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Desde el piso de remates

La Bolsa Mexicana de Valores forjó grandes fortunas en un cuarto de siglo de crisis y regulaciones,
mar 20 septiembre 2011 02:55 PM

“Cómpreme 500 acciones de Peñoles”, le concedió el financiero alemán Franz Meyer a Ernesto Riveroll. En los años 60 la Bolsa Mexicana de Valores (BMV), ubicada en Urugay 68, en el Centro de la ciudad de México, era un patio de poco movimiento. Unos 90 corredores socios manejaban un volumen ridículo de acciones y dinero. No existían las casas de Bolsa, y la falta de regulación –no se había actualizado desde 1933– mantenía al inversionista minoritario alejado del mercado.

- Riveroll, agente novato, había logrado la oportunidad que pedía. En esos días su jefe, Antonio Galindo, abandonaba la sociedad Crédito Bursátil para fundar otra. Retener a Meyer era vital para el futuro de la empresa. El joven corredor diseñó una jugada genial: colocaría los 200 títulos de Peñoles que tenía en cartera, bajaría el precio de la minera y compraría el paquete de Meyer a un precio más barato.

- Las cosas no salieron como estaban planeadas. El puñado acciones de la firma voló de sus manos sin tocar la cotización.

- “Me ha engañado –le recriminó por la tarde un furibundo Meyer–. Sé que vendió en lugar de comprar lo que pedí. No quiero volver a verlo.”

- Después de horas de guardia ante la puerta del despacho del alemán, un filántropo que legaría a la ciudad de México su emblemático museo de artes decorativas, Riveroll, se coló por la puerta del despacho. Meyer atendió la explicación tras sus espesas cejas y escuchó las disculpas por no haber sido puesto al corriente, dado del fracaso de la estrategia. Invitó a su interlocutor a sentarse y le pidió que tomara un papel de orden de compra: “Ahora quiero 50,000 títulos de Peñoles.”

- La operación más nefasta en la vida de Riveroll se convirtió en la más rentable. Aprendió su primera lección: para esta guerra “hacen falta cañones [dinero]”. Bajó al piso de remates. Compró 5,000 acciones, pidió a algún operador amigo con poco movimiento que gritara “vendo Peñoles”, rebajó el precio de la acción y ganó un cliente hasta que éste murió, en 1975. El novato fue a partir de entonces un pilar de la Bolsa, tras sus perennes lentes oscuros. Cuando el Banco Nacional de México –de Agustín Legorreta– adquirió Crédito Bursátil, se convirtió en el principal operador. Llegó a mover 50% del mercado en los tiempos en que los jóvenes treintañeros Alfredo Harp Helú, Carlos Slim, Roberto Hernández y José Madariaga aprendían las artes bursátiles.

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- Un mundo sin ley
Sólo las personas físicas podían entrar al mercado, pero una decena de empresas ya operaban como casas de Bolsa no reconocidas, sujetas a la persecución de la Secretaría de Hacienda. Era un mundo en el que los valores se guardaban en cajas fuertes de la oficina, la conexión con el exterior era posible por teléfonos de magneto punto a punto y las transacciones se cerraban como pactos de caballeros. La garantía para el inversionista era un recibo de custodio a cambio del dinero. “Había desconfianza, es la razón por la que no teníamos un gran universo de clientes”, recuerda Alfredo Harp Helú, que pasó dos años como suscriptor hasta convertirse en agente en 1968, año en que se negociaron $27,973 millones de pesos y 19.9 millones de acciones. Procedente de PricewaterhouseCoopers, necesitó para entrar el visto bueno de dos tercios de los socios-corredores.

- Hay cosas que no cambian: los títulos más negociados entonces eran –recuerda el empresario– Teléfonos de México, Kimberly-Clark y Banco Nacional de México. Compartían el pizarrón donde se anotaban las operaciones que eran cerradas con firmas hoy desaparecidas, como Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey o la Compañía de Papel San Rafael. Los grandes grupos regiomontanos, como Alfa, Vitro, Visa o Cemex, llegarían al mercado en la segunda mitad de los años 70.

- “Los bancos nos despreciaban –recuerda Roberto Olivieri, de Inbursa, en su despacho del séptimo piso del antiguo edificio de la Bolsa, propiedad del grupo financiero fundado por Carlos Slim–, nos veían como coyotes.” Harp matiza: era la resistencia ante un competidor por los recursos financieros: “No querían perder una parte del pastel.”

- Olivieri, presidente de la BMV entre 1979 y 1981, localiza en las fotos de las paredes del piso de remates de Uruguay 68, hoy convertido en restaurante, a un joven Carlos Slim, que fundó Inversora Bursátil (Inbursa) en 1970, junto con el ahora cardenal Onésimo Cepeda.

