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Desventuras de Clotilde

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

A fines de 1987 la devaluación enloqueció al Gordo Basurto. Meses más tarde, y gracias a la hábil tarea del Chango Sarabia, su psiquiatra de cabecera, el Gordo además de recuperar la sensatez, descubrió que el yuppismo es una de las más modernas formas de malgastar la vida.

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Desde entonces, el Gordo filosofa tras el mostrador de una mercería y ve con desenfado las tribulaciones cotidianas como quien lee con curiosidad un acreditado libro de historia.

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Esto demuestra que las devaluaciones son útiles. No sirven mucho para aumentar las exportaciones, pero dejan lecciones inolvidables. ¿Quién diría que siete años más tarde la inopinada devaluación de diciembre de 1994 colocaría a Clotilde en una situación parecida?

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Pues si, Clotilde, que hasta entonces había sido modelo de la sensatez al uso (hasta priísta ha sido, imagínese), ha entrado en un desasosiego posdevaluatorio en el que se mezclan la depresión, la rabia, la frustración y el desconcierto en dosis desiguales, pero alarmantes.

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Por supuesto, hay que tener cuidado al establecer paralelismos entre las actuales desventuras de Clotilde y las que a su tiempo asolaron al Gordo. Como dijo el olvidado Marx: "La historia se repite, pero con caracteres grotescos".

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Esto no quiere decir que la locura del Gordo fuese sublime y la de Clotilde sea una espantosa caricatura. Simplemente, cada quien vive su historia y no hay dos iguales, aunque algo de enseñanza dejan las desventuras pasadas.

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La primera perplejidad de Clotilde es que ha empezado a notar que durante el sexenio pasado muchos funcionarios destacados fingieron creer a pie juntillas en lo que hoy, de nuevo en el gobierno, califican de una sarta de engaños y tonterías.

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Antes, ni por asomo hubiesen dicho que el peso mexicano estaba sobrevaluado; hoy esgrimen el argumento a diestra y siniestra para justificar la devaluación.

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Antes presumían que México estaba en los umbrales del primer mundo; hoy abjuran de esas versiones como quien descarta sandeces, y proclaman con el duro orgullo de las falsas humildades: "Somos un país pobre".

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Antes explicaban, con disimulada arrogancia, que un Presidente fuerte era imprescindible; hoy, recién conversos, proclaman el evangelio del "presidencialismo acotado" haciendo eco, desde luego, a las palabras presidenciales.

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-No puede ser que, literalmente, de la noche a la mañana la gente mude tan fácil de parecer -lamenta Clotilde.

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El Gordo, al escuchar estas primeras perplejidades, la tranquiliza recordando una acertada frase de Gabriel Zaid: "En México la verdad es sexenal”.

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-Hasta ahora -comenta el Gordo-, ningún Presidente mexicano ha proclamado que la tierra tiene la forma de una pirámide invertida, pero si alguno lo hubiera hecho, seguidores no le hubieran faltado.

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Más todavía, de su caudal de lecturas el Gordo extrae, para Clotilde, una afilada sentencia de Aristóteles: "No hay propuesta absurda que no encuentre un filósofo para defenderla".

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Pero ahí no terminan las desventuras de Clotilde. Priísta de corazón y costumbre, se pregunta qué pasa ahora con las relaciones entre el PRI y el gobierno. Abierta a los cambios, admite que el PRI debiera separarse del gobierno y arriesgarse en la intemperie como cualquier partido político.

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Lo que Clotilde no se explica es la peculiar manera en que sus correligionarios priístas, al menos los más poderosos e importantes, parecen entender esta separación. Con alarma nos dice: "La ecuación que postulan es perversa, el presidencialismo acotado es igual al PRI desbocado; es decir el PRI despojado de todo recato y límite, el PRI no como partido político, sino como pandilla en la que los liderazgos van en proporción directa a las tropelías".

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Tanto el Gordo como yo nos confesamos, ante esta perplejidad, impotentes. Se necesitaría conocer más a fondo los entresijos del PRI para comprender este aparente desatino. Con todo, apoyado en sus múltiples lecturas, el Gordo aventura la hipótesis de que el buen funcionamiento del PRI ha ido, históricamente, en proporción directa a la facilidad para acceder y permanecer en el poder.

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-Es decir -argumenta el Gordo-, al perder el soporte de un presidencialismo rector, sin haber evolucionado como verdadera organización política, el PRI deviene en amalgama de grupos en lucha pragmática por el poder.

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-¿Y? -pregunta Clotilde.
-¿Y? -pregunto yo.

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El autor es egresado de la licenciatura en Comunicación de la Universidad lberoamericana, periodista especializado en economía y finanzas y director editorial del diario El Economista.

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