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Empresarios y arte. ¿De puro gusto?

La gente de negocios ya no compra tantas obras de arte. No parecen buena inversión y se deducen poc
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Durante décadas, el empresariado mexicano ha destinado parte de sus recursos propios, familiares o corporativos a la compra de arte, principalmente obra pictórica. Desde esculturas de Sebastián o piezas del pintor oaxaqueño Francisco Toledo, hasta lienzos de Diego Rivera, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, David Alfaro Siqueiros o José María Velasco, son comunes en el paisaje de residencias personales u oficinas de consorcios.

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Sin contar con datos certeros, pues no existe un censo oficial, los expertos coinciden en que entre las más importantes colecciones están las de las instituciones financieras Banamex y Bancomer; las empresas Herdez, Sanborns y Resistol; los hoteles Camino Real y Presidente Chapultepec, Grupo Pulsar, Grupo Alfa, la editorial Siglo XXI, el Club de Industriales y el de Banqueros, cuya valuación es de más de $3 millones de dólares cada una. También se encuentran entre las mayores las colecciones de Carlos Slim Helú, las familias Garza Sada, Fernández Garza, así como las de Generoso Villareal y Andrés Blaisten.

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La mayoría del acervo artístico mexicano está en manos del Estado, mientras que, según estimaciones de especialistas, 10% es propiedad de empresas y empresarios. Sin embargo, de la obra que circula en el mercado considerada de “primera calidad”, donde están los 30 artistas más cotizados, el empresariado posee nada menos que 85% del total.

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Caída del mercado

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No obstante, la participación e interés de los hombres de negocios en la compra de las obras disminuyó considerablemente en la década de los 90. “Aunque hay empresarios sólidos que tienen muy buenas colecciones y que van a seguir comprando arte, la figura del empresario-coleccionista está en crisis”, admite Rafael Matos Moctezuma, director de Galería Matos. Además, comenta que hoy día son pocos los jóvenes empresarios interesados en el arte.

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Las ventas de obras mexicanas se desplomaron en los últimos ocho años: cayeron 43.5%, según las estadísticas que desde 1992 realiza la Asociación Mexicana de Comerciantes en Arte. Ese año, las operaciones dentro del país alcanzaron $35 millones de dólares, mientras que el año pasado fueron de $24.9 millones de dólares. En Estados Unidos, las transacciones de arte del país –el cual es adquirido en su mayoría por mexicanos–, cayeron 56.3%, de $40 millones de dólares pasaron a $17.5 millones de dólares en 1999. A escala internacional, la publicación inglesa Duncan Hislop daba en 1992 al mercado mexicano una participación de 0.03%, y actualmente le atribuye 0.01%.

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En 1996, luego de la crisis económica de inicio del sexenio de Ernesto Zedillo, la caída era mucho mayor, de 51%, con un mercado de $19.8 millones de dólares. Si bien el negocio registra cierta recuperación posteriormente, Matos calcula que será dentro de diez años o más cuando se alcancen las cifras de 1992, siempre que no haya otro colapso económico como el de 1995, factor que incidió en la actual situación, puesto que el arte tiende a depreciarse en estos periodos.

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Descifrar las causas de la retracción conduce a una pregunta: ¿por qué compran obras de arte los empresarios?, ¿gusto personal, afición genuina, excentricidad, negocio, inversión, razones fiscales, prestigio personal, estrategia de publicidad institucional de su compañía, promoción de artistas nacionales? “Nunca ha existido el arte sino con base en benefactores. La historia del arte es la historia del gesto benévolo de un empresario”, opina confiadamente Iván Leroy, curador del Museo Soumaya de Slim Helú.

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Tampoco se debe soslayar que muchos hombres de negocios se han percatado,  recientemente, de que adquirir arte para especular no es una buena inversión, y eso pudo mermar las compras. “Una pintura que a principios de los años 90 costó $30,000 dólares, no la podemos vender ahora en $300,000 pesos porque nadie la va a comprar –explica Luis López Morton, director de la casa de subasta Louis C. Morton–. Lo que hacemos es, quizá ajustarla a $180,000 pesos”, no es posible revalorarla al tipo de cambio del dólar.

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“El artista no hace arte para que (los empresarios) inviertan, sino para satisfacer una necesidad estética; el que quiera especular que vaya a la casa de bolsa”, dice Matos. Pero “se puede dar el caso de alguien que compró un Toledo hace 30 años, cuando todavía no se le conocía y cuya obra demostraba mucha inmadurez debido a la juventud del pintor. Si se compró en $700 pesos es normal que hoy valga mucho más”.

