'El Príncipe de Persia': La maldición de los videojuegos

Hollywood se mantiene hechizado con el potencial de adaptación de los videojuegos a la pantalla grande, aún después de Alone in the Dark (Solo en la oscuridad). Pero aunque no hay nada más aburrido que ver a alguien jugando con su palanca de mando, insisten en hacer una película basada en ello.
La estética del juego ha cambiado la forma en como se ven las películas, en específico, las de acción. Sin embargo, la mayoría de los intentos de Hollywood por convertir los videojuegos en guiones han resultado sombríos.
No es para sorprenderse. Después de todo, un videojuego no tiene la estructura para mantener una trama lineal. Por el contrario, un buen juego busca la apertura de múltiples posibilidades y elecciones para el jugador, o al menos una serie de desafíos que el jugador podrá dominar con el tiempo.
Tal vez un día las películas tendrán esta interactividad. Pero por ahora, los intentos por construir historias sobre arenas movedizas están condenadas al fracaso.
Sin embargo, nada de esto detiene al productor Bruckheimer, quien descubrió las posibilidades de un parque temático (Los Piratas del Caribe), pero ha confundido a sus cuatro guionistas y al director inglés Mike Newell.
En la década de 1990, Newell fue poniendo su grano de arena en comedias como Cuatro Bodas y un Funeral y hasta en dramas como Donnie Brasco. Hoy en día, a sus sesentas años, trabaja para éxitos de taquilla de gran presupuesto y efectos especiales.
Con su exceso de baratijas de un bazar árabe, carreras de avestruz, tormentas de arena y harenes, la película es una pieza pseudo-mítica, agotadora y vacía, ambientada en Persia.
Jake Gyllenhaal, el de los ojos tristes, interpreta al medio-Príncipe Dastan, quien apenas siendo un bebé es sacado de la cuna por el rey mago Sharaman (Ronald Pickup), quien ve en este niño de la calle alguna nobleza todavía incipiente.
Con bíceps fuertes y el cabello de vagabundo, Gyllenhaal no parece muy persa, pero ciertamente tiene un perfecto acento inglés.
Quizá esto sea para complementar a sus co-estrellas: la ex chica Bond, Gemma Arterton como la petulante princesa Tamina, que sin querer lo acompaña en su búsqueda; Alfred Molina, como el elemento cómico, un empresario de dudosa reputación y Sir Ben Kingsley como el inestable hermano del rey Nizam. Estos personajes podrían parecer dibujos animados de Disney, pero los actores tienen frecuentes cambios de vestuario y no pueden ocultar su personalidad.
Gyllenhaal (o su doble) es muy atlético en las escenas de acción relativamente espaciadas, pero generalmente incoherentes, corriendo arriba y alrededor de las paredes, y realizando más volteretas que el senador de tu estado. Pero pareciera medio dormido cuando se ve obligado a escuchar a Tamina, lo que sucede muy seguido.
La pobre Arterton se ha quedado atascada en el peor diálogo; “Ahora nos dirigimos hacia el Valle de los Esclavos - ¡Pero eso es un suicidio!”
Desde el inicio hay un elemento incongruente de actualidad política, cuando los persas invaden una ciudad santa en búsqueda de armas de destrucción masiva, que resultan no existir. Es difícil no pensar si esto es propaganda encubierta para el actual régimen iraní; la ciudad tiene una cantidad de clases de pistolas de humo, una daga mágica que lleva las arenas del tiempo, que permiten a su portador una especie de repetición instantánea.
Puede ser un dispositivo muy ingenioso en un video juego, pero es prácticamente inútil en una película.