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Comedor de empleados. Las buenas intenci

Al gerente de personal se le ocurrió una idea &#34brillante&#34: el comedor para empleados.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

El año nuevo trae consigo varias cosas: una particular sensación de cansancio (la que da precisamente cuando comenzamos algo, como cuando damos la primer pedaleada a la bicicleta), cierto dolor en la boca del estómago (provocado ya por el nerviosismo de los primeros días, ya por los excesos gastronómicos) y, claro, un rosario de buenos propósitos. De entre todos los que nos propusimos iniciar el nuevo año con cambios de fondo, quien se ha llevado las palmas en la empresa es don Manuel, el gerente de personal, a quien se le ocurrió la brillante idea de poner un comedor para los empleados y que la compañía facilite que nos ahorremos unos pesos (y de paso, nos vuelve menos amargos los ridículos aumentos de sueldo que tuvieron a bien otorgarnos). El entusiasmo de todos fue previsible pero no duró hasta el postre. Vaya, con decirles que hasta el agua de jamaica sabía a rancio. La hipótesis más popular es que el trabajo anterior del nuevo chef fue como ayudante de cocinero en el Reclusorio Oriente.

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El primer día hubo que hacer cola para entrar al comedor; incluso el presidente de la empresa fue a inaugurarlo formalmente, pero no se quedó a comer (lo que le ha dado razones a los malpensados para armar teorías conspiratorias). Ya para el segundo día de operaciones, apenas algunos se aparecieron por la mañana (y recibieron una versión ligeramente más sustanciosa que los desayunos del DIF) y sólo tres o cuatro ingenuos (que, claro, habían hecho “san lunes” el primer día hábil del año) fue el total de la concurrencia al medio día. Alguien en contabilidad asegura que vio cómo toda la comida que sobró se la dieron a los perros y (dicen) que varios de ellos nomás la olieron y se alejaron de ese lugar, “como alma que lleva el diablo”.

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El chef está desconsolado y don Manuel, que en buena hora tuvo la brillante iniciativa, cuya popularidad duró lo que un sorbo de sopa, ya ha sido llamado un par de veces para que le explique al director de recursos humanos las razones del fracaso gastronómico, que además es señalado como causa principal de un alarmante ausentismo que se destapó al día siguiente.

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Dejando de lado las explicaciones, tengo para mí que el desastre del comedor de empleados guarda varias lecciones para la alta gerencia de la compañía. En primer lugar, refleja los riesgos implícitos en una política salarial que privilegia la subsistencia de bajos sueldos para los empleados. Como la empresa prefiere darle salarios de hambre a su personal, esta busca maneras para compensar con “prestaciones” su poder adquisitivo. El “comedor de empleados” no debería existir y, en cambio, lo que la empresa debería procurar es darle mejores salarios a su personal, que les permitan comer como Dios manda, en lugares limpios. Con esto, echo por tierra el argumento aquel de que este tipo de comedores debe su existencia al gusto por la comida casera. Además, ¿qué tan “casero” puede ser el sabor de una receta que se prepara para 200 convidados?

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La segunda lección se resume en el dicho de “zapatero a tus zapatos”. ¿Qué hace una firma que se dedica a la manufactura y mercadeo de bienes de capital preocupada de qué le dará de guisado a los empleados? Y si se subarrienda a un tercero, nadie estará seguro de la calidad de la comida (que es el caso que ahora nos ocupa). Luego, la organización y administración de un local de estos se refleja, obviamente, en los costos operativos de la empresa, de manera que algún impacto tendrá en el precio de nuestros servicios y ello afectará la competitividad. Cierto, aumentar como se debe los sueldos también se reflejaría en los costos, pero dicha medida no sólo genera más impuestos (y ahorro) sino que fortalece el mercado interno; a la larga, más dinero da por resultado mayores ventas.

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En fin que, por lo pronto, la pregunta es cuánto durará el dichoso comedor y qué pasará con don Manuel. Pero yo tengo otra preocupación: ¿qué harán con los desperdicios? Tengo la impresión de que los perros ya se dieron por vencidos y cambiaron de vecindario.

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