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Economía y marginación

El autor es miembro del Consejo Editorial de Expansión. Economista posgraduado en la London School
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Un famoso economista decía: “En nuestra ciencia las preguntas son siempre las mismas; las respuestas son las que van cambiando”. Desde hace dos siglos se formulan las mismas interrogantes. ¿Por qué hay desocupación? ¿Por qué subsiste la pobreza? ¿Por qué hay marginados del progreso? ¿Por qué algunas naciones avanzan más que otras? ¿Por qué el desarrollo ha dejado “huecos geográficos” aún en países con suficientes recursos naturales?

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“México es búsqueda”, ha dicho Octavio Paz. En el contexto del México contemporáneo urge preguntar cuáles son los frenos específicos, tanto actuales como históricos, a nuestro desarrollo económico y qué respuestas funcionales, efectivas, podemos dar para eliminarlos. Según los cálculos menos inexactos hay consenso de que, en términos reales, nuestro Producto Interno Bruto (PIB) tiene que duplicarse cada ocho años. Sólo una tasa sostenida de este nivel hace probable dar empleo a los jóvenes que anualmente llegan a la edad de ingresar a la fuerza laboral, y, además, absorber cada año cuando menos la décima parte de los que por falta de un crecimiento económico adecuado en los últimos 20 años no tienen ocupación productiva estable. Un aumento real del PIB de esta magnitud es indispensable también para generar ahorro interno suficiente para corregir nuestra infracapitalización y modernizar la economía al ritmo que lo hacen países con los cuales competimos en el comercio internacional y en la atracción de inversión permanente.

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PROGRESO INCLUYENTE O EXCLUYENTE
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Lo anterior ha sido expuesto por expertos nacionales y extranjeros en forma de “escenarios probables”. Pero no se ha hecho un estudio completo de los factores internos especiales que en México frenan el desarrollo generalizado.

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Carlos Fuentes ha escrito recientemente un pequeño libro cuyo título, Por un progreso incluyente, lo dice todo. Su tesis básica es que la economía mexicana progresa en ciertas áreas, que tenemos empresas con capacidad de inversión, nueva tecnología y contactos tanto nacionales como extranjeros para modernizar nuestra economía y expandir su área operativa. Pero enfatiza Fuentes que paralelamente hay un segundo México estancado. Este México, históricamente disfuncional y rezagado, requiere para su modernización medidas correctivas especiales. Necesita políticas de desarrollo enfocadas geográfica y étnicamente. Si no ponemos pronto en marcha programas específicamente diseñados para la realidad mexicana, corremos el riesgo de propiciar un desarrollo excluyente. No bastan ya la simple sustitución de importaciones de hace 50 años, ni la nueva sustitución de exportaciones que impone la economía global. Nuestra estabilidad política exige con urgencia nuevos programas de sustitución de producciones específicamente enfocados para sacar del atraso a la fuerza laboral de las comunidades menos productivas.

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LAS BRECHAS CRECEN, EL TIEMPO SE ACORTA
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Es difícil calcular la ubicación y número preciso de nuestros rezagados del progreso. Algunos estudiosos estiman que unos 10 millones de mexicanos, por razones de aislamiento geográfico, educación insuficiente o infracapitalización, están marginados. Por lo que toca a la ubicación geográfica de estos mexicanos, conviene recalcar que no están sólo en las zonas de nuestro sureste, sino que muchos viven dispersos y poco productivos en pequeñas poblaciones donde no hay Seguro Social, ni servicios médicos y muchas veces ni escuelas. Otros conviven, o mejor dicho, coexisten en las grandes ciudades.

