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Los retos políticos del nuevo President

Vicente Fox tendrá que entrar a una dinámica de negociaciones y acuerdos con uno o más partidos p
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

La elección presidencial del 2 de julio recibió como principal mandato la primera alternancia pacífica de la historia independiente de México. Ello abre la posibilidad de profundizar y afianzar la democratización que desde hace años inició el país. La alternancia se convirtió, para la mayoría ciudadana, en un símbolo inevitable de la democracia, dado que mientras el PRI estuviera en el poder, así fuera a través de un triunfo legal y legítimo como el de 1994, obstruiría los avances más profundos que requiere una auténtica y eficaz democratización. El PRI no dio muestras de querer remover tales inercias y avanzar en sentido realmente democrático. El presidente Ernesto Zedillo promovió una reforma electoral auténticamente democrática que cancelaba al PRI la garantía de triunfo que tuvo durante siete décadas. La reforma quitó al PRI y al gobierno el control de la autoridad electoral, lo que significaba que no podría ya revertir ningún resultado desfavorable surgido de las urnas. Así ocurrió en 1997, cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta del Congreso. Y eso vaticinaba que, en la contienda presidencial del 2000, en caso de que el PRI perdiera, no tendría ya los mecanismos institucionales para evitar una derrota si la ciudadanía decidía inflingírsela en las urnas. Otro hurto electoral como el de 1988 sería ya imposible.

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La alternancia emitida el 2 de julio no implica sólo un cambio de gobierno más; ni siquiera un cambio de partido en el poder como sucede en las democracias cada vez que se registra un cambio partidario. En México, después de haber vivido bajo un partido hegemónico por 70 años, la alternancia representa un cambio de régimen; de uno semiautoritario que caminaba lentamente hacia los linderos democráticos, a otro más claramente democrático. Desde luego, la culminación de la transición democrática ocurrida el 2 de julio apenas abre la puerta para caminar por el difícil terreno de la consolidación democrática, aquel estadio en el cual las probabilidades de que los actores pasen por alto las reglas con éxito o puedan desconocer un veredicto que les sea desfavorable, disminuyen hasta prácticamente desaparecer. Parte de ese reto de consolidación cruza por la nueva relación entre un presidente emergido con dificultad de la oposición, y un Congreso plural y efervescente.

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El riesgo es transitar del monolitismo unipartidario que gobernó México durante años –y que se tradujo en una total sumisión del poder Legislativo al Ejecutivo– a un pluripartidismo excesivo que pueda producir un Congreso sin duda autónomo, pero fuera del control del Ejecutivo. Desde luego, el paso no sería drástico. Precisamente la experiencia vivida entre 1997 y 2000, cuando el presidente Zedillo no contó ya con la mayoría absoluta en la Cámara baja del Congreso, sirvió para explorar el terreno de la autonomía y el llamado gobierno sin mayoría parlamentaria. Aunque los medios –sea por ignorancia o mala fe– reportaron la parálisis del Congreso, el retardo excesivo en la aprobación de las iniciativas, los desmanes de los legisladores, y el mayoriteo constante de unos partidos a otros (lo que es inexacto pues cualquier decisión tomada por mayoría no es ilegítima o tramposa), en realidad el funcionamiento del Congreso en esos tres años fue satisfactorio y productivo. No hubo bloques permanentes de partidos que obstruyeran de manera sistemática el trabajo legislativo, ni disminuyeron a cero las leyes aprobadas. Hubo ciertamente, mayor discusión y debate sobre las iniciativas presentadas, así como el rechazo de algunas de ellas o su modificación sustantiva, como ocurre en cualquier democracia normal. Los contrapesos derivados de la nueva autonomía del Congreso, evidentemente exigen mayor tiempo en la aprobación de las leyes que en un autoritarismo uniforme y doblegado al poder presidencial; pero eso no puede ser sino un signo de salud democrática.

