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Individualismo y Crisis

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

El autor es miembro del Consejo de la Comisión de Derechos Humanos del DF, presidente fundador del Consejo Superior Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE) y profesor del Área de Factor Humano de la misma institución.

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Cuando las crisis se agravan el empresario tiende a asumir dos actitudes disfuncionales: el -fatalismo y el individualismo.

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El fatalista considera que la crisis es un problema nacional, para cuya solución de nada sirven sus acciones particulares: no le concierne a él la subsistencia de su negocio, sino a quienes —dice— “nos han metido en la situación y son los que tienen que sacarnos de ella”.

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El fatalista se queda inmóvil: si no se considera ya perdido de antemano (sumándose a las 15,000 empresas supuestamente desaparecidas), lo más que logra es agazaparse hasta que la crisis termine, si es que ello ocurre. Habría que hacerle al fatalista esta pregunta: ¿por qué hay otros que, en sus mismas condiciones, están saliendo adelante?

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Pero es también frecuente el individualista del “sálvese quien pueda, que adopta una postura insolidaria y anárquica, aislándose de los demás, porque —dice— no quiere hundirse con ellos.

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Es el momento de recordar a quienes dirigen las empresas que los tiempos de crisis requieren -especialmente de la colaboración: no sólo ayudar a que otros salgan adelante, sino dejarse ayudar por ellos, compartir mutuamente la información disponible, revivir el sentido del -gremio y, sobre todo, formar equipos de trabajo dispuestos a nadar contra la corriente: -los equipos son más importantes que las fórmulas y los sistemas.

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En Las siete culturas del capitalismo -(Hampden-Turner) se nos dice que para Estados Unidos, todavía hoy el país económicamente más poderoso del mundo y el más próximo a México, los rasgos sobresalientes son: el universalismo en la gestión de negocios —todos debemos hacerlos de la misma manera, -científicamente— y el individualismo de quienes ejercen esa gestión universal.

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Personalmente, no nos extraña esta coincidencia entre el universalismo de los sistemas y el individualismo de quienes se someten a ellos. Los sistemas son el medio por el que logramos que los individuos trabajen juntos sin necesidad de formar una comunidad de personas. Dicho de otro manera, gracias a un sistema -científicamente diseñado puede conseguirse lo que de otra manera parecería imposible: que un grupo de individuos trabajen juntos sin abandonar su individualismo. Los sistemas no están pensados para que las personas se desprendan de su individualismo, sino para que trabajen juntos lo más eficazmente que puedan, y no podrán mucho permaneciendo individualistas.

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El análisis del lugar de la persona en la empresa contemporánea de nuestro país arroja un resultado desconcertante: se ha confundido la personalidad con un individualismo en el que la búsqueda del reconocimiento de sí mismo es inseparable de la lucha por el dominio del otro, originando lo que Robert -Reich, secretario del Trabajo de Estados Unidos, dio en llamar el mito del individuo triunfador y Morandé Court denominara -identidad por oposición.

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Nada de esto ocurre si en la empresa se considera al ser humano como persona. Ésta no se identifica por oposición sino por pertenencia: el destino de cada persona no la separa de las demás sino que la vincula con ellas. El nombre de la persona responde a la pregunta del linaje del que es oriundo, la patria a la que pertenece, el oficio en que trabaja, la empresa de la que forma parte. Gardner en -Anatomía del liderazgo, su reciente obra, señala como la primera nota del liderazgo real el -vínculo con la comunidad.

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En efecto, el clásico y venerable concepto de persona no entraña ningún factor de egoísmo, oposición, preponderancia o clausura: se define como -el modo propio e irrepetible de relacionarse con los demás.

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Los individualistas pueden trabajar juntos en un sistema, del que se desprenden en las crisis con el “sálvese quien pueda. Los fatalistas se refugian en el anonimato del sistema y se resignan con la suerte de éste. Sólo las empresas que se componen de verdaderas personas —con un destino propio pero vinculado al de los demás— son capaces de unirse en comunidades o equipos de trabajo, haciéndose suficientemente fuertes como para enfrentar las graves situaciones que, cada una individualmente, -serán incapaces de superar.

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