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Lo que el viento regresó

Nuevos aires soplan en la exhibición cinematográfica. Al ofrecer en México nuevas y ultramodernas
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Vino para vengarse. Es el monstruo de las taquilleras, cácaros y vendedores de palomitas, entendidos en sus estereotipos más tradicionales y pintorescos. Ya nunca más podrán concentrarse en confeccionar chalequitos de punto entre función y función. Con la nueva filosofía imperante en la exhibición cinematográfica, ya no hay tiempo para entretenerse en novelas rosas o platicar jocosamente con el compañero de turno: el desfile de espectadores es incesante y el ritmo de trabajo, brutal, signo inequívoco de que las salas de cine se han vuelto a convertir en un jugoso negocio en el actual panorama económico nacional.

- Prueba de ello es que en menos de cuatro años, el número de pantallas de ci­-ne existentes en el país se ha duplicado, al pasar de 800 en 1991 a las casi 1,600 previstas para finales de este año. En número de espectadores, la alarmante tendencia descendente —de 197 millones en 1990 a tan sólo 63 millones en 1995— parece finalmente haber encontrado este año su punto de inflexión y comienza a remontar el vuelo de forma espectacular. Para diciembre de 1996, las expectativas más tímidas hablan de un  repunte de casi 20% en la asistencia de los mexicanos a las salas oscuras.

- Solamente en este año, la inversión total realizada por las cinco compañías más representativas del sector rondará los $100 millones de dólares, un ritmo que piensan seguir manteniendo año con año al menos hasta el 2000, es decir, hasta sumar la mágica cifra de $500 millones de dólares (y eso sólo en una primera etapa). No está nada mal para lo que en términos económicos se podría llamar un annus horribilis, y menos aún para un entretenimiento popular al que, con 100  años  de  existencia  a  cuestas, mu­chos vaticinaban su franca y progresiva agonía.

- Sin embargo, ¿quién hubiera pronosticado este renacimiento hace tan sólo cinco años? Muy pocos, desde luego. A principios de los 90, el panorama de la exhibición en México se asemejaba cada vez más a uno de esos áridos y polvorientos desiertos tan propios de los más genuinos westerns. No obstante, la situación resultaba paradójica al compararse con las experiencias vividas en otras latitudes. Durante los 80, cuando en la república el sector había decrecido más de 20%, en Estados Unidos el número de salas de cine se había incrementado en 90%. Mientras en el país vecino se contaba una pantalla de cine por cada 11,000 habitantes, en México apenas había una por cada 112,000 personas.

- ¿La razón? Hastiada por una excesiva regulación gubernamental que la ahogaba en un férreo control de precios y un sindicalismo oficial de poderes ilimitados, la exhibición padecía un escasísimo margen de maniobra que la sumergía lentamente en un insondeable abismo de suciedad, obsolescencia y deficiencia de servicio. El espectador mexicano había trocado la vetusta sala de cine, cada vez más parecida a una tenebrosa mansión del terror, por el confortable calor hogareño de la videocasetera y las palomitas con sabor a microondas.

- El maleficio terminó finalmente por resquebrajarse en 1993, a raíz de que un año antes el gobierno decidiera poner fin al control de precios en el sector. Desde entonces, y como “por encanto”, han empezado a multiplicarse en todo el país modernísimos complejos de 10, 15 e incluso 20 salas: se trata de los llamados multiplex, un concepto importado del otro lado del Río Bravo cuyos principales atractivos radican en una calidad de imagen tan refulgente como sus llamativas marquesinas, y en un sonido tan envolvente como sus confortables butacas reclinables. A su lado, la video empezó a saber a rancio a la hora de planificar actividades para una dominguera tarde en familia.

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- Misión posible. Para explicar esta súbita y todavía incipiente transfiguración, sería necesario retroceder un poco en el tiempo o, mejor dicho en términos cinematográficos, recurrir a un flash-back: Es 1991 y a Roberto Jenkins, inspirado por los multiplex que ha visto en Estados Unidos, se le ocurre contactar a Cinemark, la quinta compañía de exhibición más grande del mundo. ¿Su idea? Proponerle un plan de expansión para sus salas en la República Mexicana. “Nadamos a contracorriente. En aquel momento nadie creía que la idea podría ser un buen negocio por el auge del video y el problema sindical”, recuerda quien es ahora el director de Cinemark de México, contro­ladora de 114 pantallas en todo el país.