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En las actuales condiciones los retos para el nuevo presidente podrían ser mayores, dado que la fragmentación partidista del Congreso será un poco mayor en la Cámara Baja (ocho partidos en lugar de cinco estarán representados) pero, además, enfrentará un obstáculo que Zedillo no tuvo; un Senado sin mayoría de su partido, lo que implica que se pierde ese muro de contención ante iniciativas eventualmente aprobadas en la Cámara baja por partidos opositores. Fox tendrá pues que entrar de lleno a una dinámica de negociaciones y acuerdos con uno o más partidos, para sacar adelante las leyes y presupuestos. La distribución del nuevo Congreso será aproximadamente la siguiente: El PAN-PVEM (Alianza por el Cambio) tendrá 224 curules (45%), el PRI ocupará 208 (42%), y la Alianza por México encabezada por el PRD, se hizo acreedora a los restantes 68 escaños (14%).

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Sin embargo, hay que considerar los siguientes puntos:
1) El Partido Verde tendrá sus propios diputados que se sustraerán en algún momento a los de la Alianza por el Cambio, y podrán actuar por su cuenta, según su conveniencia y las circunstancias que se presenten. No siempre votará al lado del PAN y, en todo caso, no lo hará de manera automática; en cada elección importante podría solicitar algunas prebendas políticas para brindar su voto.

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2) Otro tanto ocurrirá con la Alianza por México, pues, de hecho, el Partido del Trabajo ya se separó formalmente de ella y ha anunciado su disposición a recuperar su autonomía; simplemente se asoció a la alianza cardenista para obtener más diputados de los que hubiera podido conseguir por sí mismo, diputados que Cuauhtémoc Cárdenas generosamente se dignó a regalarles, al igual que a los demás partidos que formaron parte de su Alianza. El PRD quedará así con cerca de 10 % de la diputación federal, lo que representa una reducción de más de la mitad de lo que obtuvo en 1997.

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3) Fox no necesariamente contará con el apoyo incondicional del PAN en el Congreso, pues además de que ese partido no nació como un apéndice de la Presidencia, sino con una autonomía propia, muchos de sus militantes tradicionales han mantenido reservas a la persona de Fox, su pensamiento, su manera de actuar y sus múltiples aliados provenientes de la sociedad civil, la izquierda y del PRI. Eso puede generarle dificultades en cierto sentido, pero también puede saludarse como un sano contrapeso en caso de que quisiera extralimitarse en sus facultades.

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4) Seguramente Fox también encontrará una oposición intransigente y no cooperativa en la bancada perredista, pues su líder moral y algunos de sus dirigentes del ala radical no consideran al PAN como un contendiente democrático, sino como un partido fascista, imperialista, clerical, entreguista y oscurantista, por lo cual cualquier cooperación parlamentaria con él sería vista como una especie de traición a la patria.

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5) Si a esa visión se suman algunos de los priistas de viejo cuño (también adoctrinados para ver en el pan al conservadurismo del siglo XIX), entonces la gobernabilidad parlamentaria podría verse fuertemente obstaculizada.

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Finalmente, queda una consideración de no poca importancia: no se puede saber con exactitud cómo quedará integrado el Congreso, pues ello quedará definido hasta que se resuelva el problema de supervivencia que enfrenta el PRI. De no lograr ponerse de acuerdo sus líderes sobre

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el rumbo y la estrategia que seguirá ese partido, así como de los mecanismos democráticos para tomar decisiones –que nunca ha conocido– no se descarta una ruptura del PRI en dos o varios partidos y corrientes, que podrían buscar refugio en los demás partidos que tienen registro (o incluso buscar la creación de otros nuevos). Ello implicaría, dentro del Congreso, que los legisladores priistas podrían cambiar de camiseta de un día para otro, alimentando las filas del partido que los recibiera. El saldo final de ese desfile de tránsfugas determinaría la composición del nuevo Congreso, y hasta entonces podría evaluarse con precisión las fuerzas con las cuales podrá contar el próximo presidente,  aquellas con las que se pueda llegar a acuerdos y negociaciones, y finalmente las que deberá enfrentar como una oposición rijosa e intransigente.

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El autor es profesor del centro de Investigación y Docencia Económicas. Ha publicado varios libros sobre la transición de México a la democracia.

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