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Marea humana

Regresa una tradición de Navidad: el juego de las escondidas entre policías y ambulantes.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Fue un ensayo general. Un sábado, los ambulantes invadieron el centro de la Ciudad de México. Para el martes las autoridades presumían las calles limpias. Empiezan las escondidas navideñas. El sábado 4 de diciembre, los ambulantes decían que ya habían pagado un permiso de la delegación en $5,000 pesos, y una cuota a los líderes de $700. Las autoridades explicaron que la temporada navideña no empezaba hasta el 16 de diciembre y que las cuotas estaban muy por abajo de esa cantidad.

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Pero los vendedores ambulantes decían que debían pagar $26 pesos diarios –$40, los fines de semana– a Pablo y Marcos, líderes que se quedaron con la representación de Alejandra Barrios, hi-ja de la hoy extinta lideresa Guillermina Rico. La cuota que se les da a los líderes es, según vendedores, “para que te hagan el paro cuando vienen los granaderos y cuando ya no es temporada”.

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Mientras que los vendedores ya creían tener un espacio en la zona centro, en la delegación se informó que ni siquiera se había decidido a cuántos se les permitiría instalarse.

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Son los dimes y diretes de cada fin de año. Un granadero explica las reglas del juego con los vendedores “toreros” (porque “torean” a los inspectores). Deben pagar  $10 pesos “o lo que deseen” y los policías los dejan trabajar. Claro que ellos obedecen las órdenes del comandante, quien a su vez recibe parte de lo recaudado. “Todos tenemos necesidad, mi jefa. Tanto ellos como ambulantes, como nosotros como policías. Si quiere vender aquí, nada más se pone de acuerdo con nosotros”, dice un policía.

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“Se supone que estamos aquí para limpiar la zona –agrega–, pero los dejamos. El comandante los deja. No deberían de estar porque no tienen permiso, pero están”, dice el uniformado quien forma parte de un cuerpo de 40 granaderos y policías destacamentados en ese perímetro del centro de la capital. Dejarlos estar es muy sencillo: en coordinación con la policía operan los aguadores (personas que dan el silbido de alarma cuando un inspector llega a la zona). Después de la ola de chiflidos todos saben que hay que levantar los puestos, y la zona queda limpia. Los vigilantes del orden han hecho un magnífico trabajo.

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Lo cierto, comenta un vendedor con ocho años de trabajar en esa zona, “es que con el PRI estábamos más tranquilos; ahora con el PRD hay más presiones”.

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