- Por esas mismas fechas, tres jóvenes profesionales recién ingresados a una maestría en negocios de la Universidad de Harvard acaban de conocerse. Uno de ellos, Matthew Heyman, canadiense de origen, comenta a sus dos compañeros mexicanos el jugoso negocio que representa la exhibición de cine en su país. Tanto Miguel Angel Dávila —especialista en finanzas—, como Adolfo Fastlicht —más ducho en temas inmobiliarios—, se quedan con la mosca zumbando detrás de la oreja. Cuando la universidad les pide un trabajo de campo para finalizar el curso, los tres caballeros no se lo piensan dos veces y elaboran un estudio de viabilidad en el mercado de la exhibición cinematográfica en México. Vistas las enormes posibilidades detectadas,  deciden poner en marcha su propio proyecto: Cinemex. Sólo les restaba encontrar un capital para respaldarlo.

- Pero para cuando ellos se pusieron manos a la obra, Jenkins ya había recorrido por su parte un enorme trecho del camino para iniciar su proyecto: había conseguido el dinero suficiente, proveniente en parte de la empresa matriz y de una  línea de crédito otorgada por la fir­­-ma estadounidense Bearn Sterns, así como de algunos pequeños inver­sio­nistas —aunque Jenkins se niega a dar la estructura detallada del capital de la empresa—. En 1993 quedó formalmente constituida Cinemark de México con un capital inicial de $27 millones de dólares.

- Con la mencionada abolición del control de precios, sólo quedaba un obstáculo por superar para iniciar operaciones: escabullirse del todopoderoso Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC), que desde hacía 60 años imponía sus condiciones a todo aquel que decidiera emprender andanzas en la industria. “Los puestos de trabajo y las remuneraciones que pedían parecían una carta a Santa Claus”, comenta Jenkins. En opinión de todos los empresarios del sector, las reclamaciones laborales del STIC echaban por la borda toda la flexibilidad y competitividad que les proporcionaba la tecnología y los procesos de automatización de servicio que imperaban en las nuevas salas.

- Para zafarse de ellos, Jenkins, apoyado por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, recurrió a una artimaña legal: el empresario argumentó que su negocio no tenía tanto que ver con la industria cinematográfica, sino más bien con la prestación de servicios. Y así fue como se conformó el Sindicato Justo Sierra, de donde la empresa ha podido reclutar a personal joven, con horarios de trabajo flexibles, preocupación por el servicio y dispuesto a cobrar $1,200 pesos al mes. “Si Cinemark no hubiera entrado a México no existiría Cinemex ni ningún otro. Abrimos la brecha”, dice orgulloso Jenkins.

- Y la nave va... Por esa hendidura se colaría poco tiempo después el grupo conformado por Dávila, Heyman y Fastlicht, quienes también en 1993 habían logrado el respaldo financiero necesario para emprender su hazaña. No había sido fácil: por ser muy jóvenes, carecer de experiencia previa en el sector y no contar con el aval de alguna de las grandes exhibidoras estadounidenses, muy pocos quisieron escuchar sus ambiciosos planes y menos aún en México, en donde hablaron con todos los bancos y casas de bolsa —a excepción de Bancomer, por estar ligado a la Compañía Operadora de Teatros (COTSA), uno de sus futuros competidores—.

- Quien más cerca estuvo de acordarles un crédito fue Grupo Mercantil-Pro­bursa —hoy transformado en BBV—. “Eran muy conservadores —recuerda Dávila, ahora director de Finanzas y Operaciones de Cinemex—: nos otorgaban $2 millones de dólares y nosotros teníamos que poner $3 millones y dar uno más en garantía. Estuvimos a punto de firmar, pero al final nos rechazaron. Menos mal, porque de haber arrancado con $5 millones de dólares esta empresa sería muy distinta.”

- Finalmente consiguieron que el banco estadounidense JP Morgan les otorgara $8 millones de dólares, los cuales se convirtieron en poco tiempo en $21 millones por el interés que generó ese respaldo entre la comunidad financiera. Varios inversionistas mexicanos entraron con 30% del capital, aunque todos a título individual. Las instituciones financieras del país se perdieron un negocio que, apenas en su tercer año de operaciones y con sólo 61 pantallas en el país, tendrá al final del presente ejercicio más de $10 millones de dólares de facturación, una cifra que piensa duplicar en 1997.

