Una muestra de cómo se imaginaron que sería Nueva York
La arquitectura siempre ha nacido del dibujo. La música, como sabemos, nace de una partitura. De esta manera, tanto arquitectura como música terminan un trabajo.
Los dibujos para la arquitectura y las partituras para la música viven una vida de perfecta soledad, incluso si están en un cajón o en un altillo. Curiosamente, la gente no puede construir la arquitectura o la música sin un resultado físico.
Podemos construir un edificio y, sin embargo, terminarlo sin ninguna arquitectura. Podemos hacer arquitectura en un dibujo, pero nunca llegar a construir algo. Un compositor puede escribir una partitura que tal vez nunca sea interpretada, pero la falta de interpretación no la descalifica como pieza de música.
En eso radica la paradoja de los trabajos que nunca son construidos ni interpretados. Viven su propia existencia, sin importar el paso del tiempo. El poder del dibujo y su fuerza creativa no residen simplemente en su uso como una herramienta por razones prácticas. Residen en la imaginación del espectador.
Un dibujo puede alojarse en la mente y allí construirse a sí mismo con grandes alturas. Beethoven compuso sus últimas piezas sin poder escucharlas cuando las tocaba. Las oía en su mente, en su ser.
Eso mismo sucede con la arquitectura.
Los contenidos de los dibujos arquitectónicos, aunque se lleven a cabo o no, pueden entrar en la imaginación del público. De esa manera se convierten en proyectos, en acciones futuras.
Así como la música, el dibujo arquitectónico puede esperar mucho tiempo antes de revelarse a sí mismo. Las partituras de Bach estuvieron durante casi 200 años sin ser interpretadas, hasta que Mendelssohn las redescubrió y las hizo públicas a través de su interpretación.
Piranesi sólo construyó un edificio; Chernikov no construyó ninguno, pero sus creaciones son fundamentales para la historia y la producción de la arquitectura.
Los dibujos arquitectónicos han sido y seguirán siendo un impulso para construir el mundo.
Los dibujos del libro Never Built New York no son, para mí, un compendio de nostalgia, remordimientos y oportunidades perdidas.
Son, por el contrario, dibujos que abren la mente y permiten repensar lo construido y lo que nunca se construyó.