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Mapa para leer y entender la obra de Mario Vargas Llosa

¿Cómo acercarse a la obra de Vargas Llosa? ¿Qué leer primero? ¿Qué esperar? Álvaro Enrigue, escritor y crítico literario te da pistas
vie 08 octubre 2010 11:17 AM
Premio Nobel Literatura 2010
Libros Vargas Llosa Premio Nobel Literatura 2010

Mario Vargas Llosa publicó La ciudad y los perros a los 26 años. La novela fue reconocida de inmediato como la obra maestra que sigue siendo –la releí, casualmente, la semana pasada y puedo dar testimonio de que todavía deja sin aliento—; al poco el libro se tradujo a un sinfín de lenguas y lo convirtió de inmediato en una referencia universal: fue el miembro acreditado más joven del Boom a la edad en la que todos los demás estamos pensando si de verdad deberíamos seguir adelante con el doctorado.

Su siguiente novela fue La casa verde, luego publicó Conversación en la catedral –tal vez la narración de largo aliento más perfecta que haya dado el castellano durante el siglo XX. Se puede seguir sin pausa: La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, La fiesta del chivo –por hablar sólo de sus libros extraordinarios. Ningún escritor vivo ha sido tan consistente ni, sobre todo, tan leal a sus lectores.

A pesar de que desarrolló su carrera en un contexto en el que el ejercicio desbordado de la imaginación y la fantasía vendían maravillosamente, Mario Vargas Llosa nunca ha aspirado como autor más que a plantear el gran fresco de la vida del Perú –y a veces América Latina-- en el tiempo que le tocó vivir: ser un realista de cepa pura.

La consistencia y la lealtad son virtudes que con frecuencia van juntas y producen reconocimiento. Si Vargas Llosa se ha mantenido a la altura de las expectativas de sus lectores publicando una novela sólida tras otra, también ha sido fiel a sus maestros del siglo XIX francés: Balzac, Flaubert, Stendhal. Su literatura está enmarcada siempre por una preocupación social que parecería partir de la celebre primera frase de Conversación en la catedral: “¿Cuándo se jodió el Perú?”

Todas las novelas –o todas las que son buenas-- son máquinas de pensar metafóricamente: cuentan la historia de alguien y esa historia da testimonio del mundo que vio al autor. Es por eso que se siguen publicando y leyendo. Vargas Llosa ha sido el analista más perceptivo y cruel de los desastres latinoamericanos –encarnados en su obra en el Perú, pero también en Brasil o República Dominicana--, y también el que mejor ha visto los nichos en que puede florecer algo esperanzador: la ternura de los que no tienen nada, la belleza de los que se hundieron persiguiendo ideales, la riqueza de un mundo sostenido por un lenguaje con una capacidad formidable para renovarse.

Como todos los escritores que alcanzaron la consideración universal, Vargas Llosa encontró una forma única, innovadora y a ratos deslumbrante de contar historias a partir de La casa verde, su segunda novela.

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Lector cuidadoso de la literatura decimonónica, pero también perpetuamente al día con la que le tocó ir leyendo mientras se publicaba, adaptó todas las técnicas probadas por las vanguardias narrativas del siglo XX a un discurso que se apegaba a la realidad histórica. El resultado fue el hallazgo de un mecanismo para contar que ha sido, en sus manos, inagotable.

En las novelas de Vargas Llosa el tiempo nunca corre de manera lineal: se superpone en carreteras paralelas que a ratos se cruzan, se dividen, se trepan unas sobre las otras formando segundos, terceros y cuartos pisos. En Conversación en la catedral hay párrafos imposibles en los que cada frase atiende a una escena y una anécdota distintas, que sucedieron en diferentes momentos, y que no forman un laberinto, sino un mandala de trazo claro y sereno: aclaran, que es lo que siempre debería hacer un escritor.

Además Vargas Llosa es una persona que dice lo que piensa y asume sus consecuencias. Sus visitas a México son célebres porque siempre se las arregla para poner el dedo en la llaga: dice cosas incomodísimas que además son verdad.

Esa honestidad sin diques es probablemente el nudo que sostiene la inteligencia de sus libros. Ninguno de sus personajes es nunca banal ni está ahí para entretener: todos han sido creados con una admirable economía que los vuelve entrañables y reveladores al mismo tiempo.

La honestidad vargasllosiana es tan ilimitada que al menos en dos libros, su personaje principal es él mismo y padece el maltrato de rutina: El pez en el agua, sus memorias, y La tía julia y el escribidor –joya de la corona del posmodernismo literario latinoamericano—son libros construidos sobre una historia ya mítica, aunque todos los personajes de ambos relatos siguen vivos: de joven se casó con su tía y cuando se divorció de ella, se casó con su prima; en el vaivén entre esas dos tremendas historias de amor, construyó un mundo al que podemos entrar todos para entender mejor lo que nos rodea.

Por estas mismas fechas, pero en el año 2008, el escritor español Félix Romeo presentó a Mario Vargas Llosa en el que era el evento más taquillero del Festival Hay de Segovia. El paquete no era menor para mi colega: su responsabilidad consistía en mantener enganchado al público mientras conversaba sólo sobre libros con su héroe literario. Yo había saludado a Romeo por la mañana y habíamos intercambiado pocas palabras porque estaba atareado afinando las largas notas en que basaría su preguntas.

Cuando a las cinco de la tarde se abrieron las cortinas del teatro y Romeo sintió el golpe de los cañones de luz y la respiración de los cientos de espectadores que lo atendían en el filo de sus butacas, sacudió levente sus tarjetas, las reacomodó, alzó la mirada y dijo con una honestidad tan directa y tierna que todavía me conmueve: “Yo no tengo nada que decir en esta mesa. Damas y caballeros: los dejo con Mario Vargas Llosa, el mejor novelista del mundo”.

 

*Álvaro Enrigue es escritor, profesor, editor y crítico. Comunicador por la Universidad Iberoamericana, obtuvo un master en Literatura Iberoamericana en la Universidad de Maryland y ha sido editor literario del Fondo de Cultura Económica.

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