- La competencia llegó,  y está lejos de ser la única interesada en el  pastel. Por lo pron­to, en los próximos días   United   Artists, la exhibidora más grande del mundo, hará también su aparición en México a través de Cinemas United Artists, la subsidiaria mexicana conformada en 50% por la compañía matriz y Fondo Óptima, propiedad de la poderosa constructora Bufete Industrial. En unos días, la firma inaugurará un modernísimo complejo de 12 salas en una lujosa zona del norte del Distrito Federal, al que le seguirán León, Aguascalientes y Guadalajara, una plaza que hasta ahora se había resistido a la llegada de los nuevos competidores (ver recuadro).

- Respaldada por un ambicioso plan de inversión —150 millones de dólares para 25 complejos en los próximos cinco años—, la empresa dice no tener ningún miedo por llegar un poco más tarde a la cita. “Al contrario, no hemos tenido que corregir nuestros planes por culpa de la devaluación”, explica Carlos Wal­ther, director general de la compañía. Según él, lo que diferenciará a sus cines de los de sus competidores  será  el  dise­ño arquitectónico, los  acabados  y  la tecnología “infinitamente mejores” que de cualesquiera de las demás salas existentes.

- “Nosotros no somos un McDonald’s que repite el mismo modelo allí donde va: adecuamos nuestro diseño para estar en armonía con el conjunto de la plaza en la que nos insta­lamos”, dice. La com­pañía  contem­­pla además instalar en algunos de sus complejos grandes áreas recreativas que incluirán los más recientes videojuegos y entretenimientos de realidad virtual existentes en el mercado.

- Pero entretanto, algunos de los empresarios locales ya instalados no se han quedado con las manos cruzadas. Tal es el caso de Organización Ramírez, el indiscutible coloso de la exhibición en el país, que lejos de otear el panorama y contemplar con tranquilidad la llegada de las tropas invasoras, también desarrolló su propio concepto de multiplex, apodado como Cinépolis, con características muy similares a las de sus competidores. “Me duele la llegada de la competencia porque el mercado se reparte, pero la agradezco porque nos hace ser mejores”, comenta Enrique Ramírez Villalón quien, ayudado de su hijo Alejandro, está al frente de las 511 pantallas que actualmente posee la compañía en territorio mexicano.

- Padre e hijo dan buena cuenta del pasado y futuro de la compañía: mientras el primero dice seguir vinculado al priísmo y muestra cierto deje desdeñoso de superioridad en su actitud, el segundo, que apenas cuenta con 25 años de edad y educación en las escuelas más selectas de Estados Unidos, se muestra totalmente apartidista y con apertura total a las nuevas ideas. El encargado de llevar a buen puerto el cambio generacional de las salas no tiene nada que envidiar a los agresivos wonder-boys de Cinemex. “La competencia no nos da miedo. Si acaso, tendríamos miedo de nuestra propia incompetencia”, dice.

- En comparación con los 20,000 metros cuadrados de modernas instalaciones  de Cinépolis, los Cinemas Gemelos y Multicinemas —complejos de dos a cinco salas que la compañía venía desarrollando desde los años 70— parecen ahora antiguallas dignas de la era cua­ternaria. Para la nueva modalidad, Organización Ramírez tiene previsto invertir entre $75 y $100 millones de dólares en la apertura de 500 nuevas salas en los próximos cinco años, y todo ello, aseguran,  gracias  únicamente  al  cash-flow que  genera el grupo, al cual, además de la recaudación de la taquilla hay que sumarle principalmente los ingresos de la  división  inmobiliaria  de  la  compa­ñía.

- En 1993 empezó la apertura de los primeros  Cinépolis.  Pero  ¿por  qué  no los construyeron antes? “Ya estaban contemplados en nuestros planes. La llegada de la competencia sólo propició una aceleración: en lugar de expandirnos en cinco años, tuvimos que hacerlo en un año y medio”, explica Alejandro Ra­mírez, quien dice reconocer que las salas desarrolladas anteriormente se están quedando fuera del mercado y necesitan una reestructuración.

- El  patito  feo.  A  quien  no parece ha­­ber­le ido tan bien es a COTSA, la em­presa que hasta hace poco ostentaba el segundo lugar por número de pantallas en el país, ahora desbancada por Ci­nemark. Propiedad del gobierno federal, la compañía fue privatizada junto a TV Azteca en agosto de 1993 para pasar a manos de Alberto Sada. “La empresa se vendió en las condiciones en las que lo deja todo el gobierno: los cines estaban en completo deterioro, con una tecno­logía  de proyección y sonido que tenía 40  años  de  uso,  los inmuebles sin pin­tar, las butacas devastadas y las partes mecánicas en completa destrucción”, comenta Juan Fernando Collado, director de Exhibición y Mercadotecnia de COTSA.