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Pocos coleccionistas

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A decir de los galeristas, el mercado  solamente se sostiene en alrededor de 50 colecciones. La mayoría de los empresarios son compradores de una sola vez. “Construyen su casa y para decorarla nos compran en una tarde 10% de una subasta. Después no nos vuelven a comprar porque, dicen, ‘ya no necesitan arte’”, comenta López Morton.

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Hace cuatro años, Morton lanzó tres avisos a sus clientes en la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, con el fin de ubicar a los compradores habituales. De 8,000 que tenía en cartera se quedó con 800, y lo mismo sucedió con Matos, que depuró su base de datos en 70%.

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Para la reconocida crítica de arte, Raquel Tibol, el problema es que “la alta burguesía mexicana trata de imitar a la alta burguesía estadounidense y no a la europea, que tiene un mayor bagaje cultural”.

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“A excepción del Banco BCH, que tenía muy buenas obras, como un Matías Goeritz que vendimos, no se veía la mano de coleccionistas sino de compradorcitos”, opina López Morton, en cuya galería se vendieron $4’779,000 pesos provenientes de obras de arte que el IPAB poseía de las intervenciones de los bancos Unión, Cremi, Obrero, de Oriente, Promotor del Norte, Banpaís, Grupo Financiero Capital y Estrategia Bursátil Casa de Bolsa.

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Bajo el punto de vista de los conocedores, cuando un empresario adquiere arte por pasión, no deja de comprar; no así quien lo busca como inversión, que a la primera desilusión se retira o, peor aún, termina por estimulan el negocio de las falsificaciones.

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Se calcula que el mercado negro en México ha crecido de $11.3 millones de dólares en 1992 a casi $14 millones en 1997, y hoy ronda los $13.5 millones de dólares, lo que representa más de la mitad del mercado legal nacional.

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El nicho de mercado de arte donde se mueve el empresariado, el del gran capital, confluye con el de los llamados cajueleros, formando un círculo vicioso en que el productor de la falsificación conecta con un intermediario –muchas ocasiones miembros de familias adineradas– y éste con un comprador sin conocimiento.

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“A mí me consta que uno de los millonarios mexicanos compró dos Siqueiros falsos. Yo me negué a participar en un catálogo que su museo estaba preparando, hasta que no los descolgaran”, cuenta Tibol.

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En los últimos dos meses, por ejemplo, a Matos le llegaron 60 falsos, en su mayoría de Rivera, Doctor Atl, Tamayo y Toledo, cuyos precios estaban hasta 50% por debajo del real, obra que muy probablemente seguirá circulando pues no hay leyes que castiguen la falsificación ni manera de decomisarlas, ya que las autoridades no cuentan con personal especializado que confirme el ilícito.

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El asunto fiscal

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Una fuente hacendaria que prefiere mantener el anonimato, declara que es “muy tajante decir que la motivación empresarial para comprar arte es la fiscal”.

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Explica que gran número de compañías adquieren piezas artísticas como activos indirectos o diferidos. La Ley del Impuesto sobre la Renta (ISR) estipula que ese tipo de adquisiciones se deducen paulatinamente de acuerdo a la duración del bien y a tasas que pueden ser de 10% anual.

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Sin embargo, comenta el fiscalista, dichas tasas dependen de numerosas variables, como el monto de gastos totales de la empresa, su tamaño, el valor de la obra de arte, entre otros. “En todo caso no les conviene. El equipo de cómputo o vehículos deducen más. Si acaso, comprando arte se conserva la inversión. Pero si tienes que esperar 10 años o más para deducirla, es muy probable que se trate de un coleccionista, y un coleccionista la compra con o sin exención si piensa conservarla.”

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Para Matos, “los empresarios podrían vender o comprar obras en Estados Unidos porque como turistas están exentos de impuestos”, aunque está claro que hoy día no lo hacen porque ese mercado también cayó. “En el país, la Secretaría de Hacienda ha restringido mucho los renglones. Ya no es tan fácil como hace 50 años, cuando se empezaron a levantar las grandes colecciones, que un empresario pueda tener 50 cuadros como 50 coches, deducirlos y conservarlos en su casa.”

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En cambio, otra norma favoreció las adquisiciones. Hasta el 30 de octubre de 1994, la Secretaría de Hacienda retenía 35% de las ventas de obras de particulares; desde entonces esa tasa bajo a 8% sobre el precio neto de la obra de arte (incluyendo antigüedades).

