Publicidad

Síguenos en nuestras redes sociales:

Publicidad

El club de Toby

Hay algo en las mujeres que trabajan que a ciertos hombres les desquicia la vida.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Voy a hablar de una triste vocación, que se la halla frecuentemente en el mundo corporativo. Ya sé que, no hace mucho, aquí mismo dije que las mujeres son, sin lugar a duda, la siguiente fase en la evolución de la humanidad. Perdón, quizá me precipité o me dejé llevar por el entusiasmo. Me doy cuenta de ello, ahora que apenas regreso de una comida con Carmen, ex compañera de trabajo que no hace mucho decidió probar suerte en otra empresa, donde, ¡ay!, tiene que vérselas con un sujeto que parece sacado de la edad de la cavernas, de una película del Indio Fernández o de un corrido revolucionario. Reseñaré al amable lector las hazañas que Carmen tuvo a bien confiarme durante nuestro convite. No creo necesario agregar que seré absolutamente objetivo en la descripción de los hechos y justo al momento de los juicios.

-

Don Rodrigo, que así se llama el pelafustán, es el jefe de mi angustiada amiga. Cuando hace un par de meses acudió a sus primeras entrevistas de trabajo, el susodicho se comportó como todo un caballero: la escuchó atentamente, no intentó imponer ninguno de sus juicios, y sólo habló para pintar un ambiente de trabajo color de rosa, donde reina la paz y la armonía y a la gente se le respeta por su desempeño laboral.

-

Pero a partir del día en que mi amiga pasó a ser, oficialmente, subalterna de ese tipejo, las máscaras cayeron y Carmen comenzó a vivir la triste realidad. Por ejemplo, su jefe le encarga presupuestos que a la semana ya no sirven (porque los necesitaba desde un mes atrás y el tipo debe creer que la capacidad para adivinar y leer la mente forma parte de su curriculum vitae); cada documento que mi amiga le entrega se lo revisa minuciosamente y por cada falta de ortografía le arma un tango que ya ni Gardel (mientras, los documentos que entregan sus otros subalternos hombres pasan la prueba sin tanto alboroto); las presentaciones que Carmen le prepara son elaboradas y vueltas a elaborar hasta que regresan a su estado original (es decir, idénticas a la primera versión).

Publicidad

-

Obviamente, mi amiga ya no tiene vida propia, trae unas ojeras profundas y oscuras como cubo de elevador, llega de madrugada a su casa para dormir y sale al alba para continuar trabajando indefinidamente en proyectos que nunca se vuelven realidades. A este ritmo, no va a pasar mucho tiempo antes de que otras personas se pregunten qué tanto hace que su trabajo no se ve por ninguna parte. Yo ya le dije que lo mande por un tubo y le renuncie. Pero la sola idea de hacerlo le aterra.

-

La verdad, a esta situación en particular no le veo remedio. Me conozco bien a este tipo de ejecutivos. El verdadero problema con hombres como don Rodrigo es que conciben su espacio de trabajo como un Club de Toby (si se me permite usar el bien difundido lugar común). Son incapaces de llevar una relación profesional con mujeres profesionales; les sale el comentario vulgar, las miran con ojitos de galán mexicano de los años 30 y las tiran de a locas. Por supuesto, don Rodrigo tiene una escultural secretaria en la recepción –y una horripilante y exigente mujer en casa–; por supuesto, les prende el cigarro, le gustan los boleros y canta igualito a Pedro Infante (o eso me dicen). Cuando es el cumpleaños de una de las secretarias, nunca se le olvida enviarle rosas. Pero cuando tiene que tratar a una mujer de igual a igual (o peor aún, como subalterna), la cosa cambia como del día a la noche.

-

Al parecer, que una mujer trabaje le desquicia la vida. Tengo la idea de que algo en ellas le reviven traumáticas experiencias de su infancia, cosas como que su madre siempre lo mandaba por los refrescos justo cuando se la pasaba de lo mejor (e iba ganando) en las canicas, o cuando estaba plácidamente apoltronado y viendo la tele.

-

Cuando hombres con ese tipo de pasados se topan con mujeres ejecutivas, las minimizan, las ningunean, les hacen la vida de cuadritos y las empujan para que renuncien. En suma, su misoginia es de la exacta proporción de su (secreto) miedo a las mujeres. El problema, para ellas, es que aún pasará mucho tiempo para que puedan vencer las múltiples resistencias en “el mundo de los hombres”.

Newsletter

Únete a nuestra comunidad. Te mandaremos una selección de nuestras historias.

Publicidad

Publicidad