Una baja asistencia al Zócalo acompañó al papa Francisco
Francisco, el primer papa que visita Palacio Nacional
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“México, siempre fiel”, decía el papa Juan Pablo II ante las muestras multitudinarias que encontraba en el país en sus cinco viajes pastorales.
Pero para ser fiel en la primera visita del papa Francisco, los creyentes de la Ciudad de México tuvieron diversos obstáculos para acompañar al líder de la Iglesia Católica este sábado.
“Hasta hoy me enteré que podíamos venir gratis al Zócalo”, mencionó Concepción Ramírez, de 54 años, pues dijo que durante semanas había escuchado en radio y televisión que la entrada a la Plaza de la Constitución estaría controlada por boletos.
“Para facilitar el acceso a usuarios al Zócalo, está abierta la estación Bellas Artes”, se tuiteó a primera hora en la cuenta del Metro capitalino, pese a que durante días el gobierno de la Ciudad de México anunció que estaría cerrada esa y otras seis estaciones del Centro Histórico, además de las calles del primer cuadro.
El resultado fue una plaza semivacía, una plaza con un público callado que se limitaba a observar las pantallas con la transmisión del gobierno capitalino, que entró en calor con la presencia del papa, y con esporádicos intentos de las porras que acostumbran los mexicanos.
El “Francisco, hermano, ya eres mexicano” sonaba tímido para los que recuerdan la devoción que generaba el papa Juan Pablo II. “¡Apoyen!”, gritaba una mujer desde la plancha del Zócalo a los asistentes que nunca llenaron por completo una de las tribunas instaladas.
“¡Déjalos pasar!”
La desorganización en el evento pensado para ser uno de los más grandes en esta visita iniciaba en los filtros de seguridad. Aunque era corta la espera en las filas, ante la baja asistencia, los elementos de seguridad aplicaron controles estrictos.
A Ana Suárez, de 66 años, le salió caro haberse prevenido. Llegó a la fila con una sombrilla y un banquito para sentarse, pero los elementos de seguridad la detuvieron. “Quiero ver al papa”, dijo entre triste y molesta al abandonar sus pertenencias en la calle.
Incluso las plumas y lápices eran arrojados al suelo por los asistentes en la revisión de mochilas y bolsas en los arcos detectores. “No pasan”, decía un elemento de las fuerzas federales que coordinaron la seguridad.
Pero la gente prefería dejar algunas pertenencias que perder la oportunidad de ver al papa, y se apresuraban a caminar por las calles 5 de mayo, Tacuba y Madero para encontrarse con una plaza vacía.
Coordinadores de logística con el rosa y los chalecos de CDMX del gobierno capitalino se mantuvieron en un constante estira-y-afloja con las fuerzas federales para lograr que el Zócalo luciera más lleno.
“¡Déjalos pasar, hay mucho espacio todavía!”, decía uno de los empleados, pues los guardias retenían constantemente a los asistentes en los pasillos ante el temor de que el papamóvil se encontrara con personas fuera de lugar.
“Está todo vacío y todavía se ponen así”, se quejaba la mujer de una familia que vino desde Puebla y llegó cuando el papa ingresó al Palacio Nacional para la recepción de Estado del presidente Enrique Peña Nieto.
Algunas personas estaban distraídas, pero cuando vieron en las pantallas que Francisco llegó en el papamóvil al Palacio Nacional, estallaron en júbilo. Entre aplausos y porras mezcladas, celebraban la presencia del líder católico cuya fe predomina en 80% de los mexicanos.
Hubo ovaciones cuando el papa habló de la Virgen de Guadalupe, de la fe de los mexicanos, de la juventud como el valor más importante del país, y no hubo una reacción particular cuando mencionó el egoísmo que hace el “terreno fértil de la corrupción”.
El papa Pancho
Pese a ser un número bajo de asistentes, ver al papa generó una ovación a la altura del Zócalo. Desde las gradas y desde las vallas, las miles de personas saludaron entusiastamente a Francisco, le pidieron su bendición y gritaban su nombre.
Pancho le gritó una de las mujeres que mejor ánimo mantuvo durante toda la mañana. “¡Viva el papa Pancho!”, dijo al paso del pontífice. Unos cinco segundos lo tuvo frente a su localidad.
Aunque el pontífice inició su recorrido con una parada para recibir un sombrero de charro, y besar a una persona en silla de ruedas y un bebé, el resto de su recorrido fue rápido. Tuvo que sostenerse con una mano del papamóvil y con la otra saludar, sin ofrecer las bendiciones que muchos esperaban.
Y de desde el público, en lugar de las tradicionales banderas que adornaban las otras seis visitas papales, ahora dominaban los teléfonos celulares apuntando hacia el pontífice.
“Una plaza abarrotada”, decía el narrador en la transmisión del recorrido de cuatro minutos del papa. “Se estima que hay 80,000 personas”, agregaba, pese a que en las imágenes de televisión la realidad distaba mucho de ello.
Ante el fugaz momento, la voz del Zócalo se volvió a unir para entonar un “¡otra vuelta, otra vuelta, otra vuelta!” que se quedó solo en deseo.
¿Ya se acabó?
Otro apresurado momento vino después, pero este de carácter oficial: el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, entregó las Llaves de la Ciudad y el pergamino de Huésped Distinguido a Francisco en una ceremonia de unos tres minutos.
No hubo palabras en los altavoces, y el público se limitó a observar lo que pasaba.
Entre la gente había una preocupación más importante, ¿qué seguía en el evento?, ¿eso era todo?
“Me hubiera gustado que hubiera una misa, para tanta gente que venimos, algunos desde lejos. Pero creo que ya no va a salir”, dijo Antonia Hernández, de 42 años, quien estuvo en las gradas desde las 07:30 horas.
La gente comenzó a abandonar el Zócalo por todas las calles aledañas, aunque los organizadores habían destinado solo tres del sur de la plaza, indicación que al final ya no importó.
En un ambiente extrañamente callado ante la visita de un papa, quedaban muchas calles por caminar para encontrar una estación del Metro funcional, calles por las cuales transitaran autos, o pasos entre vallas que se quedaron esperando miles de personas qué contener.