- En las imágenes de la época puede verse a Harp Helú y Roberto Hernández, fundadores de Acciones y Valores (Accival) en 1971, y a José Madariaga, de Probursa, quienes a partir de la aprobación de la Ley del Mercado de Valores en 1975 fundarían casas de Bolsa y participarían en la privatización bancaria de los años 90. El primero relata en su libro Vivir y morir jugando al beisbol algunas de las operaciones que llevaron a Accival a convertirse en la firma del ramo con mayor operatividad, después de Banamex. Se convirtieron en banqueros de inversión de Aurrerá al poner en evidencia a otra casa de Bolsa que había registrado una operación de 300,000 acciones para la departamental, reduciendo su comisión fuera de la ley. Hernández y Harp compraron las acciones en el corro; su rival no tuvo la posibilidad de cerrar la operación y no le quedó más remedio que negociar.

- Un puñado de treintañeros impulsó esta Ley, que venía preparándose desde 1954 y que vio la luz en 1975. “Luchamos porque se regulara de forma más transparente”, afirma el autor. Hubo que esperar a la saturación del crédito bancario a mediados de los 70, la hostilidad creciente del gobierno de Echeverría hacia la banca y el agotamiento del modelo de desarrollo estabilizador para que la Secretaría de Hacienda volviese la vista hacia la Bolsa.

- Boom y crack
La ley de 1975 sentó las bases del mercado como lo conocemos hoy. La Comisión Nacional de Valores asumió junto con la regulación la responsabilidad de promover el desarrollo del mercado, que quedaba reconocido como una actividad esencial para el financiamiento de la industria y el ahorro nacional. Introdujo medidas que protegían a los inversionistas al especificar qué valores podían cotizarse, bajo qué condiciones y cuáles responsabilidades asumía quien los emitía. Legalizó y fijó las reglas de las operaciones de las personas morales intermediarias, que se convirtieron en casas de Bolsa. Además se centró la actividad en la plaza de la ciudad de México, con lo que desaparecieron las sedes de Guadalajara y Monterrey, que desde su fundación en 1962 y 1950 respectivamente no habían dejado de ser satélites de la institución capitalina. El fin del sexenio de Luis Echeverría produjo mucha inestabilidad. En 1976, la BMV se hizo cargo temporalmente de la negociación de divisas. En 1978 la aparición de los Certificados de la tesorería (Cetes) fijó un piso de rentabilidad –15% en promedio ese año–, el gobierno inició la venta de Petrobonos y la euforia petrolera se ocupó del resto.

- La tasa promedio de crecimiento del mercado accionario en monto operado fue de 40.7% entre 1971 y 1974. De 1975 a 1978 fue de más del triple. El rendimiento en este periodo fue del 132%.

- “Nos rebasó la demanda de operaciones –recuerda Olivieri, entonces presidente de la BMV–. Comprábamos, vendíamos y había un retraso de días para saber quién hacía la venta.” La primera crisis llegó en 1979, el mismo año en que la creación del Instituto para el Depósito de Valores (Indeval) permitió poner punto final a la circulación de los títulos mediante la organización de su registro. La inflación comenzó a devorar los beneficios. La desinversión y la fuga de capitales, provocadas por la crisis de 1982, golpeó al mercado y el importe operado cayó 57%.

- “Se hubieran podido comprar todas las empresas de la Bolsa, que en conjunto valían $850 millones de dólares”, apunta Harp. Tres años antes, el monto era de $20,000 millones.

- El gran detonador del negocio bursátil fue la estatización de la banca. El mercado sufrió inicialmente la desaparición de los títulos de estas instituciones, pero se multiplicaron las sociedades de inversión. Las empresas y los inversionistas rehuían el contacto con los bancos gubernamentales –aunque, paradójicamente, se acercaran a las casas de Bolsa para adquirir Cetes–.

- La cotización de las compañías llegó a ocho veces su valor en libros. “En 1987 la carrera de la avaricia fue terrible”, refiere Olivieri.

- No podía durar. El octubre negro de la Bolsa de Nueva York condujo a la mexicana a una caída de 65% en dos meses y a una pérdida real en el año de 13.32%. “La Reserva Federal inyectó liquidez al mercado y eso evitó la crisis en Estados Unidos –recuerda Huberto Bañuelos, director de Fondos en BBVA Latinoamérica–, pero Banxico no podía hacer nada ante la inflación”, que en ese año llegó a 159%.