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Es necesario recordar que la estructura económica de México ha cambiado radicalmente. El sector terciario o de servicios genera ya 60% del PIB. Este enorme grupo requiere más fuerza intelectual que física. Pero más importante es el hecho de que la actual época de informática y ciberlenguaje crea una creciente divergencia entre el México en desarrollo y el rezagado. Esta brecha se ensancha rápidamente y la pasividad o ceguera ante la realidad agravan el problema. También lo agudiza la creencia de que la disparidad se resolverá por las fuerzas del mercado. Incluso existe el peligro de que una insistencia en la autonomía política de ciertos grupos agrave la situación en vez de resolverla. El problema indígena no es sólo de carácter político y educativo, social o jurídico. Además de estos factores, la realidad subyacente es una -disfuncionalidad económica que urge eliminar.

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Los políticos en México son propensos a guiarse por un calendario sexenal. Para ellos es más importante sobrevivir el sexenio y mantener su status en el gobierno que resolver casos cuya solución requiere no seis años, sino posiblemente una generación completa. La prospectiva de una creciente disfuncionalidad de los grupos indígenas y otros marginados respecto a los demás, es la base del problema en la economía moderna. El factor tiempo quizá sea el menos estudiado por economistas, politólogos y sociólogos, pero es el más importante en la vida nacional. Necesitamos una política económica preventiva de más estallidos sociales. Urgen éxitos y no sólo promesas. Recordemos que el verdadero avance macroeconómico es la suma de muchos éxitos al nivel micro.

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¿NOS HA FALLADO LA REVOLUCIÓN?
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México no está predestinado a la pobreza. Ni Adam Smith con su fe en el libre mercado como solución a los problemas de desarrollo e integración, ni el estatismo de Karl Marx, ni John Maynard Keynes con su idea de un libre mercado complementado con medidas para estabilizar la demanda efectiva, bastan en nuestro contexto real. En México persiste un estancamiento estructural histórico. Es discutible que algún economista, vivo o muerto, nos pueda sacar de esta situación con doctrinas del pasado. Hay que buscar ideas sui géneris que incluyan un programa para activar nuestras propias fuerzas internas y aprovechar el potencial económico de los grupos sociales hoy improductivos. Necesitamos una nueva visión y programas para la incorporación, integración y funcionalización de los millones de habitantes de nuestro país que no han visto que su status social, económico o político haya subido adecuadamente con la economía de mercado, el estatismo o la macroeconomía solas. Las grandes revoluciones históricas –la Agrícola, la Industrial– no tuvieron impacto pleno en México. No dejemos que falle la Revolución y quede inconclusa su labor modernizante e integrativa.

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VER HACIA ADENTRO
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La economía global nos obliga a ver hacia afuera. Pero nos falta ver hacia adentro, con microscopio, luz infrarroja, ultrasonido, rayos X y resonancia magnética. Sobre todo, hay que hacerlo pronto y con realismo. En la discusión política actual y en los estudios de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) se trata superficialmente a los sectores sociales en América Latina que no participan en la economía moderna. Brasil, Perú, México y varios otros países resaltan en este aspecto. México sobresale con unos 10 millones de compatriotas que están no en el subdesarrollo, sino en el -indesarrollo.

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Ningún modelo económico “fundamentalista” –llámesele neoliberal, libremercadista o estatista– ha sido suficiente para resolver nuestras carencias reales. La teoría económica actual no debe limitarse a construir un modelo que exprese matemáticamente las relaciones entre las muchas variables operantes, sino uno para aumentar el nivel de vida. En el caso de México tenemos que ver que el contexto económico contemporáneo acelera también la exclusión creciente de quienes no se modernizan. Esta realidad exige que aumentemos el capital por habitante, lo renovemos y lo orientemos al futuro. Tenemos que incorporar, con un programa de crecimiento enfocado, a las fuerzas latentes que existen en el país. El problema de fondo no es sólo cuestión de igualdad de derechos sino cómo activar nuestra capacidad -integrativa interna.

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Lo que podríamos llamar la “macdonalización” de parte de México es evidente; el aislamiento del resto no es visible, pero es una realidad. Comer hamburguesas, sushi, pizzas o chow mein en el sector moderno no va a resolver los problemas de los marginados y rezagados. Necesitamos una política de integración y funcionalización enfocada.

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