- Los esfuerzos emprendidos para renovar la compañía no parecen haber ayudado mucho: tras haber cerrado 100 de las más de 200 salas que tenía, gastarse $50 millones de dólares en modernizar instalaciones y haber despedido a 1,100 de los 2,300 empleados que conformaban su plantilla, la compañía sigue irremediablemente confinada a las pérdidas, cuyo monto Collado se niega a revelar. “90% de los ingresos de las salas son costos. El resto se va en impuestos y sólo queda 3% para modernizarse y crecer, lo cual, en las condiciones actuales de los financiamientos no da para mucho”, explica el directivo.

- A pesar de ello, la compañía ha abierto este año nuevas salas en Colima, Orizaba, Salamanca y Acapulco. Y es que en este negocio, el que no crece muere. Es la única manera de asegurarse una presencia continua en el mercado que garantice el interés de las principales distribuidoras de películas por seguir alimentando a las cadenas con nuevas y rentables producciones.

- Dada la situación de la empresa, no es raro que Collado, quien dice que en un primer momento se “alegró” de la lle­gada de Cinemex y Cinemark al país, muestre ahora serias reticencias hacia los nuevos integrantes del sector: “La competencia —afirma— está siendo desleal. Con el enorme potencial de mercado que hay, no es justo que lleguen con un financiamiento muy fuerte e inmuebles nuevos y pongan sus complejos enfrente de empresas que han estado en el mercado durante 40 años, que han aguantado crisis, devaluaciones, precios controlados y luchas sindicales.”

- “Eso una excusa para respaldar la falta de reinversión en sus instalaciones”, responde Jenkins. “El que no esté ofreciendo el servicio que pide el público está dejando la puerta abierta a la competencia —argumenta a su vez Dávila—. Somos una empresa agresiva y donde haya una oportunidad, allí pondremos un Cinemex. Nosotros tampoco estamos exentos de sufrir algún día esa misma competencia.”

- “No es desleal. Si yo fuera a abrir cines nuevos, haría lo mismo que Cinemex y Cinemark”, dice por su parte Alejandro Ramírez. Ninguno de los grandes empresarios del sector acepta, por lo tanto, el argumento de COTSA, una empresa que todos consideran que ya está  “fuera de la jugada”. “Se ha vuelto un negocio inmobiliario, no de exhibición”, dicen al unísono.

- En lo que tal vez sí se le puede dar la razón a Collado es en la desventaja competitiva que supone tener en nómina a los trabajadores del STIC, con quien están prácticamente obligados a trabajar todos los exhibidores del país anteriores a la llegada de los nuevos gigantes. Después de escuchar las anécdotas recabadas entre los integrantes del sector acerca del sindicato, se podría decir que los empresarios sufren muchas veces condiciones laborales “marxistas”, pero no por cuestiones afines con la lucha de clases, sino por su parentesco con las disparatadas películas de los hermanos Marx.

- “Tengo empleados mayores, groseros y sin uniforme. Si les doy uniforme son tan mañosos que se los llevan a casa”, dice Collado. Organización Ramírez  también admite sufrir bastantes “barreras” por culpa de los sindicatos y su excesiva burocracia, en particular con la sección ubicada en la ciudad de México. Según cuentan, después de impartir un curso de capacitación a sus empleados, la empresa se encuentra con que el sindicato decide arbitrariamente rotarlos de puesto. “Si pudiera, me encantaría cambiarme al Justo Sierra”, dice Alejandro Ramírez. Pero despedir a la actual plantilla supone, obviamente, un costo prohibitivo para la mayoría de las empresas del sector.

- Tal es el pavor que causa el STIC que en Cinemex está prohibido contratar a cualquier persona que haya trabajado con anterioridad en la exhibición, y eso con el objeto de tener empleados con “mente fresca, joven y divertida”, según las palabras de Dávila. Esta publicación trató en innumerables ocasiones de ponerse en contacto con los dirigentes del sindicato para obtener su versión y lo único que se consiguió es que las asistentes de Jorge Sánchez, el líder sindical, aprendieran que la palabra “expansión” se escribe con “x” y no con “cs”, como en un principio creyeron.

- Pero no todo es tan negativo: “El STIC ha empezado a cambiar. El problema es que sus cambios los está realizando a la velocidad del sonido cuando el sector se está moviendo a la velocidad de la luz”, dice Alejandro Ramírez. Según comentan, tras muchas manifestaciones y vistosas protestas frente a las modernas instalaciones de las que se vio desposeído, bajo la batuta de Sánchez el sindicato ha emprendido un proceso de modernización para ofrecer condiciones laborales parecidas a las de su competidor Justo Sierra. Tan es así que Cinemark tiene ya dos complejos operando en mancuerna con el STIC. “Han demostrado estar a la altura del mercado”, afirma ahora Jenkins.

