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Modelo económico <br>El costo de una co

Los países latinoamericanos -entre ellos México- han sido obligados a aplicar el modelo neoliberal
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Ante la inminencia de más acciones gubernamentales para privatizar empresas públicas y abrir nuevos campos a la inversión privada, además del aparente interés por el capital especulativo para dar la apariencia de estabilidad, es fundamental detenerse y analizar a qué podrían obedecer esas medidas, qué efectos han tenido hasta ahora, la conveniencia de seguir en ese camino y qué se puede hacer para mejorar los resultados.

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En primer lugar, a diferencia de lo que ocurre en México, en otras latitudes los programas de liberalización y privatización partieron de realidades y objetivos distintos.

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Por ejemplo, los procesos de venta de empresas públicas tuvieron su impulso inicial en Alemania, Inglaterra y otros países europeos. Cobraron fuerza cuando la creciente competencia mundial hizo imposible mantener a esas empresas con la misma estructura laboral. Ocurrió una vez que esas empresas, maduras, agotaron sus posibilidades como entidades públicas. En la mayoría de los procesos de venta se otorgó un lugar a los trabajadores de las firmas.

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En los países en desarrollo el proceso fue impuesto. En muchos casos, por las necesidades de financiamiento, ni siquiera se permitía que la empresa objeto de venta cubriera cabalmente sus posibilidades de desarrollo competitivo como empresa pública. Estas privatizaciones cuentan con una participación muy alta de empresas multinacionales.

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En el caso de México, además de responder a las exigencias del exterior, uno de los argumentos para justificar el proceso de venta de paraestatales fue la necesidad de combatir la corrupción. No se crearon instrumentos para combatir los desvíos de recursos y no se castigó a los culpables, pero sí se vendieron las empresas paraestatales que resultaron muy buenos negocios para unos cuantos, en ocasiones para los mismos que las habían mal administrado. En algunos casos, bastó con modificar el régimen fiscal de dichas empresas, sin nuevas inversiones, para hacerlas altamente rentables.

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El liberalismo, ni tan nuevo ni tan bueno
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Los países latinoamericanos no han sido capaces de incorporarse oportunamente a los cambios de la economía mundial. Comenzaron con retraso y, antes de diseñar y aplicar estrategias que les permitieran alcanzar a los países desarrollados, copiaron las recetas que en muchos casos son inaplicables y en otros han significado importantes fracasos.

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En la actualidad eso ha adquirido tintes dramáticos. Las actuales dirigencias de los países latinoamericanos pretenden ignorar que las naciones europeas y Estados Unidos a lo largo de su desarrollo fueron capaces de utilizar el libre cambio o el mercantilismo, la libre empresa o la inversión pública en beneficio de sus habitantes.

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Ahora, con fuerza y como si se tratara del hilo negro, desde principios de los 80 los países desarrollados rescatan el liberalismo y, aprovechando los problemas financieros de los países en desarrollo, imponen la apertura y una política de privatizaciones en América Latina. Para las naciones industrializadas es una opción para mejorar su posición, seriamente afectada por la creciente participación de las economías asiáticas en el comercio mundial.

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Los países del lejano oriente, con un importante esfuerzo educativo, recreando sus raíces y tradiciones, con una pragmática combinación de inversión pública y privada, utilizando las recetas importadas únicamente cuando les convienen, se han logrado transformar en economías altamente competitivas. Eso les ha permitido invadir primero con insumos y después con productos terminados los mercados de las naciones desarrolladas.

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Mientras, los gobiernos latinoamericanos sólo han aplicado las recetas y se convierten en consumidores de los excedentes de la incursión de los productores asiáticos en el mercado mundial. La incapacidad para impulsar un proyecto propio, coherente y de largo plazo los ha introducido en un círculo vicioso en el que cada vez se hace más fuerte la dependencia comercial, financiera y tecnológica.

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Actualmente, el modelo neoliberal, “globalizador y moderno”, ha sido llevado a sus extremos en los países latinoamericanos. Con estructuras improductivas, incurren en déficit comerciales financiados mediante la atracción de capitales vía altos premios. El problema llega al cubrir los vencimientos o responder a los caprichos del capital financiero, cuando se ven obligados a vender activos y aumentar su incapacidad para hacer frente a las necesidades de sus poblaciones.

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México, el alumno ideal de un modelo reprobado
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Por desgracia, un equipo de gobierno que aprovechó al modelo más por interés particular que por convicción, inscribió a México como alumno ideal. Como se comprobó en el transcurso de 1995, el costo de ofrecer premios crecientes para mantener la imagen de buenos consumidores fue muy alto.

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México no ha sido el único país que ha tenido que pagar este costo. Es más, los que suponen que la crisis de 1995 fue el castigo de los grandes financieros por modificar el tipo de cambio, sólo tienen que voltear hacia Argentina.

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Allá se puede comprobar que la crisis es consecuencia de una pésima estrategia para insertarse en la economía global. A diferencia de México, ese país no ha devaluado su moneda, sin embargo, igual que acá, el pan de cada día son el desempleo y la quiebra de empresas. Aunque se dice que la fuerza de trabajo argentina no se abarató mediante una devaluación y un proceso inflacionario, la realidad muestra que esos trabajadores han visto caer su nivel de vida por medio de recortes de sueldos y suspensión de salarios.

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Dicho ajuste “estabilizador” ha sido tan drástico que las fuerzas armadas, en competencia con empresas privadas, organizan diversas actividades para cubrir sus gastos. El problema es que mientras se presenta la inevitable devaluación, las empresas y el sistema financiero de ese país siguen endeudándose en dólares y cuando cambie la paridad, la crisis, adicional a la actual, será mayúscula. No es un país para invertir productivamente, sino para especular y venderle, de preferencia al contado, todo lo que sea posible.

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Así, se podría decir que la devaluación fue un gran paso para mejorar la posición de México en el mercado mundial y establecer distancia respecto del “modelo”. Sin embargo, falta tomar medidas para regular los capitales especulativos, proteger los activos nacionales e impulsar a la planta productiva, para que el país no quede nuevamente desarmado frente a las “fuerzas del mercado”, desatadas por un modelo que de nuevo no tiene nada.

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