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Las reformas chinas, bajo amenaza

La economía del país asiático tiene un reto histórico para fomentar cambios, dice Minxin Pei; sin embargo, la presión de grupos políticos y empresariales puede hacer descarrilar las iniciativas.
mar 29 octubre 2013 05:15 PM
Los dirigentes del país buscan un crecimiento sostenido. (Foto: Getty Images)
beijing

En el primer año del traspaso de liderazgo en China, la nueva cúpula gubernamental ha hecho repetidas promesas de reanudar el avance del país hacia una reforma económica. El nuevo primer ministro chino, Li Keqiang, empleó incluso una cruenta metáfora de ese país ("un héroe no tiene miedo de cortar su brazo envenenado") para mostrar su determinación.

Este reciente año solo se han visto cambios superficiales en la economía china. Apareció una nueva tasa de interés de préstamos y se aprobó una zona piloto de libre comercio en Shanghái (aunque está por verse cuán libre será). Mientras tanto, el crecimiento alimentado por el crédito y la inversión no ha disminuido, empeorando las distorsiones macroeconómicas y creando aún mayores riesgos en el sector financiero.

Los nuevos líderes del "dragón asiático" tendrán una oportunidad histórica el próximo mes para convencer a la población y a la comunidad internacional de que, a pesar de un primer año decepcionante, están preparados para abordar las reformas más difíciles. El Comité Central del Partido Comunista celebrará su tercera sesión plenaria en la segunda semana de noviembre. Muchos esperan que la dirección del partido dé a conocer en dicha reunión un ambicioso programa de reformas.

Aunque es comprensible que los inversionistas de todo el mundo esperen una firme voluntad política y claridad en las políticas de Beijing, también debemos ser realistas sobre lo que los líderes pueden realmente ofrecer en la charla del próximo mes. Es muy posible que las reformas más apremiantes enfrenten una fuerte oposición de los grupos de interés arraigados (llámense empresas estatales, gobiernos locales, el aparato burocrático y las empresas conectadas con las élites gobernantes).

Por ejemplo, la liberalización de las tasas de interés aumentará el costo del capital para las empresas de propiedad estatal. Acabar con la banca en la sombra ocasionará la bancarrota de muchos desarrolladores inmobiliarios sobreendeudados. Las audaces medidas en materia política, como reducir la emisión de crédito bancario para frenar las inversiones improductivas y reducir la capacidad excedente en muchas industrias manufactureras, probablemente conduzca a la deflación y a una fuerte caída del crecimiento.

En este contexto, solo podemos esperar que la asamblea plenaria del partido arroje iniciativas más mesuradas y cautelosas. Con toda probabilidad escucharemos alentadoras propuestas de reforma expresadas en términos generales. Por ejemplo, la dirección del partido seguramente respaldará los principios de la reforma fiscal, la liberalización financiera, la innovación, la equidad social y un crecimiento ambientalmente sostenible.

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En el frente fiscal, la reestructuración propuesta del (disfuncional) sistema tributario actual podría incluir la ampliación de la base impositiva de los gobiernos locales (que dependen excesivamente de la recaudación por la venta de terrenos), modificando la fórmula que asigna ingresos entre los gobiernos provinciales y el Gobierno central, y trasladando los costos de algunos servicios sociales al Gobierno central.

Reformas

Cuando el partido intentó reformas parecidas hace dos décadas, el Gobierno tardó un año entero en negociar con las diversas partes interesadas y confeccionar políticas específicas. Por lo tanto, es poco probable que los pronunciamientos emitidos en el pleno incluyan muchos detalles y pormenores. La retórica de los líderes respecto a la reforma será fuerte, sin duda. Pero su compromiso político con la reforma seguirá siendo difícil de medir.

Beijing no parece tener una estrategia política creíble que acompañe a su reforma económica. La creencia generalizada hoy es que Xi Jinping, el nuevo jefe del Partido Comunista, está empleando una campaña anticorrupción de alto perfil para asustar a la burocracia, creando condiciones más favorables para la reforma económica.

Lo que mucha gente olvida, no obstante, es que el líder tendrá que depender de esa misma burocracia para implementar una campaña que la ataca. Este enfoque vertical probablemente pierda su potencia porque los funcionarios chinos son avezados operadores políticos que saben cómo desviar y diluir las políticas del Gobierno central. Han formado redes de colusión muy cerradas para protegerse unos a otros. A menudo simulan cumplir las instrucciones mientras siguen operando como de costumbre.

Sería más efectivo que Jinping movilizara la opinión pública y el pueblo chino a favor de una estrategia de reformas en pro del mercado (lo que hizo Deng Xiaoping a finales de los setenta y principios de los noventa). Pero el conservadurismo político que emana de Beijing imposibilita esta opción.

Para los inversores extranjeros, y para el pueblo chino, la sesión plenaria difícilmente disipará la incertidumbre política. Tal vez ofrezca más señales sobre la forma en que a los líderes chinos les gustaría reorientar la estrategia de crecimiento, pero el diablo, como todos sabemos, está en la ejecución de las promesas. Y tendremos que esperar al menos un año más para ver si alguna de las medidas anunciadas en el pleno puede ponerse en práctica.

Por otro lado, la conferencia anual que organiza el Gobierno para analizar la situación económica, que está prevista para la segunda mitad de noviembre, podría producir algunos resultados. A diferencia de la sesión plenaria, que se centra en los aspectos macro, la conferencia nacional para planear el trabajo económico se centra en las principales prioridades a corto plazo.

Prioridades

Una de esas prioridades es el desapalancamiento financiero. En los últimos cinco años, la deuda de China aumentó del 130% al 220% del PIB , algo sin precedentes en el país. Dado que los deudores de alto riesgo -como las corporaciones y los gobiernos locales- acumulan una deuda por un total del 195% del PIB, una proporción desconocida, pero considerable, de los activos en el sector bancario no está produciendo nada . Es dinero muerto.

La manera en que Beijing maneje este ciclópeo problema a finales de noviembre incidirá en el mercado, ya sea para calmarlo o asustarlo más. Si los líderes de China adoptan un plan transparente respaldado por dinero real para desactivar esta bomba de deuda, la confianza volverá. Si Beijing, por el contrario, intenta utilizar dudosos mecanismos contables para ocultar los malos préstamos bajo la alfombra (se rumora un plan que consiste en crear sociedades provinciales de gestión de activos o bancos tóxicos que se harían cargo de los préstamos de cobro dudoso, sin determinar la manera en que serán financiados esos "bancos malos"), un profundo escepticismo sobre el futuro económico continuará persiguiendo a Beijing.

*Minxin Pei ocupa la cátedra Tom y Margot Pritzker en el Claremont McKenna College  y es investigador no residente de la institución German Marshall Fund of the United States.

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