Palacio de Bellas Artes despide al 'Confucio mexicano' Ernesto de la Peña
La obra de Ernesto de la Peña es un canto al amor y desamor, al sexo, a "ese Dios que mata y me desvive", un canto a la vida misma y la constante búsqueda por descifrar su origen, así como de la muerte.
El escritor mexicano, quien falleció este lunes a los 84 años, recibió un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México donde familiares y personalidades de la cultura le dieron el último adiós.
En la primera fila destacó la presencia del director de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), Jaime Labastida y del escritor Eduardo Lizalde, uno de los primeros en tomar la palabra.
Con la medalla que lo distingue como miembro de la Academia, recitó fragmentos de Palabras para el desencuentro, un texto de De la Peña.
"Los enormes tesoros que con su prodigiosa memoria guardaba en su cabeza, desaparecen con Ernesto de la Peña", expresó Lizalde.
La presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Consuelo Sáizar, lo describió como un "puente entre culturas, países, disciplinas... un puente interminable, infinito y eterno".
"Muchas gracias don Ernesto por hacer más grande nuestro idioma, vaya ahora a poblar con su palabra y su entrañable presencia el paraíso de la sabiduría", dijo la funcionaria en su discurso.
A Ernesto de la Peña le llegó "el momento rígido vecino de la muerte, de rendir cuentas con el alma", tal como lo describía en su texto El sol oscuro, donde también cuestiona "lo eterno a tu estirpe, si tu vigencia es apenas la huella de un instante", pero destaca "el don de las palabras que asignan su sitial al río y al planeta".
Al finalizar el evento, el novelista y ensayista José Gordón dijo a CNNMéxico que pese a que De la Peña fue agnóstico, solía citar a Emmanuel Kant, al decir que creía en el cielo estrellado.
"Él siempre estaba buscando las fibras de lo sagrado, entendiendo en lo que tiene que ver con el tejido de una vida y de una existencia en donde lo más disímbolo está correlacionado, y él tenía las huellas, y los vestigios de las palabras que podían conectarnos ciertos residuos de majestuosidad que se habían perdido y que a través de la lengua se podían recuperar", dijo Gordon.
Hombre sabio que dominaba cerca de 30 idiomas desde el sánscrito hasta el hebreo, Ernesto de la Peña era un amante de la mitología, tanto oriental como occidental, vastos estudios que le permitieron armar "mapas interesantes de lo qué es la vida", indicó Gordon.
Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua, a la que De la Peña ingresó en 1993 como sexto ocupante de la silla XI, comparó al maestro y amigo como "un Confucio del que emanaban las enseñanzas", y su muerte representa la pérdida de un hombre "insitituible".
"Él tenía un gran respeto y un gran interés por la pasión religiosa, acercándose con enorme cariño… Ernesto investigaba sobre las enseñanzas de Confucio, como traducía los cuatro evangelios, que leía el Corán, no conozco alguien que tenga ese perfil en este país", señaló a CNNMéxico Jaime Labastida acerca del escritor que también ganó el Premio Xavier Villaurrutia en 1988 por el cuento Los estratagemas de Dios.
Su sobrino, Sergio Antonio Canalé, destaca el carácter "apacible, con humor en todo lo que hacía" de Ernesto de la Peña. "Un sabio humilde", como lo describió Jaime Labastida en su discurso.
"Un hombre sencillo, un verdadero pozo de sabiduría (…) no saben ustedes lo que el cerebro de Ernesto de la Peña atesoraba, porque además tenía un memoria asombrosa, podía dar una charla sin tener de por medio un papel, menos un libro", dijo el director de la AML a CNNMéxico.
Esa humildad fue la característica de Ernesto de la Peña, destacada durante el homenaje. Era un escritor que no se hacía llamar erudito, pero era "humilde como un sabio".
"Vivió una gran pasión y disfruté de la amistad, del vino, del poema, del conocimiento, y la humildad suficiente para saber que ese conocimiento tiene que estar repercutiendo en la sociedad", señaló José Gordon.
"Cuando muere un viejo, cuando muere un sabio, es como si ardiera una biblioteca…. nos queda el legado de su voz, de su imagen, pero la presencia vigorosa, que sabía reír con todo el cuerpo, esa es la que hemos perdido para siempre", dijo Gordon.