Daniel Sada, el novelista obsesionado con "depurar el lenguaje"
El escritor mexicano Daniel Sada murió apenas horas después de que este viernes la Secretaría de Educación Pública (SEP) lo anunciara como ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011, en la categoría de Lingüística y Literatura.
Sada, de 58 años , era reconocido en la comunidad literaria de México como un autor que prestaba especial atención al lenguaje que empleaba para narrar. El escritor y crítico Rafael Lemus llegó a catalogarlo como “uno de los formalistas más extremos del idioma”. Otro escritor, Christopher Domínguez Michael, lo describió como un “orfebre” de la novela, una persona para quien “cada palabra pesa en oro”.
“Bueno, yo empecé como poeta. Y quería contar historias al mismo tiempo, pero al parecer eso no se valía”, dijo en septiembre pasado en una entrevista con el periódico La Semana de Frente. “Esto me hizo buscar una forma de prosa que empatara con la poesía. Empecé a usar un sistema de puntuación especial basándome en reglas muy viejas, se usaban en el siglo XV, XVI y XVII. Esto me permitió encontrar una fórmula para que yo pudiera contar historias tal y como yo quería”.
Ese afán de cuidar las palabras hacía que en ocasiones redactara “hasta cinco versiones de una novela”, aunque otras veces las escribía “de una sola sentada”. “Desde siempre he sido así, por eso escribo poco, porque me cuesta mucho trabajo escribir las novelas. Me tardo mucho en depurar el lenguaje”, explicaba.
Sada nació el 25 de febrero de 1953 en Mexicali, capital del norteño estado de Baja California, una zona desértica que a la larga le sirvió para crear la “geografía inventada” en la que se desarrollan varias de sus historias.
El periodista cultural Sergio Bárcenas Huidobro, seguidor de la obra de Sada, dijo a CNNMéxico que el trabajo del autor contribuyó a que en la zona norte del país se desarrollara la producción literaria contemporánea, que hasta entonces se había ubicado en la región central. Tras enterarse de su muerte, el escritor Juan Villoro señaló en Twitter que Sada “inventó la exuberancia del desierto. Fue abundante donde no había nada. La tierra baldía le debe un bosque”.
Desde joven se mudó a la Ciudad de México —la capital—, estudió Periodismo y hacia la década de 1980 comenzó a publicar. En esos años salieron a la luz las novelas Lampa vida (1980) y Albedrío (1988), así como el libro de relatos Juguete de nadie y otras historias (1985). En los 90 obtuvo los premios Xavier Villaurrutia por la compilación de cuentos Registro de causantes (1992) y el José Fuentes Mares por la novela Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999).
En los años recientes publicó Luces artificiales (2002), Ritmo Delta (2005), La duración de los empeños simples (2006), Casi nunca (2008) y A la vista (2011), de acuerdo con la casa española Anagrama, que editaba sus obras. En A la vista, su última novela, cuenta la tragedia de dos hombres que asesinan a su patrón en venganza por la explotación a la que los tenía sometidos.
Además de dedicarse a escribir, Sada participó en la academia en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y dirigió varios talleres literarios. El escritor Jaime Mesa, que estuvo en uno de sus talleres, lamentó la muerte del autor este sábado. “Mi amigo, mi padre, mi maestro… y no hay palabras…”, escribió Mesa en su blog .
La salud de Sada se vio afectada en los últimos meses debido a enfermedades renales que lo mantuvieron en casa o en el hospital, de acuerdo con Bárcenas Huidobro. Incluso, llegó a necesitar diálisis diarias, pero el financiamiento de la atención médica se complicó porque el autor no contaba con seguridad social, un problema que padecen varios miembros de la comunidad cultural.
Para conseguir recursos —explicó Bárcenas Huidobro—, sus amigos organizaron subastas y colectas con ayuda de su esposa, Adriana Jiménez. Con ella, Sada crió a una hija que actualmente tiene alrededor de 13 años. Tuvo otra hija, de mayor edad, de una relación anterior.
El caso de Sada fue uno de los que tomó un grupo de 4,000 creadores artísticos para exigir al Senado que se cree una ley que permita a la comunidad cultural tener acceso a los servicios médicos de las instituciones del Estado . En una carta abierta difundida en octubre, escritores como Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco y Vicente Leñero, así como la titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Consuelo Sáizar, argumentaron que miles de artistas carecen de seguridad social porque con frecuencia no tienen contratos laborales.
Sada —quien se consideraba un escritor “de filigrana”, alejado de la “simplicidad”— declaró en julio al diario La Jornada que, a pesar de su enfermedad, siempre estaba pensando en las historias que podría escribir. No obstante, su obsesión por la palabra lo llevaba más a imaginar cómo contar esas historias que a centrarse en el argumento en sí.
“Las mejores novelas que he leído tienen como germen el lenguaje. No me gusta que me cuenten historias como si lo hicieren en una cantina”, dijo. “Cuando entro en un libro quiero un despliegue verbal, además de la anécdota. Claro que exijo que haya anécdota, que me cuenten una historia, pero también exijo la contraparte, cómo me la cuentan. Me gusta que me endulcen el oído”.