- El legado fueron miles de inversionistas bisoños en la ruina. Fue el fin de los mecanismos que habían contribuido a la euforia, de las operaciones de margen a futuro y a plazo –donde el valor presente se relacionaba con un valor a futuro–. Escarmentados por la crisis de 1979, algunos jugadores, como Accival, habían tomado precauciones. “No hay que echarle la culpa a los nuevos y a los viejos operadores –afirma Harp–. Los precios eran tan irracionales que nuestra casa de Bolsa prohibió esas transacciones y salimos muy sanos de la crisis.”

- Harp puso una condición para tomar el mando de la BMV en 1988: que se ampliara el capital para fortalecer la institución y concluir las obras de su nueva sede, ubicada en el Paseo de la Reforma, que “implicaba un edificio con mejores equipos de comunicación.” Lo logró.

- Reforma acelerada
La crisis de 1995 fue la última experiencia traumática, de la que el mercado aún no se ha recuperado. En 1993 la Bolsa tenía un valor de capitalización de 50% del PIB y hoy sólo es de 20%.

- Guillermo Prieto, director general del organismo, ha dedicado su gestión a fortalecer el mercado: el número de emisoras que cotizan no es mayor a 170. La Bolsa española, un modelo estudiado en Paseo de la Reforma, tenía 350 empresas en 1996; hoy tiene 1,500 (85% en deuda).

- Los esfuerzos no han sido pocos. El sector cuenta ahora con una regulación aprobada en 2001, que reforzó las garantías para los inversionistas. Se esperaba una democratización del negocio con la entrada masiva de inversionistas institucionales manejadores de fondos.

- Algo se ha logrado: la BMV ha visto duplicarse el mercado de deuda en dos años, hasta llegar a $75,000 millones de dólares, con participación de empresas privadas, paraestatales, estados y municipios; ha dado entrada a las acciones del índice Dow Jones de Nueva York; pretende traer un mercado de opciones para dar mayor liquidez al de contado e integrar y complementar a los distintos participantes, así como ofrecer coberturas. El entorno no puede ser más favorable. Ante una tasa promedio de interés de 50% entre 1980 y 2000–señala Bañuelos, de BBVA– la Bolsa no fue una opción atractiva para los inversionistas. En 2003 la tasa de los Cetes llegó a caer a 5%, mientras que el IPC tuvo una revalorización de 40% en el año.

- Las sociedades de inversión –y los ahorradores que están detrás– empiezan a apostar a la renta variable. Las de las Afore tienen en renta fija más de $700,000 millones de pesos del retiro de los trabajadores. Esperan el visto bueno de Hacienda para comprar acciones.

- “Falta conocimiento de todo lo que se ha hecho”, asegura Prieto. Hoy los accionistas minoritarios están protegidos para que, en caso de que cambie el control de una compañía, la oferta pública se haga por el 100% de las acciones. Acceden al mismo precio que el comprador. Sin embargo, el valor de capitalización promedio por empresa permanece en $800 millones de dólares, frente a $200 millones de Corea, donde las PYMES cuentan con la Bolsa como opción de financiamiento.

- “No muchas compañías están dispuestas a abrir su información, adherirse a códigos de mejores prácticas, presentar sus resultados de forma periódica”, observa el directivo.

- El camino seguido para contener las crisis ha sido fortalecer las instituciones y establecer mecanismos como derivados, coberturas de tasas de interés y tipo de cambio, que atenúen la contaminación entre sectores económicos y de mercado, dice Prieto.

- En el fondo, pocas cosas han cambiado“Si ahorita pudiéramos revisar los discursos de algunos de mis antecesores, como José Madariaga o Roberto Hernández –dice Harp–, estoy seguro de que dijimos lo mismo que dice Guillermo Prieto: hacen falta más emisoras, hay que ampliar el mercado.” No obstante, el entorno es diferente; la globalización hace que los grandes empresarios puedan financiarse en mercados europeos o estadounidenses. A las firmas medianas, las que esperan desde hace años una recuperación para emitir acciones, “se les exige una historia de éxito que contar por muchos años –dice Harp–, y faltan fusiones que las hagan más grandes.”

- El mercado espera un salto importante. La autorización a las Afore para que inviertan en acciones sería detonante.

- Desaparecido el piso de remates, tecnificado el funcionamiento del mercado en un entorno global, la Bolsa dista mucho de ser el club de Toby que fuera en los 60 y 70, con sus partidas de dominó en el Club Bursátil, sus copas en cantinas y restaurantes del Centro, como el Prendes, el Bar Victoria o La Luz. ¿Eran tiempos mejores? “Depende de si uno es más o menos romántico –dice Riveroll, que ha dedicado la última década a viajar por todo el mundo–. Siempre se dice que la época de oro fue la pasada.”

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