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La realidad, un modelo teórico

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Por fin se hizo la luz un egresado del Instituto Tecnológico Autónomo de México me relató una anécdota que me ha ayudado a comprender por qué le entendemos tan poco a los economistas del gobierno.

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Después de que uno de sus maestros había explicado una prestigiada teoría macroeconómica sobre la demanda agregada, el equilibrio fiscal y las elasticidades de los precios internacionales, un alumno dijo tímidamente: "Maestro, todo, lo que hemos visto es muy claro, tiene una impresionante coherencia interna. Sin embargo, ¿qué tiene que ver todo esto con la realidad?"

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-Jovencito -dijo el maestro-, la realidad es un caso teórico que por el momento no nos incumbe.

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Lo que recuerda el viejo chiste del ingeniero, el psicoanalista, el filósofo y el economista, náufragos en una isla desierta.

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El ingeniero, propuso la construcción de un mecanismo (con los restos de la nave, algunas prendas de ropa y hojas de palmera) que permitiera captar agua dulce y evitar, cuando menos, la muerte por deshidratación.

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El filósofo elaboró un estremecedor comentario sobre la paradoja de la vida moderna que decimos detestar porque no nos deja un momento de reposo y el terrible horror al vacío cuando, en la isla desierta, se tiene por delante todo el tiempo del mundo simplemente para sobrevivir.

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A su vez, el psicoanalista desarrolló el tema de la orfandad, explicó los sentimientos contradictorios que todos experimentaban hacia los restos de la nave como figura paterna que les había permitido surcar la mar que, sin embargo, los había traicionado al naufragar. Propuso, como terapia o exorcismo, que enterraran dichos restos y guardaran un duelo por ese padre protector y autoritario.

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El economista no era afecto a la contemplación sino a las soluciones prácticas. Sentenció que el proyecto del ingeniero atentaba contra el empleo porque privilegiaba al maquinismo sobre el uso intensivo, de la mano de obra; después criticó al filósofo citando a Marx: "Los filósofos han contemplado demasiado tiempo el mundo, ahora es preciso transformarlo", y terminó fustigando al psicoanalista por sus divagaciones inútiles ante la emergencia que enfrentaban.

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"Lo que hay que hacer -concluyó- es tomar un abrelatas, abrir una lata de comida y repartir el contenido equitativamente".

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-Muy bien -anotó el ingeniero-, pero, no tenemos ni abrelatas, ni latas de comida.

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-No es problema -reviró el economista-, asumamos que tenernos ambas cosas.

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Asumamos que la emergencia económica se solucionará con las medidas propuestas por los economistas gubernamentales; que empresas, trabajadores y familias han sobrevivido, después de superada la emergencia económica, para ver ese feliz resultado.

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Asumamos, que la transferencia de fondos de la sociedad hacia el gobierno (vía aumento de impuestos y de precios del sector público) significa una Asignación eficiente de recursos escasos. Todo ello porque debemos asumir que el sector público gastará tales recursos con mayor sabiduría, probidad y eficacia que los particulares.

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Finalmente, asumamos que estas medidas nos harán más eficientes a todos y que habrá un momento mágico en que el precio, del peso tomara su lugar preciso: será lo suficientemente barato para fomentar un alud de exportaciones, lo suficientemente caro, para facilitar las importaciones necesarias y no encarecer el pago de las deudas externas y lo suficientemente atractivo para atraer inversiones y no provocar inflación.

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Asumamos, entonces, que nadie se equivocará en el camino y todos tomarán racionalmente las mejores decisiones: empresarios, inversionistas, consumidores y gobierno. Hasta aquí todo va muy bien. El chiste es que nadie pierda la fe durante este proceso. Y, sobre todo, que nadie saque a colación ese bochornoso caso teórico, que ahora no nos incumbe, llamado realidad, donde hay secretarios de Hacienda que se equivocan, presidentes que titubean, ex presidentes que hacen berrinches, inversionistas desconfiados y políticos y empresarios con pocos escrúpulos.

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La única duda inquietante, entonces, es para qué necesitamos hacer todo este largo proceso (llamado superación de la emergencia económica), si hubiera bastado con que asumiéramos que nunca ha habido tal emergencia económica. Por eso el filósofo, en la isla desierta, le reviró al economista.

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-¿Qué tal si asumimos que nunca hemos naufragado?

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El autor es egresado de la licenciatura en Comunicación de la Universidad lberoamericana, periodista especializado en economía y finanzas y director editorial del diario El Economista.

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