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Leroy señala que existe una “ideología chabacanera” que tiende a asociar el binomio arte-empresariado con actos ilícitos. “En la mente del empresario pesa mucho el qué dirán, sobre todo en la prensa. Así, los estímulos para invertir en arte son cada vez menores.”

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Dos empresarios rechazaron ser entrevistados ante el temor de llamar la atención, y aunque dicen haber adquirido su colección legalmente, aceptan tener figurillas prehispánicas, cuya posesión particular está prohibida por la ley.

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“Por eso hay tantas colecciones secretas o exposiciones en que al dueño de las obras, en lugar de su nombre, se le refiere simplemente como coleccionista privado. Los nombres viven, sin embargo, en la memoria de investigadores y curadores: vas a casa de un empresario a pedir una obra que sabes es conocida y, mientras esperas en la sala, ves de reojo un Goitia, o un bocetito de Siqueiros o Rivera que nunca habías visto”, explica Leroy.

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Relevo de mecenazgos

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En los últimos años, los grupos empresariales que por tradición habían sido mecenas de artistas mexicanos y extranjeros experimentan cambios.

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“Unos bajan y otros suben”, dice la maestra Tibol. “Por los años 50 Guadalajara fue el centro alternativo de la ciudad de México. El INBA (Instituto Nacional de Bellas Artes) empujaba allá sus exposiciones, pero cuando llegaron los narcos todo se vino abajo. Hoy, varios empresarios tapatíos han tomado el salón de las Fiestas de Octubre y otorgan premios considerables.”

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Lo mismo sucede con el empresariado regiomontano, uno de los más comprometidos con el mundo artístico. Mientras con la participación de algunos industriales se acaba de inaugurar el Centro de las Artes en la zona de la Fundidora, la familia Zambrano toma la conducción del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (Marco) luego del retiro de Diego Sada, quien tenía algunas deudas que ya no podía aguantar el museo; y hace un par de años, Alfonso Romo decidió no dar los premios, que durante aproximadamente 25 años otorgó en los encuentros de arte joven de Aguascalientes, de donde el Grupo Pulsar iba formando en parte su colección, pues según algunas fuentes, a juicio del empresario ese estado amenazaba convertirse en la competencia de Monterrey.

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Para Tibol, el cierre del Museo de Monterrey ha sido el más “impresionante, porque fue el museo punta a escala nacional, mucho antes del Centro Cultural de Arte Contemporáneo de Televisa (también cerrado). Esta decisión cambió una generación. Los que entraron son los que se educaron en la high tech, con un pensamiento en el que la tecnología es el futuro, la cultura se da a través de la tecnología, algo con lo que no estoy de acuerdo porque la mayoría no puede acceder a ella”.

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Abierto en 1977 por el Grupo FEMSA de las familias Garza y Sada, el Museo de Monterrey incursionará en las visitas virtuales, al igual que Televisa, que ya anunció el lanzamiento de un portal dedicado al arte y la probable reconstitución de la Fundación Cultural, que durante décadas ofreció becas y apoyos a proyectos como de los de Juan Soriano o Rafael Coronel.

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“Emilio Azcárraga Jean necesita, como el resto de los empresarios, un elemento de prestigio que no se puede obtener más que con el mecenazgo –advierte Tibol–. Prestigio en el sentido de manejar valores estéticos y no sólo mercantiles.”

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“Hay muchos desconocidos por ahí que se hacen de colecciones”, puntualiza el empresario Jaime Lavín Zavala, un joven coleccionista y mecenas de 28 años, quien a los 21 se hizo de su primera pieza, un cuadro de Abel Almenara, otro joven pintor. Su colección rebasa las 60 obras.

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“El arte joven produce nuevas sensaciones. No es un negocio cuando verdaderamente lo compraste por gusto. El cuadro es tuyo y no lo sueltas. Me han ofrecido por uno dinero que no puedo ganar en cinco años; se me sale la lágrima pero no lo vendo.”

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Optimista, Matos ve a futuro un mercado de arte más estable. “Tardaremos en recuperarnos, pero veo un negocio más sano porque ya no hay esa euforia por la inversión, con la que no se puede fundar la solidez de un mercado.”

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”El comercio de obra se ha depurado mucho –concluye el experto–. Ahora puede crecer muy lento pero consistentemente con quienes realmente aman el arte.”

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