Entre los empleados de todas las empresas, en cualquier nivel, se puede identificar con facilidad al peor de ellos. No existe nada más fácil que apuntar y juzgar en silencio o reprimir al primer error: que si llega tarde, que si de plano no llega, que tiene un rendimiento muy bajo o que si se le dificulta concentrarse… La solución más fácil, ante un empleado de este tipo, es cambiarlo de área o, aún más sencillo, despedirlo.
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Lo difícil es detectar cuándo estas faltas son más que eso, a saber, que son, en realidad, síntomas de una enfermedad
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real, de carne y hueso. La depresión laboral no es un mito, a menudo se presenta entre los trabajadores que se encuentran en un entorno con poco reconocimiento a sus habilidades. Los síntomas podrían fácilmente confundirse con los del perezoso. Vale la pena descartar esta posibilidad antes que despedir a alguien ¿O qué? ¿Es eso complicarse la vida?
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En México, según la Secretaría de Salud, entre 20% y 30% de los trabajadores padecen de esta depresión. Simplemente, no están contentos con su trabajo o no se les reconoce; un opresivo clima empresarial puede causar daño a la salud.
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Esta enfermedad se presenta con los siguientes síntomas: un frecuente dolor de cabeza, dificultad para concentrarse, fatiga constante e irritabilidad. Evidentemente el tema central es la salud, pero cuando esto afecta a los trabajadores de empresas –personas reales que llevan a cabo acciones que inciden en el trabajo–, se agrega el problema del costo que la enfermedad presenta a la empresa.
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Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión laboral provoca pérdidas superiores por el triple a las de cualquier otra enfermedad.
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De acuerdo con la Asociación Mexicana en Dirección de Recursos Humanos, la mejor manera de contrarrestar esta enfermedad –según se cataloga por la OMS– son los incentivos y el reconocimiento en el trabajo. ¿Pero es tan simple? La tristeza profunda en el trabajo debe ser solucionada con algo más que pastillas salariales. El quid de la cuestión está en sentirse a gusto con nuestra carrera, y éste es un problema cuyos orígenes podrían ser rastreados hasta nuestras primeras decisiones vocacionales.
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Debemos enfrentarnos ante esta realidad: existen personas que trabajan en algo que no disfrutan, ya sea porque no les presenta los retos que esperaban de su actividad, o porque el ambiente laboral no es propicio para su persona. Y éste es un problema de educación que no puede solucionarse con incentivos salariales. Las acciones inmediatas, en este caso, caen en manos de cursos y capacitación, y, por supuesto, en el factor más importante para las empresas: la contratación.
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