Meyer y Le Clézio: Las andanzas de dos intelectuales franceses por México
La pasión del historiador francés Jean Meyer por México empezó hace 48 años. A principios de los sesenta, emprendió un viaje desde París con un amigo, poco dinero y mochila al hombro. Después de dos meses por tierras mexicanas, le gustó tanto que dijo: “No sé cómo volveré, pero volveré”.
Jean Meyer (Niza, Francia, 1942) recuerda estos días en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) que fue “la comida, la gente, el paisaje, todo”, lo que lo cautivó.
Con ese querer aprehendido, se inscribió en un seminario de América Latina después de terminar Historia en la Universidad de la Sorbona. Un compañero mexicano le recomendó elaborar su tesis sobre La Cristiada y le explicó que aquel capítulo sobre el levantamiento de los campesinos católicos de los años 20 contra un gobierno anticlerical no estaba muy estudiado.
Con 23 años, cruza de nuevo el Atlántico para escribir su tesis e impartir clase como profesor invitado en el Colegio de México. Tres años después, el escritor francés Jean-Marie Gustav Le Clézio (Niza, Francia, 1940) aterriza en la Ciudad de México y encuentra en Meyer algo más que un amigo, “un hermano”.
La llegada de "un hermano francés"
Las circunstancias de Le Clézio, Nobel de literatura 2008, eran totalmente diferentes. El autor de Urania o La conquista divina de Michoacán se encontraba en Tailandia, cumpliendo el servicio civil internacional como profesor de literatura francesa. Durante una entrevista, criticó la dictadura tailandesa y el gobierno francés decidió enviarlo a México para que terminara su compromiso. Aquella especie de castigo se convirtió en una oportunidad para "conocer al otro, viajar al otro", como describía Meyer este fin de semana durante la presentación de la conferencia La literatura intercultural, pronunciada por Le Clézio ante unas 400 personas.
El interés del novelista lo llevó a Zamora y Jacona, Michoacán, donde tomó clases de purépecha y vivió durante 10 años. Un detalle que refleja su gusto por México es que, en el discurso de la ceremonia de entrega del Premio Nobel, lo dedicó a una cuentista mexicana.
El historiador y el entonces profesor del Instituto Francés de América Latina se conocieron a las puertas de la revuelta estudiantil mexicana de 1968. Por aquella época viajaban juntos los fines de semana para descubrir el país. A pesar de que Jean-Marie no tenía ninguna referencia, "rápidamente le fascinó", explica Meyer. Una de aquellas visitas fue a la sierra norte del estado de Jalisco, donde conocieron las ceremonias de los indios huicholes.
La violencia de entonces y la actual
Meyer recuerda que en el México de entonces, que recorrían a pie, a mula o en camión, había “bandidos normales, no había la violencia de ahora. Aquella era invisible, con campesinos que mataban a campesinos, venganzas entre familias, pleitos entre pueblos por los límites de los terrenos”.
El autor de Revolución Mexicana cree que “hoy México tiene muy mala prensa, cuando hay países como Brasil, con tres veces más la tasa de homicidios”.
Para mejorar la situación actual mexicana considera necesarias varias reformas, como la fiscal. Contrapone el 10% del Producto Interno Bruto (PIB) que recauda el gobierno mexicano con el 16% de Honduras, el 27% de Brasil y el 45% de Francia.
“El estado francés ha podido establecer un estado del bienestar gracias a eso. No hay milagro. Pero la evasión fiscal en México es un escándalo”, resume Meyer, en el stand de Tusquets, donde presenta su obra.
Otra de las asignaturas pendientes que destaca el historiador es la “reforma profundísima” de los servicios de seguridad. “De los 400,000 policías que tenemos, creo que sólo 10,000 sirven de verdad. Los demás son improvisados. Por lo mismo, no existe una política científica de datos y la policía va a tientas”.
En cualquier caso, subraya que México ha vivido pruebas peores y que siempre ha salido adelante. “La materia prima de esta gente es de primera. Con capacidad de resistencia y un dinamismo prodigioso”. El mismo que lo sedujo en 1962 y que hizo de él un mexicano, “un poco artificial, pero un mexicano”.