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Los riesgos de la procrastinación

Posponer las tareas desagradables puede ser mucho más perjudicial de lo que suponemos.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

No hay quien dude de las enormes virtudes que se derivan de un ahorro constante, un gasto prudente y una inversión inteligente: es la única manera de preparar el largo plazo. El problema es que, a pesar de saberlo, siempre preferimos dejarlo para mañana. Lo mismo pasa con dejar de fumar, perder peso, visitar a un pariente aburrido o limpiar la cochera. Nos comprometemos a hacerlo, siempre y cuando no tenga que ser hoy.

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Este fenómeno universal tiene un nombre científico: procrastinación, término que, pese a provenir del latín, raramente conocen los hispanoparlantes, mientras que procrastination, su equivalente en inglés, es una palabra ampliamente usada entre los estadounidenses. Los mexicanos preferimos hablar de desidia, dejadez, e incluso el muy nacional “ahorita”. Todas estas palabras emanan un componente más comprensivo y no tienen, ni de lejos, la connotación peyorativa del vocablo en inglés. Es posible que el no conceptualizarlo nos vuelva menos conscientes de su existencia y menos dispuestos a combatirla.

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La procrastinación tiene ahora su aplicación al ámbito de la economía gracias a los estudios de Matthew Rabin, un joven economista de la Universidad de Berkeley, que ha demostrado cómo esta falta de autocontrol y el afán por aplazar costos modifica de forma importante el comportamiento que se espera de consumidores, inversionistas o empresas.

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Como compradores, tendemos a adquirir lo más barato o lo que nos ofrezca la mayor recompensa inmediata, aun cuando no sea lo más efectivo en costos a largo plazo. Un sofá de $1,000 dólares es caro pagado de contado, pero nos parece bien si es a crédito.

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Como inversionistas, nunca es el momento para empezar a ahorrar esos $500 pesos mensuales, o siempre hay un mejor día para vender esas acciones que están perdiendo, o transferir los fondos de la cuenta de cheques a una de mayor rentabilidad.

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En el ámbito profesional, el retraso suele ser ley. Haga la prueba: imponga a una persona un pulso para entregar una tarea y, justo a punto de que se cumpla, alárguelo 24 horas. Aprovechará el lapso suplementario para mejorar la asignación. Pero cuando conoce la verdadera fecha empezará a trabajar hacia el final y hasta podría entregar tarde.

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Como lo demuestra Rabin, todos estos ejemplos parecen nimios, pero sumados y a través de los años implican un costo enorme que, tarde o temprano, hay que asumir. Al fin y al cabo, los escándalos contables de Enron o WorldCom bien podrían tener como origen la procrastinación. Es probable que el primer camuflaje de cuentas que cometieron los ejecutivos fuera para evitarse el costo de comunicar a los inversionistas unos malos resultados, en espera de que “mañana” -es decir, el trimestre siguiente– todo se arregle... En economía, la esperanza se traduce en especulación y, por lo tanto, en alto riesgo: no esperemos el día siguiente para incorporar “procrastinación” a nuestro vocabulario.

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