Carlos Quezada, CEO de Stellantis México, también subrayaba la importancia de la industria local para la empresa, destacando su apuesta por la electrificación en Toluca y la producción de motores en Saltillo. Pero a diferencia de sus colegas, Quezada ya advertía de la incertidumbre que podría traer el cambio de gobierno en Estados Unidos.
“El cambio de gobierno en Estados Unidos, que es un cambio importante a partir de enero. Aspectos como los aranceles y otros temas relevantes podrían impactar la estructura de producción y exportación de las compañías que ensamblamos y exportamos a ese país”, reconocía en su discurso.
Pero lo que parecía un escenario improbable se materializó este sábado. La decisión de Donald Trump de imponer un arancel del 25% a todas las exportaciones mexicanas sacudió a la industria automotriz, un sector que depende en gran medida del comercio transfronterizo y que en los últimos 30 años había evolucionado bajo la lógica de una economía regional integrada.
El golpe al modelo de integración regional
El golpe de los aranceles no es solo económico, sino simbólico. Trump busca usar esta medida como un mensaje de su política comercial y como una herramienta de presión en otros temas, como la migración y el combate al tráfico de drogas. En su primer mandato, la cancelación de la planta de Ford en San Luis Potosí sirvió como un trofeo político para su discurso de “America First”. Ahora, se espera que el presidente republicano busque otro anuncio de esa magnitud.
Las tres grandes de Detroit, y en general todas las armadoras, han guardado silencio tras el anuncio de Trump. No es para menos, la estructura de la industria automotriz mexicana está diseñada para la exportación: los vehículos, motores y autopartes ensamblados en el país cruzan la frontera múltiples veces antes de su ensamblaje final en Estados Unidos. De los 20 complejos de manufactura de vehículos ligeros y las más de 2,000 plantas de autopartes en México, la gran mayoría está orientada al mercado estadounidense.
La imposición de aranceles pone en entredicho la efectividad del T-MEC, un tratado que el propio Trump renegoció para fortalecer el comercio regional. Durante décadas, la integración de la industria automotriz en América del Norte ha permitido optimizar costos y tiempos de producción, convirtiendo a la región en un bloque altamente competitivo frente a Europa y Asia.
Según datos de la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA), de 1993 a 2023, el PIB del sector creció más del doble que el PIB manufacturero y el nacional, impulsado por una estrategia basada en la competitividad y la eficiencia. Sin embargo, la nueva política comercial de Washington podría forzar a las empresas a replantear su estructura de producción.
Algunas automotrices podrían optar por trasladar parte de su manufactura a Estados Unidos para evitar los aranceles, aunque esto implicaría un aumento significativo en costos laborales y de operación. Otras podrían buscar diversificar sus exportaciones hacia otros mercados, aunque la dependencia del sector hacia Estados Unidos dificulta esa transición en el corto plazo.
En México, los efectos serán profundos. La manufactura automotriz, que genera más de un millón de empleos, enfrenta una incertidumbre que podría afectar futuras inversiones. La producción de vehículos y autopartes, un pilar de la economía en estados como Coahuila, Guanajuato, Aguascalientes, Puebla, Nuevo León, Chihuahua y Querétaro, podría resentir una caída en la demanda, afectando directamente a miles de trabajadores.
El impacto no solo se sentirá en México. En Estados Unidos, la industria automotriz depende de insumos mexicanos para mantener bajos los costos de producción. Según la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras (NHTSA), un automóvil vendido en el país vecino tiene, en promedio, un 25% de componentes fabricados en México. Con la nueva tarifa arancelaria, los precios de los autos nuevos podrían aumentar en al menos 3,000 dólares, y las proyecciones de la Industria Nacional de Autopartes (INA) apuntan a una reducción de un millón de unidades vendidas en 2025.
El encarecimiento de los vehículos podría generar un freno en el mercado automotriz estadounidense, afectando tanto a los consumidores como a los propios fabricantes. Para las automotrices, la disyuntiva es clara: o absorben el costo del arancel, reduciendo márgenes de ganancia, o lo trasladan a los clientes, afectando la demanda. Ninguna de las opciones es atractiva.
Las armadoras, que hasta hace unas semanas celebraban su estabilidad, hoy enfrentan una de las mayores pruebas después de la pandemia de 2020. Con la incertidumbre en aumento, la pregunta es si la industria automotriz mexicana resistirá el embate.