- “Hay secciones que se han alineado y flexibilizado, pero otras no”, sentencia finalmente Alfredo Nava, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Ci­nematográfica y del Videograma (Ca­nacine). Según él, falta todavía mucho para que todos los integrantes del STIC ofrezcan “un verdadero servicio profesional” y cree que, de no conseguirlo en breve, las empresas se verán obligadas a tomar medidas drásticas para  remediar sus problemas laborales.

- El color del dinero. ¿Qué tan buen negocio es la exhibición? “Pésimo”, a decir de COTSA. Esta no es, desde luego, la opinión de los demás grandes participantes del sector. Según las escasas cifras obtenidas, actualmente los márgenes de utilidad que se barajan en la nueva fórmula de exhibición son cercanos a 20%, con periodos de recuperación sobre el capital invertido que rondan entre cinco y ocho años.

- Y eso a pesar de la crisis, de la doble imposición fiscal a la que están sujetas las empresas (ver recuadro) y del hecho de que las distribuidoras de películas se lleven en promedio 45% de la recaudación en taquilla, una cantidad que a juicio de todas las compañías es “abusiva”, por mermar ostensiblemente sus posibilidades financieras para multiplicar su presencia en el país y, por lo tanto, también su facturación para esas mismas distribuidoras.

- Por si fuera poco, el pastel comienza apenas a repartirse: “Estamos en pañales”, afirma Walther. Jenkins cree que todavía hay espacio para instalar como mínimo 2,000 nuevas salas más en toda la república, y eso sin contar con una recuperación de la economía y sin emprender una búsqueda feroz por atraer nuevos públicos.

- Hasta ahora, la mayoría de las nuevas exhibidoras parecen haberse decantado por buscar mayoritariamente al público de clase media-alta y alta, el único capaz de pagar hoy los $20 a $25 pesos que suele costar el ingreso a sus modernas instalaciones. Pero mientras Organización Ramírez y United Artists admiten estar únicamente enfocados a ese segmento de mercado, Cinemark y Cinemex han empezado a dirigir sus operaciones hacia poblaciones de menores ingresos, con rebajas de hasta 40% en los precios que venían manejando para el público más adinerado.

- Y eso no es todo: según el directivo de Cinemark, la asistencia a los cines podría incrementarse en un 50% suplementario si en la cartelera se ofrecieran más películas mexicanas. Sin embargo, esto no parece muy factible en las condiciones actuales de la industria local, que a duras penas es capaz de sacar al mercado 10 producciones nacionales al año. Acaparando 60% de los estrenos en la república —y 90% de la programación de las salas comerciales—, Hollywood es, hoy por hoy, el único y gran negocio seguro de las exhibidoras. Y es que los muy meritorios e inusitados $3.4 millones de pesos que recaudó El callejón de los milagros saben a poco frente a los $18 millones fagocitados por Toy Story o los $17 millones levantados por Tornado.

- “Por desgracia, en México todavía es muy difícil comercializar películas que no provengan de Hollywood”, asegura Ramírez. Pero hay quienes lo dudan y quieren incluso comprobarlo: a partir de este mes, Cinemex se lanzará a la búsqueda de ese público alternativo con la reciente apertura en la ciudad  de  México  de  un complejo de cuatro salas únicamente dedicadas al denominado “cine de arte”, en las que se ofrecerán películas de otras latitudes hasta ahora con escasa difusión en el país.

- Y ya parados en desarrollos integrales del negocio, siguiendo los pasos de Videovisa y su Cine Pre­miere, Cinemex se ha lanzado también al mercado de las revistas de cine con una nueva publicación mensual llamada Cinemanía. Organización Ramírez tampoco se piensa quedar atrás en este rubro y ya tiene planes de sacar en breve su propia publicación, la cual se distribuiría gratuitamente en todas sus salas.

- Entonces, ¿todavía existe alguien que crea que la exhibición de cine está muerta? Por lo ya visto —y lo que queda por ver—, el mayor creador de mitos de este siglo ha regresado a México con más fuerza que nunca. Al igual que Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, las ex­hibidoras se han tomado muy a pecho la revancha sobre los malos tiempos y han jurado solemnemente —aunque quizá esta vez sin la necesidad de utilizar a Dios como testigo— aquello de que “nunca más volverán a pasar hambre”.

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