Desplazados por el conflicto armado en Colombia leen para olvidar
Lecturas alrededor de una fogata o en pequeñas bibliotecas improvisadas en poblados semidestruidos, consiguieron hacer más llevadero el proceso de sanación y reinserción de miles de niños y jóvenes desplazados por la violencia en Colombia , afirma Adelaida Nieto, responsable de uno de los programas instrumentados por el gobierno del país sudamericano.
La idea de promover la lectura entre miles de víctimas del conflicto armado entre el gobierno colombiano y los cárteles del narcotráfico surgió hace más de 15 años en el Ministerio de Cultura de este país, recuerda Nieto, quien participará en el X Encuentro de Promotores de Lectura en el marco de la Feria Internacional del Libro (FIL), que inicia este fin de semana en Guadalajara.
Cuenta que buscaban ayudar no solo a los niños desplazados de sus hogares por cuestiones de la guerra contra el narcotráfico, también querían recuperar a los menores reclutados por algún grupo armado, obligados a tomar las armas y matar.
Sin más herramientas que una caja de cartón donde llevaban libros, auxiliados por la luz y el calor de la fogata, bajo las estrellas, sentaron a las víctimas y las pusieron a leer, haciendo frente así a ejércitos responsables de la violencia.
“Los programas de lectura se vuelven muy importantes para que los niños, los jóvenes y aún los adultos puedan tener más herramientas de contención de las experiencias fuertes que han tenido que vivir”, afirma.
Advierte que los procesos con niños que han visto matar o que han tenido que tomar un arma y matar y con los que tuvieron que salir de sus hogares acompañados de sus familiares, son distintos, pero el resultado similar.
“Las letras sanan si llevamos las letras correctas, la leche alimenta a los niños, pero si llevas una leche de mala calidad o dañada los vas a envenenar, las letras sanan cuando llevan un contenido valioso, positivo, no es censurar temas es escoger criterios donde se les lleva a trasmitir seguridad, optimismo y no fomentar más rabia, más afianzamiento en la violencia o en general en los miedos”, agrega quien también fuera directora del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC).
Entre 1985 y 2011, el número de desplazados en Colombia por motivos relacionados a la violencia, alcanzó los casi 5.5 millones de personas, según la organización ciudadana, Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes), reportados en su informe anual Desplazamiento creciente y crisis humanitaria invisibilizada, que lleva el registro desde que iniciaron los primeros casos.
“Los niños, los jóvenes, los adultos desplazados por la violencia han perdido sus hogares, entonces cómo entender que perdieron su casa o su tierra, pero no su capacidad de tener un hogar, que los niños han podido perder una escuela, pero no su capacidad de aprender, que han podido perder a un ser querido, pero no su capacidad de amar y ahí empezó el cuestionamiento de cómo diseñar programas desde la lectura”, refiere.
De lectores a escritores
Nieto explica que el grupo de promotores de lectura ingresaba a los sitios de desplazados o en territorios devastados por desastres naturales solo a petición de los líderes de la comunidad y, aunque el objetivo era el mismo, cada poblado decidía de qué manera llevarlo a cabo.
Es así como recuerda el caso de un poblado en la zona de Santander, al norte del país, donde sus habitantes, “que habían tenido la opción de elegir la guerra, escogieron la palabra” y decidieron después de participar en el taller de lectura, escribir la historia de su pueblo.
“Ellos escribieron un libro contando cómo los había golpeado la violencia, los niños lo ilustraron con dibujos de lo que ellos habían vivido, esto sirvió para exteriorizar las cosas, la obra se publicó y empieza con una frase que dice, ‘Contamos nuestra historia, antes de que lleguen los historiadores’”, recuerda.
Lecturas bajo las estrellas y alrededor de las fogatas, pequeñas cajas de cartón donde se depositaban los libros sirvieron, según ella, no solo para sanar almas dañadas por la violencia, también para unir comunidades y devolverles la confianza.
“Muchas de las comunidades donde estuvimos nunca antes habían tenido una biblioteca, entonces el libro, la lectura, les enseñó la coerción comunitaria, la coerción con el otro, con el de otra generación, con el vecino, con el que no conozco y les dio alivio, porque les dio otros pensamientos, otras emociones adentro de ellos que les ayudaron a vislumbrar una ruta a seguir y reconstruir sus vidas”, enfatiza.
En tiempos de guerra, lecturas de paz
Con más de una década promoviendo la lectura ya sea al frente de programas o como conferencista, Nieto advierte que no hay lecturas o autores únicos para alcanzar objetivos como la reinserción o sanación.
Se trata sin embargo de elegir lecturas que no afiancen creencias negativas, miedos, violencia o inseguridad.
“Hay muchos textos supuestamente de niños que lo que afianzan es que la violencia me protege, no que la violencia es un fruto del miedo como realmente lo es”, cita como ejemplo.
Recuerda su visita improvisada por la emergencia de una comunidad que había sufrido los estragos de un sismo, en la que la misma inmediatez hizo que olvidaran el material de lectura. Cuenta que una de las personas del equipo llevaba por casualidad en su bolso el libro de El rey león, que en ese tiempo leía a su hijo.
“Cuando caímos en cuenta, El rey león era la historia de la reconstrucción de un reino de un niño que ha perdido a su padre, el impacto de El rey león fue impresionante después del terremoto, pero no quiere decir que tenga que ser ese título”, insiste.
Para qué leer
“Leer es parte de entender qué nos ha pasado, es decir, uno no lee solo un texto escrito, lee la vida, lee las nubes para saber si va a llover, uno lee el rostro de alguien en la calle para saber si te da confianza, uno lee el rostro del ser querido para saber si está contento, si está triste, cuando no limitamos el verbo leer a leer textos escritos sino que estamos leyendo la vida, estamos profundizando en cómo entender lo que pasa a nuestro alrededor”, dice como si pensara en voz alta.
Los libros fueron para las comunidades de desplazados además un punto de encuentro, pero también un alimento para el alma, recuerda esta mujer quien actualmente es la directora del Centro Internacional de Formación: La Montaña Azul con sede en Costa Rica.
“La lectura no es buena por el solo hecho de leer, la lectura es buena cuando estamos ayudando a construir un mundo sin miedo, sin rabia, sin rencor, donde la armonía sea posible”, concluye.