con la templanza de un informe realizado por un analista de Wall Street, pero las implicaciones eran claras: invertir, trabajar o auspiciar a estas compañías te vuelve cómplice de la horrible muerte calcinante de civiles en Vietnam. 

Lo que Tepper y sus colegas hacían en el MIC llegó mucho más lejos que el boicot temporal; ellos sugerían que las herramientas del activismo podían ser moldeadas en las herramientas de inversión para hacer que la participación en la guerra fuera poco atractiva desde el punto de vista de las finanzas corporativas. 

Fue el inicio de lo que se convertiría en las "inversiones socialmente responsables".

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